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jueves, 7 de enero de 2010

Calderón, Arce y otras bellezas

Últimamente me la he pasado haciendo trabajo de escritorio en casa, mismo que me permite estar al tanto de la red y de las cosas que empiezan a tener eco en las redes sociales, y como desde hace tiempo he estado queriendo hablar de ello, creo que ha llegado el momento.

El día de ayer nuestro presidente envió un mensaje a la nación con motivo del año nuevo, y claro, como era de esperarse, el mismo debería estar cargado de esperanza y optimismo para que la gente que le cree todo a la tele, y que lamentablemente es una buena parte de la población, se estuviera tranquila y siguiera pensando que si el efe lo dice, por algo habrá de ser.


Escuchar a Felipe Calderón con su acento mezcla de político tradicional y sacerdote de pueblo, no sólo fue un insulto para mis oídos, sino que un descarado escupitajo en el rostro: me remonté a la primaria, con los ojos bien blanquitos y el alma buena, pequeñita, con mochila en la espalda y vestida de blanco el lunes para la ceremonia, escuchando a la nefasta de mi directora hablando hipócritamente de los héroes que nos dieron patria, creyéndomela todita y soñando con algún día alcanzar la altura moral de alguno de ellos.

Sin embargo ya no soy esa niña: tengo los ojos amarillentos por la sobreexposición al estudio y al sufrimiento, el alma buena desgarrada y en reconstrucción permanente, mujer adulta, con mi propia historia en la espalda y vestida de negro porque así me gusta. Ahora escucho hablar del hiper-mentado Bicentenario, esa celebración contra la cual tengo una afrenta personal, esa celebración que le roba tiempo y recursos a lo verdaderamente importante, esa celebración de la cual no quiero formar parte y de la cual no me puedo salvar del todo.


Sé que me he propuesto este año nuevo defender lo que quiero hacer de mi vida contra viento y marea, y que si el año pasado parecía quijotesco tener pensamientos positivos ante tanta adversidad, en este año la aventura es poco más que kamikaze, pues la situación del país está en pleno retroceso, el futuro se vislumbra en medio de paraísos fiscales y de especulación de la bolsa, más pobreza, más violencia, más planes sin escrúpulos para cuidar que la riqueza siga quedando en manos de los mismos de siempre, mientras que el resto somos meros espectadores de un montaje macabro.


¿De algo habrá servido el "Maratón Guadalupe Reyes"? Si usted lo acostumbra y se avienta la borrachera y el despilfarro desde el 12 de Diciembre hasta el 6 de enero, ¿ya está listo para enfrentar una cruda...? ¿Una muy cruda, crudísima realidad? Puede que no, por eso hay que irse de mezclilla al trabajo todos los viernes, y no dejar la sanísima costumbre del "viernes social" con los amigos de parranda, la chela del fin de semana o el pisto del mediodía, ¿o no?


El Zeitgeist* de nuestro tiempo está repleto de frivolidad, acelere y evasión. Cuenta de ello la dan los dos ritmos de moda entre las clases sociales más populares: el reggaetón y el duranguense: si todo ritmo de baile tiene que ver con las pulsiones del cuerpo, y concretamente con la pulsión sexual, este par resume la furia y la prisa con que los individuos quieren acercarse sexualmente entre ellos: ¡tacatatán!, movimiento frenético, sudor, exhibicionismo, ausencia de vínculo emocional, hedonismo puro. Y si entramos al detalle de las letras, habría motivo de discusión de otro post completo, el cual de antemano prometo.


Tampoco quiero decir que los tiempos del danzón eran mejores, pues la insatisfacción sexual de los individuos no tiene que ver con qué tan recatados y prudentes o aventados y locos sean los bailes de la época, sino con esa ausencia de vínculo afectivo que cada vez existe menos entre la gente no sólo para irse a la cama, sino para todo tipo de relación humana: de amistad, de trabajo, incluso de sangre.


El caso es que estamos culturalmente enfermos, contaminados, nos ha atacado un extraño virus más difícil de estudiar que el mismísimo AH1N1 que tanto dio de qué hablar en tiempos recientes. Son unos pocos los que valoran más el dinero que la vida, por eso es que los secuestros en todas sus modalidades son el negocio de moda. Nuestras calles ya claman por ver sangre en la portada de un periódico y tetas en la foto de al lado.


¿Quién nos llevó a agotar como chacales los diarios de nota roja y las revistas pornográficas de la más baja calidad? ¿Es que el pueblo pidió todo esto siempre y generosamente nos fue otorgado, o es que en realidad fue estratégicamente creada esa necesidad de sangre y semen mezclados en un mismo coctel? Somos todo lo que vemos, lo que oímos, lo que decimos y lo que creemos, somos lo que consumimos y lo que nos acostumbramos a demandar así no sepamos qué consecuencias trae eso. De ahí que el caso Esteban Arce sea un ejemplo importante en estos momentos:


El tipo en cuestión es un señor de esos que se quieren sentir jóvenes buena onda toda su vida, pero que en el fondo están más frustrados y amargados que nada. Yo lo escuchaba en mi época de secundaria en WFM, cuando junto a Jorge, El Burro Van Rankin conducía un irreverente programa. Después saltaron a Tele Hit con su programa El Calabozo, que era divertido por lo novedosa que de alguna forma resultaba su irreverencia... bueno, yo tenía poca edad y menos actitud crítica entonces, por eso me divertía. Ahora es titular de un programa que es mezcla de noticiario y revista, El Matutino Express, en donde poco a poco ha ido cobrando una fuerza de audiencia impresionante.


El asunto es que recientemente se habla de un programa que salió en diciembre del año pasado, en donde se la pasó cuestionando si la homosexualidad era "normal", súper metido en la necia de que no lo era, de que es una perversión, así, igual de cerrado que Serrano Limón en sus mejores tiempos. Por supuesto que entre la comunidad LGBT tuvo un impacto tremendo, y también entre aquellos que no pertenecemos a ella, pero que igual defendemos el derecho a tener la preferencia sexual que a uno le plazca.


Luego, por si fuera poco, en otra emisión se atrevió a hablar mal de José Saramago -por mucho, uno de mis escritores favoritos, con una visión y un talento que ya quisieran tener muchos-. El tal Esteban no lo bajó de "comunista recalcitrante", demeritando su obra y los premios recibidos como si él tuviera toda la verdad en la boca, y atacando desde su tribuna a "la izquierda de todo el mundo" como lo peor que le pudo pasar a la humanidad, diciéndonos hasta "lo que hay que leer"...


¡¡¡Bueno, pero es que entre éste y Calderón nos quieren ver como una bola de niños vestidos de blanco en ceremonia de lunes!!! ¡¡¡Gargantúa y Pantagruel, para todos ustedes!!!


Luego, en una crítica un tanto...mmm...apasionada a mi parecer, el estudioso de la televisión Álvaro Cueva, "defiende a Esteban Arce por ser homofóbico", diciendo que es un escándalo planeado, que todos nosotros somos unos exagerados por criticarlo a él y no al Cardenal Norberto, quien desde su posición política-religiosa, ha atacado sin miramientos la nueva ley que permite el matrimonio gay en México. Cueva dice que no hay que ser, que Arce es "es una criatura vulnerable con otro tipo de antecedentes, es alguien ideal para esta clase de escándalos". Puede ser, yo respeto la opinión del señor Álvaro, pero si es muy difícil tirarles a las escopetas, lo es mucho más tirarle a un tanque de guerra.


Empezar a denunciar por medio de la red, que empieza a ser el único recurso en el que se puede ser crítico y libre en muchos aspectos, es una oportunidad que debemos aprovechar para que cualquiera que piense que puede insultar a quien se le dé la gana sólo porque tiene el poder de un medio masivo, se lo piense dos veces, así que si esta vez le tocó a Esteban Arce, pues que asuma las consecuencias de no cuidar su grandísima bocota, y cual Reina de Corazones de Carroll, ¡que le corten la cabeza!... al menos del programa.

-¡¡Qué hermoso país seríamos si cada quien se hiciera responsable de lo que dice y de lo que puede provocar en los otros!! Habría muchos menos corazones rotos, me queda claro...o al menos sanaríamos mucho más pronto...-

Y bueno, que no se trata de darle fama al baboso este, ni de un escandalito de esos que se olvidan con el tiempo, no. En la televisión están sucediendo cosas muy graves, y si nadie abre los ojos y dice: "aquí ya se pasaron de la raya", vamos a seguir teniendo la basura de programas que vemos todos los días.


Y perdóneme, señor Cueva, pero en su programa del 28 de noviembre usted mismo denunció a los programas que hacen burla de las minorías, yo le aplaudí su valor y en unos minutos supe que había sido víctima de la delincuencia. Esa cadena de sucesos me aterró de entrada, soñé feo, ya para qué le cuento... pero me hizo pensar mucho en qué tan valientes debemos ser, qué tan unidos debemos estar tanto "los más respetados comunicadores de nuestra nación", como los que nada más tenemos un bloguito ahí...


Hay que decir las cosas, ya sea que quienes opinamos diferente a la mayoría tengamos un "tercer ojo" o no, que quienes estemos a favor de la libertad de expresión siempre y cuando se haga con argumentos inteligentes, seamos amargados o no: hay que decirlo.


El supuesto humor que se maneja en este programa y en tantos otros de las dos grandes televisoras del país, es el que nos pone una verdadera cortina de humo para que sigamos riéndonos de nuestros propios problemas, de nuestras propias carencias, pensando que todo está bien como está, que lo que está mal no está en nuestras manos, y que la risa es la única forma de sobrevivir ante el holocausto al que nos están orillando nuestros gobernantes.

Yo no digo que haya que perder el sentido del humor, pero insisto una vez más: ¿dónde vemos eso que nos hace reír? ¿de dónde viene eso que se ve tan bonito? ¿qué pretención hay detrás de tanto trabajo y gasto de producción?

Entre programas como El Matutino Express, TV de Noche y otros tantos, aunados a la magna celebración del dichoso Bicentenario, estamos hasta el fondo del hoyo, pero no conformes, aún le escarbamos más.




*Clima intelectual y cultural de una era

domingo, 7 de junio de 2009

Decálogo del taxista

Soy una asidua usuaria de los taxis. Por eso nunca me rinde el dinero, porque siempre ando a las prisas y corriendo de un lado a otro. De esto ya son varios años, así que creo tener la suficiente autoridad como clienta frecuente, para hacer recomendaciones para quienes, ya sea por gusto o por necesidad, han decidido recorrer las calles para transportar a la gente presurosa como lo es una servidora.

Los primeros cinco puntos son indispensables para brindar un servicio mínimo de calidad:

  1. No ponga en riesgo la vida.- Esto implica respetar las reglas de vialidad, como son semáforos, señalizaciones, días de descanso obligatorio, los sentidos de las calles, a los peatones y a otros conductores. Por ello debe abstenerse de provocar posibles broncas o hacer caso a provocadores. Usted como chofer de taxi debe poseer un temple inquebrantable, y además cuidar de no beber si va a conducir, mucho menos usar drogas para mantenerse despierto. Respete sus horas de sueño y no salga a trabajar si no se siente en buenas condiciones de salud, ya que eso pone en riesgo tanto a su pasaje como a usted mismo. Tampoco hable por teléfono mientras conduce, ya que suele ser incómodo para el pasajero escuchar conversaciones personales mientras lo ve conducir con una sola mano. Evite sanciones y en lo posible cualquier tipo de distracción peligrosa: el teléfono es una de ellas. Mantenga sus papeles en regla y de preferencia su nombre y su foto a la vista, eso brinda seguridad.

  2. Pregunte la ruta preferida.- Cuando un pasajero aborda el taxi, tiene generalmente un destino fijo. Muchas veces ya se sabe a dónde se va y cómo se llega. Preguntar por dónde prefiere que se vayan es mucho mejor que decidir arbitrariamente la ruta. Si el pasajero ignora la ubicación del lugar, haga usted lo posible por tener a la mano una guía de la ciudad y decidir junto con su cliente el camino más corto. No maree a sus pasajeros con tal de dar más vueltas y hacer correr más el taxímetro, si usted conoce el rumbo, bríndele confianza y conduzca con la seguridad de estar ofreciendo un buen servicio. Si se está quedando sin gasolina, pregunte si no hay inconveniente en pasar a cargar antes, y ponga en marcha el taxímetro sólo cuando salga de la gasolinería. Si considera que no le va a alcanzar para llegar al sitio requerido, mejor no se arriesgue, y si por error o sin más remedio le toca algún congestionamiento vial, mantenga la calma. Un taxista debe estar preparado para abstenerse de tocar como desesperado el cláxon, y de murmurar o gritar improperios por no soportar este tipo de situaciones caóticas.

  3. Haga el intento por no conversar.-Puede que a usted le guste mucho comunicarse, pero tome en cuenta que no toda la gente está dispuesta a platicar en todo momento. Estudie la disposición del pasajero si usted quiere hablar, haga unos cuantos comentarios de rigor y si son fríamente contestados, significa que el cliente quiere pensar mientras viaja, leer o simplemente estar callado. Si el pasajero comparte su afición por platicar, o él mismo inicia la charla, dirija la conversación hacia algún problema de interés común. De preferencia no hable de su vida personal a menos que su pasaje se lo permita, y si es su cliente quien le habla de su vida privada, escúchele atento, y sea cuidadoso en emitir sus opiniones si éstas le son requeridas. Tampoco hable de religión, política y fútbol, debe saber que esos son temas escabrosos que causan conflicto muy fácilmente, pero si por casualidad se encuentra envuelto en una discusión de ese tipo, respete las creencias de la otra persona, o como quien dice "déle el avión", "por su lado". Usted no está para evangelizar, concienciar políticamente o convencer a nadie de lo que usted cree que es lo correcto, para eso hay otros espacios, si ese es su verdadero interés. Entendiendo eso, su charla será más amena y aprenderá mucho más de la vida si escucha más de lo que pretende hablar.

  4. Sea un buen conductor.- saber manejar implica muchas más cosas de las que usted se imagina: ser un buen conductor va desde saber llevar bien el volante hasta mantener una velocidad adecuada y tener presente en todo momento que usted está transportando seres humanos, no bultos de comida para perro. Recuerde que en su mayoría, quienes tomamos un taxi es porque llevamos prisa, así que piérdale el miedo a la calle y no maneje como abuelito con reumas, créame que es desesperante y no faltará quien le pida que aumente su velocidad porque se le hace tarde. Si eso sucede, acelere con moderación, nunca vuele ni rebase a menos que tenga la pericia necesaria para conducirse por la gran ciudad, y si es usted un aventurero arriesgado, tenga en cuenta que el pasajero puede agradecer su osadía si el tiempo es apremiante, pero también puede sentirse asustado si lo ve conducir como si en ello le fuera la vida. Avise lo que va a hacer y pida permiso, recuerde que aunque usted sea el dueño del coche, en ese momento está sirviendo a alguien más.

  5. Respete al pasajero.- ese es el punto crucial para brindar un buen servicio: no trate con demasiada confianza a alguien que apenas acaba de conocer, no importa la edad que sus clientes tengan, nunca les hable de "tú", ni les haga bromas. Si no se siente capaz de entablar una conversación amable sin que ésta suene confianzuda, mejor guarde silencio y hable lo indispensable. Créame que uno agradece más un conductor callado que uno que nos haga sentir acosados. En tiempos de inseguridad latente, un taxista que bromea, hace observaciones sobre nuestra belleza o hace insinuaciones sobre nuestro estado civil o laboral, provoca desconfianza y ganas de bajarse en la siguiente esquina. No ponga espejitos estratégicos para mirar los escotes y las faldas de las damas, no intimide con miradas por el retrovisor, no pregunte a quién van a ir a ver o quién los espera en casa. Eso es algo que no le incumbe a menos que tenga otras intenciones, así que realice su trabajo con decencia, no degrade el trabajo de los taxistas si lo que usted quiere es conquistar mujeres o delinquir. Si usted secuestra, viola y asalta, no es un taxista, es un criminal, y si no lo es, no se comporte como si lo fuera. Tampoco intente vender productos, es muy molesto, ni coloque trucos al taxímetro para que cobre más dinero, eso es reprobable.

Lo anterior entra en el nivel básico. Ahora que si usted quiere brindar un servicio de excelencia, ahí le van las siguientes recomendaciones:


  1. Tenga buenos modales.- Dé siempre los buenos días, las buenas tardes o noches cuando alguien suba. Si el pasajero no es educado y no contesta el saludo, no quedará usted como un descortés. Algunos pasajeros son tímidos, bríndeles confianza con un "Con mucho gusto", "Estoy para servirle". Son frases simples pero muy poderosas. Cuando alguien sabe que está en manos de alguien a quien le gusta hacer su trabajo, se siente mejor, más seguro, más relajado. Dé las gracias, desee buena suerte al despedirse. Hay algunos que se despiden con un "Dios le bendiga", tampoco es malo, es cálido y deja la sensación de haber tenido un buen viaje.

  2. Hable sobre el problema del cambio.- A la mayoría de los taxistas no les gusta cargar con mucho efectivo, debido a que también existe el riesgo de ser asaltados. Eso está bien, pero si es el caso, sugiera que le paguen con cambio, así el pasajero tendrá oportunidad de decir si va a pagar con un billete de alta denominación. En ese caso, ofrézcase a cambiarlo cuanto antes en cualquier tienda o gasolinera, así tendrá la certeza de que el eterno problema del cambio estará resuelto antes de llegar a su destino.

  3. Tenga atenciones.- Preocúpese por la comodidad y seguridad del pasajero. Prevenga que nadie pueda abrir por fuera el auto, sugiera colocarse el cinturón de seguridad, acomode los bultos en caso de haberlos, de forma que no caigan o lastimen a nadie, pregunte si debe cerrar la ventanilla porque el aire puede molestar, pida disculpas si no alcanzó a ver un tope y éste lo hizo brincar. Abra la puerta, ayude a bajar las cosas de la cajuela, brinde un servicio amable y con una sonrisa, le aseguro que la carga será menos pesada incluso para usted si tiene una actitud fresca y positiva. De esta forma, hasta los pasajeros más insufribles serán sólo eso: pasajeros.

  4. Mantenga limpio su automóvil.- No fume, resista el hábito, ahora que si ya es un vicio, pida permiso antes o hágalo cuando vaya solo, pero procure limpiarlo constantemente para que no guarde olores y siempre esté impecable. No hay nada más agradable que subirse a un taxi limpio, que huela bien. Seguramente le tocarán pasajeros inconscientes que embarren su auto de sustancias inimaginables: son los gajes del oficio, amigo, asúmalos con entereza y resuélvalos con dignidad. No se puede andar regañando a los pasajeros porque azotan la puerta o porque ensucian los interiores, si eso sucede, ponga una cara elocuente de disgusto, a veces eso es más que suficiente para obtener la disculpa del otro, y si así pasa, acepte la disculpa amablemente, no caiga en ser grosero, como sea, son sus clientes. Procure ser tolerante hasta donde se pueda.

  5. Escuche música tranquila.- o en su caso, las noticias. Nunca tenga música alocada o a un volumen estridente, créame que aunque a los pasajeros les guste el mismo tipo de ritmos que a usted, le agradecerán más que el volumen sea moderado y que la música incite a la calma y no al desorden. No cante a menos que vaya solo. No dé la impresión de que usted anda en su casa rodante y que uno es sólo un intruso de su comodidad. Tenga siempre presente que usted es un transportador, está sirviendo, no está haciéndole un favor a nadie, no se comporte como un patán que manda, sino como un servidor que complace. Si no le gusta ese trabajo, búsquese otro, se lo digo en serio.

En fin. Yo suelo ser una buena pasajera. Respeto al conductor y a su auto en el agradecimiento de que me están llevando cómoda, segura y con rapidez al lugar deseado, pero entiendo que existen otras personas que abusan de ese servicio, lo cual no quiere decir que por ello todos seamos iguales.


Por fortuna he conocido taxistas que cubren todas las características anteriores, pero por desgracia son muy pocos, la inmensa mayoría tiene un defectito que corregir, por eso quise contribuir con estos "Diez Mandamientos", para que si alguien sabe de alguien a quien le pueda servir, sea tan amable de hacérselo leer.


El servicio de taxi se está haciendo cada vez más necesario en las grandes ciudades como la mía, y no quisiera dejar de preferir viajar así, sólo porque los caballeros -y algunas damas conductoras- no se ponen bien las pilas y no realizan su trabajo como el cliente desea.


También invito a los demás usuarios, que me digan si se me pasó algo, podría ser de mucha ayuda para perfeccionar este decálogo, que podría ser un buen manual de cabecera para todo conductor de transporte público que se precie de serlo.



*




domingo, 26 de abril de 2009

Caso aislado

Desde el mes de diciembre del año pasado me he estado enfermando de una gripe muy latosa. Nunca me ha gustado gastar dinero en doctores ni en medicamentos, y contrario a las indicaciones de todo el mundo, me automedico frecuentemente, utilizando antibióticos de vez en cuando, y analgésicos las más de las veces. Cuido, sin embargo todo aquéllo que entra en mi cuerpo procurando no abusar de nada, y usar la medicina de farmacia sólo como último recurso. Así es que a través de los años, mis males se han curado con tés, jugos y alimentos que recomiendan las abuelas desde tiempos inmemoriales: los médicos no me caen muy bien -qué ironía-.

Aunque últimamente la edad me ha pasado factura de varias cosas, y he tenido que cuidar mi salud con más detalle aún contra mi voluntad; las gripes son cosa de todos los años y nunca me han preocupado de más. Cuando una gripe me ataca, me pongo "flojita y cooperando", me entrego a ella y le digo "haz conmigo lo que quieras". Confío en mis anticuerpos y los dejo hacer su trabajo eliminando al virus y sus efectos en menos de una semana. Me ayudo con jugo de naranja, agua de limón y tés con miel. Hasta ahora me ha dado resultado.

Dice mi madre que no hay mejor cura para ciertas enfermedades comunes, que "el remedio de no te hago caso", y miren que lo he comprobado, pero eso no pasa así con la mayoría de la gente, que está muy paranoica por todos lados, se le ha inyectado una cultura del miedo en dosis muy pequeñas con el paso del tiempo, así es que de un momento a otro, cuando anuncian que una Gripe Mutante ataca a la Ciudad de México, no pasan ni veinticuatro horas y ya todo el mundo trae cubrebocas, no sale de casa y procura no tocarse ni besarse más que lo estrictamente necesario.

Yo no sé, pero la situación que se ha dado desde la noche del jueves pasado y hasta el momento en mi querido terruño, me parece un fenómeno digno de estudio.

Sin ir muy lejos, en casa lavamos cobijas, sábanas y desinfectamos todo con cloro cual si se tratara de luchar contra una bomba biológica (y lo justifico porque las gripes sufridas por los miembros de la familia habían tenido síntomas nunca antes sentidos), pero luego de tomar las precauciones mínimas, me preparé para salir a la calle. Estaba puestísima para ir a un espectáculo de cabaret que tenía muchas ganas de ver, y mi acompañante decidió quedarse en casa por miedo de traerle el virus a su familia. Me quedé frustrada por no tener carro, vivir lejos del teatro y guardada en casa. Ahí me enteré de que las clases se suspenderían por semana y media en todos los niveles educativos de la ciudad, que se cerrarán teatros, cines y museos, y que se cancelarán eventos masivos como partidos de soccer, conciertos y hasta las misas.

Me quedé en shock porque ahora que podría aprovechar que las calles están vacías, no puedo ir a un museo porque hasta va a haber operativos para asegurar que nadie salga si no es urgente. Inclusive se autoriza entrar a las casas en algunos casos, según lo que escuché en el comunicado.

No sé qué opinen, pero con la poca información que poseo del asunto, considero que es un plan muy macabro. Debe haber algo de cierto en lo de la dichoza Influenza Porcina (un virus que atacaba a los puercos y que mutó para infectar a los humanos, lo cual se ha vuelto mortal en algunos casos documentados), pero también hay mucho de manipulación política y de cosas raras. Se acercan las elecciones para diputados federales, y es mucha casualidad que sabiendo de la existencia del virus desde el año pasado según gente cercana que trabaja en hospitales, sea hasta este momento que se haya informado, y que se hayan tomado estas medidas tan drásticas para protegernos de algo que está cobrando dimensiones épicas con la opinión de la OMS y otras instancias externas.

Y es que hay muchas formas de amarrar a la gente: declarar cuarentena en la población por algo que aparentemente no es tan grave, atrapa tanto a los hipocondriacos como a los perezosos, que ahora tienen el pretexto idóneo para no asistir al trabajo, pero ponen en aprietos a otras personas que tendrán que cubrir doble turno, encargar a sus hijos a ver dónde o viajar en el transporte público teniendo asco de todos. A ver, ¿por qué no pararon las actividades productivas? Si el asunto fuera tan grave, lo harían. Esto huele más a un experimento social, algo que tenga que ver con el comportamiento de la gente en situaciones de crisis, medir el nivel de obediencia y las reacciones de las masas. Los comunicadores parecen cortados con las mismas tijeras, y el manejo que hacen de la información, realmente apesta.

Poco a poco irán saliendo esas cosas que están detrás de la Influenza y el pánico que ha causado en los habitantes de la capital y otros estados, pero de momento aunque parezca que sólo estoy especulando, basta con ver a los hijos pequeños de mis vecinos, jugando a que "ahí viene el virus", la aparición de cada vez más anuncios en la tele sobre productos de higiene y antibacteriales, la negativa de la gente a querer salir a cualquier lado, la cobertura especial en los noticieros, la escasez de cubrebocas, y su venta abusiva hasta en cincuenta pesos, cuando su costo promedio es de 3 a 10 pesos; para darse cuenta de que hay muchas cosas más allá de una bien intencionada acción para protegernos del contagio y prevenir gastos mayores por parte del gobierno.

Por lo pronto quedan todavía nueve días de cuarentena, toque de queda o como prefieran llamarle. Ya veremos cómo avanza, mientras tanto escuchen esto que han dado en llamar la Cumbia de la Influenza, una reacción más divertida a la situación que se está viviendo en el Distrito Federal, ciudad que cariñosamente llamamos Chilangolandia, y en donde surgen ideas desde lo más profundo de las cloacas.

domingo, 5 de abril de 2009

¡Dale, dale, dale!

(Breve estudio antropológico de una fiesta infantil)

El día de ayer acudí a una fiesta de niños. No importa tanto quién la organizó, de quién era el cumpleaños o los chismes menores a que podría referirme, sino la cantidad de cosas interesantes que sobre el ser humano y las tradiciones mexicanas reaprendí con mi asistencia a regañadientes.

Yo no sé si fue la tremenda gripe que se ha ensañado con mi vida últimamente, que me mantuvo alejada de la gente en el papel de mera observadora, lo que me hizo tener los ojos más alertas que de costumbre a todo cuanto pasaba a mi alrededor. Resignada a no poder abrazar a los sobrinos, amarrada a un paquetito de Kleenex y sonándome los mocos a cada rato, me dispuse a mantener mi virus fuera de la burbuja social.

Esto fue sólo el comienzo, ya que el no acercarme a saludar a medio mundo, o marcar distancia con la mano estirada, me hizo parecer que iba en plan de diva, ganándome así murmullos y miradas desconfiadas de la gente que no comprende que saltarse un protocolo tan simple como saludar de beso, no siempre obedece a actitudes mamonas, sino a precauciones más nobles.

Después de eso me dispuse a ver el show del mago, que por cierto, me cayó muy mal. Como cuatro veces se refirió a sus jóvenes ayudantes diciendo "Ya ven que los niños con Síndrome de Down sí sirven para algo". Me pareció una barbaridad. Por fortuna no había nadie con tal defecto genético en esa fiesta, pero creo que el maguito debería cuidar su lenguaje para no llegar a ofender a nadie.

Creo que de sus chistes sólo se reían quienes iban con la plena convicción de que tendrían que reírse, gente a la que le gusta que la entretengan, y de quienes mi poca disposición a la comedia esa tarde, no lograba comprender sus carcajadas. Lo único lindo de todo fue la inocencia de los niños, en su mayoría preescolares, que se creían las gracias del mago y se sorprendían con sus trucos...si bien sigue sin gustarme que utilicen animales para hacer lucir los actos, sé lo bien que eso vende entre los niños pequeños.

La hora de la comida llegó entonces: efectivamente había más adultos que menores, devorando en pantagruélica algarabía las carnitas que los anfitriones ofrecieron a sus invitados, y que mi falta de olfato me impidió degustar con la alegría que hubiese deseado.

Con la barriga inflada de tan masoquista alimentación, con los labios hinchados por abusar de lo picoso de la salsa, y uno que otro cinturón desabrochado para dejar escapar el gracioso eructo, así terminó la mayoría de la gente contagiándome el sopor de la sobremesa, que duró un tiempo incalculable, mientras yo me concentraba en mirar la diferencia de clases que se veía en los niños que brincaban en el castillo inflable. Tal diferencia no estribaba en las marcas de los zapatos que había en el suelo, y de los cuales tenían que despojarse para no romper el juguetote, sino más bien en el comportamiento que daba cuenta no de su estrato social, sino de su educación. En tal cosa radica la clase, en mi muy personal punto de vista.

La hora de la piñata, sin embargo, fue lo más interesante. Como siempre, es el momento cumbre de toda fiesta, luego de hacer algún intento, fallido o no, por estampar la cara del festejado o festejada sobre el pastel, y cantar Las Mañanitas en el entendido imaginario de que si no se canta, no se tiene derecho a una rebanada.

Pero el golpear a la piñata es un éxtasis no sólo para los niños que descargan su natural violencia contra una materia que no siente, sino también para algunas madres de familia, que parecen no haber tenido infancia. Nunca falta un grandulón o grandulona que no ha comprendido lo ridículo o ridícula que puede verse al lado de los pequeños que temen el momento en que lluevan dulces, a sabiendas de que serán masacrados por quienes actúan como si llovieran pepitas de oro.

Para quien no sepa de lo que estoy hablando, ésta tradición navideña se ha extendido a casi todo tipo de fiestas en donde haya niños involucrados, particularmente cumpleaños. Se trata de una figura de barro o cartón, a la cual se le dan golpes con un palo de madera hasta que se rompe y deja caer su contenido al suelo. Generalmente son dulces, fruta o juguetes.

Lo que no me gusta de esto, es que la gente se avalanza como si en ello le fuera la vida, madres de familia incluidas, con un pie adelante para agandallar cualquier cosa que puedan recoger para sus polluelos -o para ellas mismas, si es que son golosas- y si a la dichosa figura se le cae un brazo o una pierna de cartón, corren a recoger la basura como si se tratara de la última Coca Cola en el desierto. No me lo explico.

La única conclusión a la que puedo llegar es que es una representación de lo que puede obtenerse pasando por encima de los otros, arriesgando la vida por una golosina o un trozo de cartón, pues en medio de la euforia, quien está pegando a la piñata en turno, no mide la fuerza. La gente se expone a un batazo en plena cabeza. Y una vez que cae el contenido de la piñata al suelo, el chiste es no dejar nada, no escoger a ver qué premio te gusta o no te gusta, el chiste es apañar todo lo que tus manos y brazos abarquen - y en algunos casos, la panza y las piernas-. Es inconcebible. No me gusta ver cómo las mamás más decentes, esas que cuidan el impulso de sus pequeños y los previenen del peligro, se quedan con las últimas migajas, tal vez lo que rebota hasta sus pies, y mirando a sus hijos insatisfechos por tener en manos un sólo dulce. No es justo.

La alegoría de la piñata reflejada en la vida misma me hacen pensar que cuando me sienta enferma, mejor no voy a ningún lado, porque pensar de más siempre me hace sufrir...aunque nunca puede ser tan malo...