sábado, 30 de mayo de 2015

Llore que te llore

Good morning, good afternoon, good evening, but sad, so sad night.

Luego de un día por demás agitado, me eché a correr sintiendo cómo el corazón apretujado buscaba liberarse del pecho como el loco atado por la injusta camisa de fuerza. Palpitaba, se retorcía, quería salirse al pasar junto al panteón y de una vez quedarse ahí, brincoteando hasta agotar el total de sus fuerzas, y yacer ensangrentado en algún sepulcro ajeno, sin nombre, sin identidad alguna.

Caminé por las obscuras calles aledañas a la Cineteca, sentía cómo me temblaba la mandíbula, quería llorar, no podía. Llegué a la estación del metro, compré un boleto y abordé el primer tren. Nada parecía ser distinto a las muchas veces que he seguido esa rutina cuando vengo de regreso de ver una película. Encontré asiento, me tembló el labio, me derrumbé y dejé fluir al Amazonas retenido en mis lacrimales.

Poco después en el taxi, quien me hubiese visto diría que parecía una horrenda protagonista de película de culto, recostada en el asiento trasero como una fracasada pidiendo a gritos ahogarme con el aire helado del Ajusco que me invadía por la ventanilla. Espasmos, llanto, nerviosismo del chofer que parecía querer voltear para ver si no me iba drogando... llegada a casa derrotada, agua y moco cubriendo mi rostro, genuina preocupación de mi gente, abrazo fuerte, yo: la niña chiquita debilitada por un sentimiento que no fue bien defendido en tiempo y forma.

Minutos después, pantalla y teclado: no hay mejor recompensa. Comienzo a escribir una crónica y termino siendo la valiente que dice una vez más lo que siente y piensa sin tapujos, con humor y coraje, y a la persona indicada. Me relajo. No pude haber encontrado terapia mejor que refugiándome en los lindos caracteres del procesador de textos. Ya no lloro.

Sigo en la inercia de escribir palabras, por fin tuve el valor de dejarle una canción como mensaje en el teléfono, de decirle las dos palabras más difíciles que pueden decírsele a alguien, y que no se le dicen a cualquiera.

Sí, yo sé que esta entrada debería de ir en mi blog personal y no en el de opinión, pero en serio: vaya de aquí un consejo a cualquier alma adolorida: azótese usted, considere que su vida es una mierda, que usted mismo o misma es una mierda, que usted tuvo la culpa, y un largo etcétera de situaciones dolorosas que le hagan recordar lo miserable que se siente en este momento.

Llórele, suelte el moco, el grito y el berreo... pero luego escriba en su blog -si no tiene, hágase de uno-, o en su diario, o haga una carta como si se saliera de sí mismo y comenzara a verlo todo desde fuera: así lo hice yo. Y véame ahora, el dolor casi se ha esfumado. No del todo, pero he dicho por escrito lo que callé estando frente a su cara, y se lo he enviado. Ahora y por lo pronto estoy satisfecha. Que ruede el mundo mientras tenga yo una computadora en frente. ¡Sí señor! Escribir es de valientes, de cojonudos como yo que los tengo invisibles pero palpables.

Viva la alegría de escupir letras, y salud por todos los que un día me dijeron: "Escribe siempre, no dejes de escribir porque algún día eso te salvará la vida"


Hoy ya lo hizo.


*

1 comentario:

Ondina dijo...

Escribir salva la vida, rompe el silencio, propicia el diálogo... aunque a veces duelan las respuestas. Así es como tiene que ser.