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martes, 24 de noviembre de 2009

Entre intelectuales te veas

Todavía en medio de la oportunidad decisiva de elegir ser una académica brillante y una cabaretera de reputación difícil, esta semana empecé a asistir a un foro de discusión interdisciplinaria e interinstitucional, en donde el tema principal sería la violencia de género.

Sobre ello ya hablaré más ampliamente, ya que casi nunca es posible expresar desde el público asistente, las propias conclusiones en tiempo y forma que requerirían mínimamente. El punto no es ese, el punto es darme cuenta del tipo de gente que son quienes van a esos lugares.

Afortunadamente no es el primer ciclo de conferencias, congreso, foro o espacio de debate al que he asistido, así que tengo una referencia muy amplia, y puedo decir que siempre hay una constante en ellos, y que por desgracia sigo confirmando en cada oportunidad que me doy de asistir a algún evento académico: la gente va en su mayoría por la constancia curricular, así como van a la escuela por el título, o al trabajo por el cheque. Es desesperante la actitud de ya saber de antemano todo lo que están diciendo los ponentes, darlo por hecho, no hacer anotaciones, no hacer preguntas, y limitarse a escuchar o a comentar las mismas conclusiones a las que ya se habían llegado en la mesa, dando la impresión de que nunca estuvieron atentos y de que eso ellos ya lo habían pensado antes.

Me ennerva escuchar cuchicheos que nada tienen que ver con la discusión que nos trae a reunirnos en este sitio, y ver a los alumnos tomar parte en labores serviles como preparar el café y registrar a los asistentes, relegados a un papel secundario de manera tan arbitraria, que al cerrar el foro, un maestro dijo: "Me da gusto que esto lo hayan organizado nuestras alumnas de la maestría ellas solitas, prácticamente no necesitaron de ningún adulto." (¡¡¡!!!) ¿O sea que las alumnas de la maestría son qué? ¿Niñas? ¡Es horrible! Por eso no avanzamos, porque el comentario del profesor le vino a dar al traste a tanto esfuerzo de las compañeras, y que yo personalmente no pude dejar de aplaudir y reconocer como valioso.

Apartada de la vida social, me pregunté una vez más, ¿por qué no encajo? ¿por qué no he hecho la plática con nadie, no he encontrado alguien con quién compartir la opinión de lo que se está charlando acá, y que es tan verdaderamente preocupante desde el lugar que como mujer ocupo en esta sociedad, y que como madre de una mujer también, me interesa sobremanera... bueno, pues porque la primera vez que intenté establecer relación con una chica, lo primero que saltó a decirme por delante es que estaba haciendo el doctorado en este tema, y que casi casi se llevaba de a piquete de ombligo con las top top top del PUEG (Programa Universitario de Estudios de Género), en donde trabajan las más destacadas feministas y estudiosas del tema en este país.

No pude pasar más allá. La mujer unos cuantos años más joven que yo, estaba instalada en hablar de sí misma y de su intachable vida académica, antes que debatir en corto, en un descanso, acerca del tema que, supuestamente, es fundamental en su vida. Me dejó con la palabra en la boca en cuanto se desocupó una de las ponentes y pudo acercarse a hacerle la barba. Me pareció patético... como patético me pareció escuchar a un maestro de la universidad, viejo lobo de mar, abordar a una de las estudiantes y preguntarle qué estudiaba. La joven le contestó que ella venía de otra universidad, y que estudiaba Estética. El arrogante profesor la sorprendió con la típica pregunta del que se siente experto en su ramo y que es de lo único que puede hablar medianamente bien: "¿Y cuál es tu corriente filosófica?"

Yo me esperaba una respuesta más inteligente de la chica, que en su afán de no parecer tonta, lo pareció muchísimo más al contestar: "¿Eh...m-mi corriente filosófica? Ehm... pues... yo estudio estética, lo que estudio no tiene nada que ver con esto, de hecho... aunque esto me ayuda mucho porque necesito que me baje a tierra, que me haga preocupar por los otros..."

Y bueno, así como esas cosas, me resistía de plano a escuchar más, porque estábamos en un foro en donde se hablaba de la tolerancia, del respeto, de la sana convivencia y otras cosas más profundas, pero todo el mundo parecía estar en su onda. Tan solo la misma chamaquita esa que "estudia estética", se acercó a la cafetera y dijo realmente ofendida: "¿Pero cómo? ¡¡YO SOY de las organizadoras y no alcancé café!!" ... verdadera tragedia.

Como siempre, aprendí mucho, recordé muchas cosas, reflexioné mucho más con los puntos de vista y los estudios de los ponentes, pero en la práctica, me costó mucho no tener ganas de echar insecticida para eliminar a unos cuantos bichos que en lugar de poner atención y aportar algo al foro, se la pasaban comadreando o mascando chicle. Y es que decir "Tolerancia, respeto y sana convivencia" se dice fácil, pero no hay que hacerse de la vista gorda, la cosa no es nada sencilla, y no es que nadie haya dicho que lo sea, sino que para llegar a ese nivel hay que primero aprender a ser nosotros, y casi nadie lo hace, todo el mundo pretente, casi nadie es honesto y casi todos disimulan y fingen ser otra cosa.

Por eso el foro me ayudó a afirmarme en mi búsqueda personal: ser intelectual, hablar como tal o parecerlo no son una meta en mi vida. Si lo soy, se van a dar cuenta por lo que haga y diga en un teatro o en una conferencia magistral. El mundo intelectual, como el del arte, y el que gusten y manden, no está exento de hipocresía y de prepotencia, de abuso de poder y de mediocridad; en todos lados entran las ratas, y como ya lo dijo Saúl Hernández: "acuérdate que las ratas, no tienen alas...". Por fortuna, creo que yo sí tengo.



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viernes, 28 de noviembre de 2008

Educar la mirada... lo que no se dice, pero se ve.

El título de este blog y la temática del post anterior era la ceguera, así como la intención de querer mirar aunque sea un poco más allá a través de una cualidad de tuerto entre tanto invidente. Pero no había pensado en términos de Educar la Mirada, título de un seminario que vino a dar a mi Universidad, la reconocida investigadora argentina Inés Dussel en compañía de Patricia Ferrante y que concluyó el día de ayer.

Debido a que empezaba el día lunes y se me hacía imposible faltar a mi clase porque debía entregar un trabajo, y que el jueves había una conferencia magistral sobre la educación por competencias (totalmente actual); decidí no inscribirme en él aunque me interesaba demasiado. No me había percatado de que la propaganda decía "A la Comunidad Académica", es decir, que sólo era destinado a los profesores e investigadores de la UPN.

Sin embargo el martes salí temprano de clases y de un edificio a otro, mi compañero y amigo Moisés, me saludó de lejos. Cuando vi en dónde se encontraba, debido a que había un cartel del evento pegado afuera, decidí acercarme y preguntar si todavía era tiempo de inscribirse y participar. Mi amigo que es alumno y fotógrafo, y que de algún modo se había incorporado al evento, me presentó a la organizadora, quien me preguntó cuál era mi nombre únicamente como un dato para saber si le sonaba conocido... como no fue así, se limitó a decirme que sólo me aceptaría como oyente. Accedí a la propuesta en el entendido de que el cupo era limitado y la ponente, importante.

No dudé en participar desde la primera oportunidad, pues el tema me apasiona y he pensado mucho al respecto. Tal vez debido a que no llegué a la primera sesión y no hubo tiempo de presentarme, mis participaciones enontraban eco en el vacío y en ocaciones alcancé a sentir como que eran ignoradas por la mayoría. De principio comencé a sentirme una tonta, creyéndome el entendido imaginario de que por ser una estudiante no estaba a la altura del pensamiento de aquéllos maestros que tomaban el curso... pero después me di cuenta de que no era cierto. Yo no estaba diciendo cosas más tontas que las que ellos decían, e incluso a veces repetían mi idea inicial sólo que con otras palabras.

La maestra que me aceptó como "oyente" (es decir, que oye sin decir nada); me dijo el primer día, tras notar mi atrevimiento al hablar: "¿Vas a asistir al resto de las sesiones? Entonces te entrego constancia, pero si me fallas un sólo día, ya no te entrego nada"

Sumisa contesté que sí, que mi intención era participar los tres días restantes, de un total de cuatro. Lo siguiente no se lo dije, pero lo pensé: "si además de darme la oportunidad de aprender, me regalan un papel que lo hace legítimo, para mí está más que perfecto".

Vinieron las dos sesiones siguientes y seguí participando. Comenzó a importarme menos el hecho de que los presentes pudieran preguntarse internamente "¿Ésta quién se cree? ¿De dónde diablos salió?" Hubo profesores que sólo vi en una sesión o en dos, y que seguramente, recogerán constancia y se pararán el cuello diciendo que conocieron a la Dra. Dussel y aprendieron mucho de sus investigaciones, pero no estuvieron presencialmente ni aportaron nada en la retroalimentación.

Ese último día, la misma maestra que me había prometido la constancia, me abordó para decirme "Finalmente lo lograste, ¿verdad?"

En el momento no entendí lo que aquélla frase quería decirme. ¿Logré exactamente... qué? ¿"Salirme con la mía"? ¿Colarme en un evento diseñado únicamente para los académicos, cuando el papel que se les designó a los alumnos fue el de sirvientes, preparando el café y cargando las galletitas?

No me pareció justo en lo absoluto. No me considero una tonta por el simple hecho de apenas estar estudiando una licenciatura. Estos espacios deberían dejar de ser tan elitistas, y los maestros callarse la boca y no llenarse de discursos de inclusión, respeto y tolerancia que sólo son palabrería vacía.

La Doctora y su asistente, sin embargo, me trataron igual que a todos ellos, no sentí discriminación alguna, y al parecer se fueron satisfechas diciendo que habían aprendido mucho de esta experiencia. No lo dudo: espero que hayan podido ver la arrogancia de ciertos sectores de maestros (no son todos, por supuesto), que se creen que por tener un título de maestros o doctores, están perdonados de tener que aprender cosas nuevas. Nadie hizo preguntas, no externaban dudas, sino opiniones -yo me abstuve un poco por prudencia-, pero todos llevaban la actitud de "entiendo perfectamente", "eso yo ya lo sabía". Sólo uno de ellos tuvo la decencia de agradecer el curso, cuando los demás se querían poner "al tú por tú" en conocimiento con la invitada. ¡Por favor! Yo aprendí muchísimo, se me espantaron ciertos demonios que me jalaban el pelo de noche, y no precisamente por ser una alumnita inculta, sino porque la verdadera intención del seminario no era otra que esa: aprender.

Yo no sé... no quiero que el presente escrito suene despectivo o sentido, porque nunca he sido de tomarme las cosas muy personales, pero sí me valgo de este mi espacio, para denunciar la realidad que existe entre los sectores docentes de la mayoría de las instituciones públicas (y no sé si también privadas) de mi país. La UPN me ha dado enormes satisfacciones, y estoy convencida de que es la institución de donde salimos preparados los mejores pedagogos, pero por desgracia la brecha generacional todavía pesa mucho. La gente en general necesita sentirse importante al menos por instantes poco duraderos, ejercer cierta actitud de poder a la primera oportunidad, no importa si eso los hace caer en la incongruencia entre sus palabras y sus actos.

De este modo urge educar los ojos de los maestros, la visualidad de la que hablaba Dussel, el punto de vista, la postura que se toma para mirar. No hay que ponerse en el centro del panóptico y sentirse el vigía que ascendió a ese puesto para nunca bajar. Hay que dejar los binoculares para ver de cerca, agacharse a mirar con la lupa, quitarse los tacones y ponerse zapatillas deportivas de vez en cuando, sentirse de nuevo aprendiz y no catedrático.

Pienso dar un curso para profesores que aborde esta problemática, y de entrada no condicionaré las constancias, pediré llevar jeans y zapatos bajos como único requisito.

Los maestros presumen diciendo que les encanta aprender de sus alumnos, pero siempre y cuando esta acción no sea voluntaria, siempre que el dichoso aprendizaje sea una chispa de iluminación que ellos captan de algún comentario inocente o de alguna acción reveladora; pero una vez que haya una estudiante que esté explícitamente ahí para enseñarles algo, a ver cuántos van, y cuántos continúan hasta terminar el curso.

Todavía es un proyecto en la mente que me surgió a partir de esta experiencia, y que pienso llevar a cabo en algún momento no muy lejano. Ojalá pueda surgir algo bueno, porque el sistema docente de mi país parece haber criado cuervos en vez de alumnos, aunque yo no diría que fuimos nosotros precisamente quienes les sacaron los ojos, pero fueron ellos mismos quienes los cambiaron por ojos de vidrio, tan fríos y endurecidos, que de nueva cuenta hace falta hacer sangrar.