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domingo, 26 de octubre de 2008

Del Halloween y el Día de Muertos

Sí, necesariamente debía incluir una entrada sobre esta celebración, la más bella y significativa del año, según quien suscribe.

Una vez en el mes de noviembre, en pleno otoño, cuando las hojas se caen recordándonos que se acerca el fin, que debemos prepararnos para otra celebración en invierno, calentar los corazones y abrazarnos todos, cuando ya han pasado las lunas de octubre, las más hermosas, esas que con el magnetismo de su cercanía a la tierra, nos preparan lentamente para menguar...una vez en octubre, un mísero día, a lo mucho un par de ellos, celebramos con la muerte.

Es noviembre el mes en que empezamos a morir para prepararnos a nacer de nuevo, a recapitular, a detener el auto, bajar y mirar un poco atrás. Vislumbramos en el camino las huellas que ha dejado nuestro paso apresurado, y extrañamos ver aquellas que pensamos que estarían, pero que el viento ya ha borrado. Noviembre es el mes de la Muerte, de mi más cercana amiga.

Hace poco murió un joven de veintitantos años, alegre y lleno de vida: así es como lo describe su pariente cercana. Luego de lamentar la pena que embargó a su familia reafirmé mi simpatía por la bendita Muerte: es la única que no discrimina a nadie. Igual se lleva a todos, sin mirar con ojos compasivos a los demás mortales hijos suyos que nos iremos más tarde.

¿Qué ganamos con ponerle apodos cariñosos como la huesuda, la calaca y otros más, como si fuera alguien cuya mirada hayamos visto? ¿Y cómo la imaginamos risueña y amable cuando la pintamos con cuencas vacías y dientes descarnados? México tiene esa cualidad de autoengaño, de evasión, y aunque a veces eso me pesa, en este caso agradezco infinitamente haber nacido aquí, en donde la representación de la muerte es así de festiva.

Ya había hablado antes de que a la patria no hay mucho que celebrarle, que para qué hacerle fiesta a lo loco, pintarse la cara y ponerse un sobrero de charro o unas trenzas multicolores, pero en este caso me gusta el sincretismo en cuanto al día de Difuntos y la celebración del Halloween, ya que esto es algo que a fin de cuentas tenemos que asumir: no podemos librarnos de ello.

Nunca me he manifestado como purista de las tradiciones, si bien algunas de ellas se están perdiendo o "haciendo virulentas", como dice una maestra mía, yo creo que cada quien festeja a la muerte o la recuerda como mejor le place, para ello hay de dónde escoger, y no podemos obligar a nadie a que deje de ir a un Halloween para que asista al panteón.

Sobre todo en las grandes ciudades como la mía, esto es francamente imposible. ¿Que la tradición sajona se apoya en el consumismo indiscriminado de la gente? Bueno, no sólo se venden disfraces de momia o vampiro, sino también flores de cempasúchitl, veladoras y calaveritas de azúcar. Si se trata de vender, todo se vende. ¿Que en las fiestas de Día de Brujas se bebe alcohol y se baila reggaetón? Sí, pero en los panteones también se bebe tequila o café "con piquete"... (para lo del reggaetón no tengo argumento).

Cierto: la celebración sagrada de la Muerte, tan mística y fascinante que tenemos por tradición prehispánica, se ha visto desplazada por las fiestas que sólo son pretexto para el destrampe y el alboroto. Yo, sinceramente, me identifico más con dar la bienvenida a los espíritus con un bello altar, que con vestirme de bruja y bailar música electrónica... pero también me gusta.

¡Qué se puede hacer! Así están las cosas. Pondré una ofrenda a mis muertos y pensaré con respeto en ellos, velaré su memoria y reflexionaré una vez más sobre el valor que tiene mi propia vida, así como acerca de las cosas que he hecho o dejado de hacer para cuidarla; pero también asistiré a una fiesta divertida con disfraces y entretenimiento para salir de esta rutina que me mata en vida. Con amigos verdaderos bailaré al son que me toquen y beberé un poquito de vino, que si ellos olvidan la importancia que tiene este asunto de festejar el lado oscuro, pues ya será cuestión suya.

¡Gracias a ti, Muerte, me gusta vivir la Vida!