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lunes, 13 de septiembre de 2010

Reggaetón, sexo y juventud

Hace unos cuantos días acudí a un antro de esos en los que, a menos que llegues en Hummer o vestida como prostituta, tienes que hacer cadena.

Hacía mucho que no presenciaba que a alguien le dijeran "pinche naco", "mugroso malvestido", "gato" y otros piropos como pretexto para no dejarlo entrar. No fue agradable, pero (a no ser que deseara tener el mismo destino) sentí la necesidad de fingir indiferencia para no solidarizarme explícitamente con aquellos que seguramente, al igual que todos, llevaban dinero para gastar y ganas de pasarlo bien.

Luego de esperar alrededor de 10 minutos, "el Brian", chico de unos veintidós años, radio comunicador en mano, hiper delgado, rubio y con brillantito en la oreja, cansado de echarnos miradas a mi amiga y a mí para ver si respondíamos a su coqueteo, retiró la discriminatoria cadena disfrazada en terciopelo rojo y nos dejó pasar porque teníamos reservaciones.

No imaginarían esos tipos de afuera que este par de damas cuya apariencia podría ser la de dos monjas, (en comparación con los vestidos sensuales que vi en el baño) sabrían moverse mejor que cualquier rebote de escote o sacudida aburrida de trasero en minifalda. Ahí estábamos nosotras, tomándonos un descanso del trabajo, y festejando mi cumpleaños una semana después.

No faltaba el guardaespaldas de alguien, que con tal de ligarse a una nena, alardeaba pasándose el brazo por la nuca, con cuya acción dejaba ver el pistolón detrás del cinto (seguramente inversamente proporcional al que usted y yo sabemos). Tampoco los que se sienten inmerecidos, ¡infinidad de ellos!, y afortunadamente los más aquella noche, quienes van a lo que van: a bailar y a disfrutarse.

El caso es que, aunque nada escapa a mi -cuasi obsesiva- observación antropológica, tampoco yo pude escaparme y ¡¡bailé reggaetón!! Que ¿por qué la sorpresa? Pues porque, junto con la música de banda, este forma parte de mis géneros musicales menos favoritos, por no decir que prácticamente ¡no los soporto!

Lo bueno es que el festejo aquél me sirvió para hablar aquí de un tema que he venido prometiendo desde hace mucho, y sólo después de haber superado mi prejuicio, recordando que hay algunas cosas reggaetoneras que SÍ me gustan, es que me siento lista para hablar desde una percepción más amplia mi opinión sobre dicho ritmo. Así que, tomándome la libertad de citar una frase atribuida por el vox populi a Jack el Destripador: "Vayamos por partes."

La historia: Se habla de que este género surge ya en la década de los 70's, pero en realidad cuando empieza a agarrar fuerza es en los 90's, con esta aparente nueva revolución sexual femenina, presente en películas como La Sirenita, de factura Disney, donde hay una chica que lucha contra lo establecido y persigue su ideal máximo en la vida: tener piernas.

Es en este contexto en el que triunfan canciones como Te ves buena de El General (cuando bailábamos estas cosas sin saber en lo que se convertirían con el tiempo), cuya música era muy buena, pegajosa, cachondona, justo lo que necesitaba la sociedad de entonces para sentirse un poquito liberada. ¿Apoco no se acuerdan de la riquísima Muévelo? A mí, literalmente, me hacía moverlo, y con mucho gusto...

Luego de eso, como que hubo un compás de espera... dejó de oírse. Por lo menos en las estaciones de radio mexicanas, no había mucho de música como la que hacía El General, es más, no había nadie más que hiciera de esa música. Pero luego del progresivo aburguesamiento del rock, el jazz y el blues, comenzó a dirigirse la mirada hacia otro tipo de música y estilos que venían de las clases sociales más bajas, así se puso de moda el rap, porque el hip hop todavía parecía 'música de vagos' y no era programada por las grandes radiodifusoras, pues no se habían dado cuenta del negociazo que esto sería en un futuro.

Ya entrados en el siglo XXI la cosa se descaró completita: no había más dónde rascarle; si quería venderse música a las grandes masas, si quería elaborarse un producto con que el pueblo se identificara, habría que pegarle donde más le duele (y por ende, donde más le gusta): en el sexo.

Cabe destacar que tan solo en mi país, el reggaetón se impuso ante el resurgimiento de géneros igualmente populares como el ska y la música mexicana (tambora, ranchera), con la que tiene todavía su muy leal competencia. Es así que se fueron creando personajes icónicos del "ritmo ese nuevo", el que dice las cosas "al chile", tiene un tamborileo "bien sabroso" y se baila "bien acá". (Daddy Yankee, Don Omar, Nigga, Wisin & Yandel, por mencionar algunos de los más famosos, resaltando que es un mercado en donde predominan las voces de los hombres, con algunas excepciones como es el grupo La Factoría)

La música: Sencilla: predominio del bajo, las percusiones, voces distorsionadas, ecos, con bases electrónicas repetitivas (sus padres son los DJ's), mezclas -a veces mezcolanzas- de géneros y de ritmos. Ahí tenemos como ejemplo el romantic style de Nigga (sí, el de Te quierouó), más tendente a la balada, a la bachata, incluso a la música regional. Otros se inclinan por hacerlo sonar más hot como Daddy Yankee (La Gasolina) y otros por hacerlo sonar más elegante -para quien creía que esto era imposible- como Don Omar (Angelito).

Pero también tenemos el reggaetón -podríamos decir- puro, o sea, el que consiste únicamente en acelerar el reggae a 45 revoluciones, lo cual nos da (apegados a la teoría de que el estilo jamaicano representa el ritmo del pulso cardiaco en estado normal) la resultante de que el aceleramiento del ritmo es un estado de excitación completo del corazón humano.

Las letras: Bueno, aquí no tenemos mucha variedad. Como en toda la música que surge del pueblo, las dos grandes preocupaciones del reggaetón que en este caso están manifiestas son las mismas de siempre: la liberación sexual y en menor medida, la denuncia social.

Dentro de esta rebeldía de la población joven, lo que se expresa es un profundo descontento con la hipocresía de los adultos, de los gobiernos, de las figuras de autoridad en general. Con esto no difieren mucho de otras manifestaciones que ha tenido la cultura joven generaciones atrás, sin embargo, dado que los tiempos actuales se perciben quizá más caóticos al encontrarnos inmersos en ellos, la denuncia social ha pasado a segundo término. Canciones como las de Calle 13, que además fusionan ska y otros ritmos con el reggaetón, suenan divertidas, llanas, pero con un contenido social muy profundo (Tango del Pecado, Atrévete-te-te). Lamentablemente es sólo su connotación sexual lo que las hace tan famosas... y digo lamentable porque la liberación sexual que tanto se presume no existe, sólo es aparente.

El baile: Es curioso que el modo de bailar reggaetón tenga un nombre tan elocuente: el perreo. ¿Acaso la envidia de vivir como un amigo canino: libre de prejuicios y preocupaciones, tanto que no le importa hacerlo en la calle? ¿Tiene que ver el término despectivo de 'perro' o 'perra', aplicado a quien lucha por su propia satisfacción sexual sin importarle a quién puede dañar física o moralmente?

Poniéndonos rígidos para explicarnos las cosas, puede ser el baile el culpable de que el sexo sea el velo que cubre todo lo que está detrás del ritmo de moda. Es el baile lo que ha suscitado la peor indignación (¿eso qué?) en algunas esferas de la sociedad mexicana, especialmente en aquellos que a veces nos sentimos intelectuales. De ahí que los cantantes, los managers, y sobre todo, las disqueras, se hagan millonarios vendiendo este tipo de pornografía legal, pseudo arte erótico. El reggaetón se baila representando una relación sexual explícita: frotamiento de genitales peor que en lambada, movimientos y posiciones que aluden al coito o a todas las formas habidas y por haber de tener sexo. Pasos frenéticos que expresan una furia incontenible, provocaciones directas a la erección y a la humedad, nada sutil la cosa.

El perreo es el pretexto para vender esta música, más que el propio reggaetón, el perreo ES la moda. Como aludía en mi introducción al tema: la onda es vestirse como sexo servidoras, particularmente las mujeres. Es en nosotras donde se ve más que nunca la evolución en el atuendo: desde los tiempos en que era mal visto enseñar el tobillo, hasta hoy en que no dejar nada a la imaginación puede ser el pase directo a un antro exclusivo sin pedir credencial que demuestre mayoría de edad, ¡es impresionante!

En los hombres no ha cambiado mucho la vestimenta, salvo que con esta presunta liberación, ahora es menos mal visto 'jotear' en la pista o dejar a la vista algún accesorio muy gay que pudiera 'delatarle'. No obstante, los 'machos' siguen ostentando su virilidad a todo lo que da. Cuerpos de gimnasio, el pelo en el pecho y la preocupación por atuendos que dejen ver una buena posición económica siguen ahí: pantalón de vestir, cacle bien boleado, loción, cera en el pelo, camisa de marca, reloj grande, pistolón al cinto, etcétera, etcétera, etcétera... En el baile están bien definidos los roles: el macho y la hembra, o en su caso, el penetrador y el penetrado. Es aburrido, no es sensual, es grotesco, no es liberador, es una pose más de una juventud dolida y por mucho, sin modelos adultos que valga la pena seguir para inventarse una existencia. El perreo es patético, primitivo, triste.

El discurso: Son impresionantes el amor y el odio que se han generado hacia este tipo de música. ¿Por qué levanta pasiones? ¿Provoca? ¿Es vanguardista? Bueno, al menos ¿es artístico? Como todo tipo de manifestación cultural, es un reflejo de los tiempos en que vivimos en todo el mundo, una tendencia, un gusto por lo efímero, lo superficial, lo inmediato.
Preguntémonos también dónde está la pose que, hasta antes de este análisis, teníamos usted y yo. ¿No es un tanto clasista el prejuicio que presentamos hacia el reggaetón? Pues le informo que no sólo los pobres y los tontos escuchan reggaetón, aunque lo identifiquemos más con la gente de escasos recursos, ya sean estos económicos o intelectuales.
La violencia contenida en este ritmo pega a ricos y a pobres, toda la juventud está falta de oportunidades, toda la juventud tiene pocas opciones. No es un género que despierte conciencias, como lo hicieran alguna vez el rock o el ska. Esto es música hecha por gente muy ambiciosa para gente poco ambiciosa. Al igual que la cadena en el antro, la industria y los consumidores del reggaetón marcan fuertemente las desigualdades que existen no sólo a niveles locales, sino internacionalmente. Por un lado, los jóvenes latinoamericanos de todas las clases bailando esta especie de apareamiento vertical simulado, intentando olvidar por un momento su miseria existencial, en mitad de una sociedad que sólo les da un lugar por su potencial erótico. Por otro lado, la imagen del reggaetonero: esta especie de vándalo con dinero, algunos todavía con imagen más marginal, más auténtica, cercana al pueblo (Calle 13). Algunos con el modo de hablar del barrio pero con joyería en diamantes y trajes de Armani (Daddy Yankee).

Finalmente, centrándonos en el contexto desde el cual escribo, ¿cuál es la aspiración en este México de la juventud, en términos muy generales? ¿Ser narco o ser reggaetonero? ¿Nada más? Ambos parecieran ser las únicas opciones deseadas: dos personajes que destilan oro por todos lados, pero que a la vez tienen este enganche con los pobres, los desorientados y/o los perezosos mentales: el desenfado, la aparente humildad, lo buena gente que no perdieron nunca a pesar de ser millonarios. Este ser que ha surgido de abajo, pero que, sin dejar de ser el mismo ignorante (no habla bien, se le nota la escasa educación tan pronto abre la boca o camina), ahora goza de fama, fortuna y una vida sexual (hiper) activa. En tiempos de drogas, violencia y trata de personas, ¿qué más puede desearse en un mundo con futuro incierto? Si espantarse no es para tanto, por lo menos habría que preocuparse un poco. ¿No lo cree usted?

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lunes, 20 de octubre de 2008

¿Arte en las escuelas?

El día de ayer acudí a una función de teatro en el Centro Cultural San Ángel. La puesta en escena sería una adaptación de la tragedia de Sófocles, Edipo Rey. El boleto costaba $80.00 pesos y había que estar cinco minutos antes de que iniciara la función. ¿Qué tiene esto de particular para que haya decidido dedicarle una entrada en mi blog? Pues que se trataba ni más ni menos que de una función especial para los alumnos de escuelas secundarias oficiales (hasta se me enchina la piel nada más de acordarme).

Ya el año pasado me había tocado presenciar un desagradable espectáculo en el Teatro Libanés en las mismas condiciones, y no precisamente sobre las tablas, sino desde las butacas: los alumnos en cuestión (pues la etimología latina de la palabra a-lumus: sin luz, nunca estuvo tan bien aplicada en ellos) se pasaron gran parte de la función de Medea en la risilla tonta, los molestos cuchicheos y los silbidos. Fue tal vergüenza de comportamiento, que el director de la compañía teatral se mostró a punto del infarto por tanto coraje, se desconcentró en escena y por poco manda todo al diablo gracias a un grupo de granujas que, escudándose en la oscuridad y apostados en los asientos de hasta atrás, reían y murmuraban como si estuvieran en la sala de su casa (yo ni en la sala de mi casa permito que no me dejen ver mis programas a gusto, pero bueno...).

El caso es que, aunque en menor medida, la indisciplina esta vez no fue la excepción. Los tres profesores de la materia de español que habían tenido esa genial idea, se veían impotentes ante la gran cantidad de chamacos que iban sin sus padres, instalados en la anarquía total, metiéndose en la fila cuando llegaban muy tarde, empujándose unos a otros, comiendo en plan estadio de fútbol, y chiflando por que los dejaran entrar de un momento a otro.

Yo era una madre de familia "colada" en la fila, sufriendo la embriaguez de mi observación antropológica. Por fortuna no tenía una libretita que me permitiera hacer apuntes porque no hubiera sabido por dónde empezar. A mi lado un par de mocosos insufribles se pasaban molestando a un niño moreno de semblante tranquilo que estaba formado justo detrás de mí. Al pobre niño no lo bajaban de "puto", "pendejo" y otros calificativos soeces que me lastimaban muchísimo por ver que el aludido no reaccionaba de ninguna manera.

Las chicas más guapas se valían de sus lindas caras o de sus estratégicos abrazos para conseguir un lugar privilegiado. Un par de jóvenes se metió en la fila unos lugares adelante de donde yo estaba, y al preguntarles sutilmente si estaban formados, se hicieron los locos y se quedaron ahí nada más porque se les dio la gana meterse. Como el tiempo transcurría, los mencionados chiflidos se hicieron presentes, lo mismo que la desaparición casi completa de la fila que originalmente habíamos formado con ayuda de una maestra . Una vez dentro de la sala, cada quien se empezó a sentar en donde se le antojaba, sin respetar el orden de los asientos, hubo que hacer uso del personal de seguridad del recinto para que todo estuviera más o menos en orden. Mientras tanto, el par de mocosos insufribles seguía lastimando con humillaciones al niño moreno de semblante tranquilo. Como habían quedado sentados en la misma fila que yo, bastó una mirada fulminante y un "¡Bueno, ya!" que no pude contenerme, para que la cosa quedara en paz... por lo menos en ese día. Hoy por la mañana vi al niño moreno y pude imaginar que las cosas en su vida diaria no cambiarían por esa frase, como no puedo cambiar la discriminación por completo, ni tampoco puedo cambiar lo que sigue.

La anterior anécdota me sirvió para preguntarme: Si los resultados cada vez que se invita a los alumnos a una función de teatro son desastrozos, ¿qué motiva a los maestros el quererles meter la "cultura" a fuerza, condicionando su asistencia a un impacto en su calificación? ¿Al menos podrían tener otra elección y llevarlos a ver otra cosa que no sean tragedias griegas? Digo, no es que el teatro griego sea malo, absolutamente todo lo contrario, pero estoy segura de que ni los mismos profesores (cuya edad es inferior a los treinta años, al menos en este caso) tengan ni la madurez ni la preparación para entender un texto de este nivel. ¿Cómo pretenden que un joven con las características que poseen los adolescentes de hoy día, se asombre y se identifique con los personajes, el lenguaje y las tramas del teatro clásico?

Por supuesto que la discusión de la salida giró en torno a los cuerpos de las actrices, a los contoneos de los mismos encarnando los personajes, y en que no se entendió ni madres lo que ahí arriba se dijo. ¿Recuperarían al menos en clase los elementos rescatables para darle una razón lógica a la insistencia por que fueran? ¿Mencionarían los elementos de la escritura dramática?, ¿Examinarían la original y loable forma de actuarlo en este caso, con elementos austeros como túnicas y máscaras?

-¿Qué les dijo el maestro hoy sobre la función de Edipo?
-Nada, sólo nos revisó que tuviéramos las preguntas contestadas y el boleto pegado en el cuaderno. (Las preguntas se las contesté yo porque conozco la historia, mi primogénita no entendió ni jota a pesar de que estuvo atenta)

Hay más preguntas, jamás se me acaban... ¿tuvo alguna ganancia esa salida a la calle? Estoy cierta de que, a no ser por la obligatoriedad del asunto, la gran mayoría de los padres de familia, jamás hubieran desembolsado ochenta pesos para asistir al teatro, mucho menos el doble para acompañarlos ellos mismos. En esta oportunidad, los chicos tuvieron la experiencia de conocer otro tipo de espectáculo más serio, así sea el primero y el último en sus inciertas vidas, pero...¿tuvo caso hacerles parecer el teatro como una cosa lejana, aburrida y anticuada? ¿No hubiera sido mejor llevarlos al parque a que jugaran al fútbol? ¡Y gratis!

¡Pero aún queda algo más grave! Es todavía más monstruoso desde mi perspectiva. ¿Por qué las compañías teatrales siguen haciendo estas funciones que no dejan nada al actor más que dinero? Digo, yo que ya he estado allá arriba, sé que un público que no aprecia, y que es más, termina aborreciendo ir al teatro para toda su vida, no tiene razón de ser. Ellos mismos cavan su propia tumba, sepultando el gusto por esa arte escénica, aunque refugiándose en la exigencia de los incultos profesores de español.

Estoy de acuerdo en que el teatro no debe morir, y que el actor no puede vivir de aire, pero es perversamente egoísta montar obras que no permiten que se dé esa magia indispensable para que el arte se sienta, para que los chamacos se callen la boca y salgan embobados, con ganas de más. Si quieren cobrar, que hagan algo bueno (insisto, no es que Sófocles y Eurípides no lo sean), que hagan algo congruente con el público al que van dirigido, y congruente con ellos mismos. No es posible seguir con esta idea absurda en todas las escuelas. La institución escolar tiene la obligación de acercarle al alumno espacios que tal vez no conocería por la mera iniciativa de sus familias, la escuela tiene que enseñar a vivir en sociedad, y para ello el acercamiento a las expresiones artísticas (ya no digo tanto el gusto o la apropiación de las mismas) son parte esencial de la vida humana. Pero si la escuela en vez de acercar, aleja, está alejando a los chicos de una posibilidad de conexión con lo mejor que como seres humanos poseemos: la libertad creativa.
Siento impotencia al no poder cambiar con un escrito en la web lo que sucede en cada escuela de México, pero confío en que sí puede hacerse, y en que el primer paso para hacerlo es ponerlo en palabras.