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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Pedí a Santa Claus

Hace un año estaba muriéndome de gripe, viendo todo de una manera muy distinta a como lo veo esta Navidad. Días atrás volví a sentir lo que es sonrojarme, sentirme estúpida y a la vez feliz... realmente tenía ganas de volver a creer en Santa Claus, de esperar un milagro que no llegó.

Sí, ya sé, Nochebuena es mañana, pero el silencio sigue cubriendo con una delgada capa de hielo el corazón que espera... y espera... y aunque yo le digo que ya no espere más... ... ... espera.

No me molestó en lo absoluto el consumismo de las navidades, al contrario, agradecí la bendición de tener amigos con quienes compartir un regalo, el tener gente nueva a mi alrededor, todos los maravillosos momentos que viví en el 2009. Y aunque sé que aún no es momento de hacer un balance del año, el poder dar un abrazo siempre se agradece en época de invierno, cuando lo que más me gusta hacer se pone de moda, además de que se hace necesario si cala el frío.
No quiero cerrar el año con asuntos pendientes, pero si mi voz no hace eco, entonces tendré que callar como siempre... o buscar otras formas de hacerme oír. No lo sé... quisiera que el amor me acariciara por fin, que pasado mañana bajo el árbol amaneciera esa sorpresa... pero claro... ni siquiera puse árbol.

Esta entrada no debería estar aquí, sino en mi blog personal, pero no importa. Hace un año escribí sobre Navidad en este otro blog, y por eso quise repetirlo... ya no es lo mismo. Este año estoy mejor, definitivamente... aunque sueno algo ridícula queriendo volver a creer en un personaje en el que no creo hace ya muchos, pero muchos años...


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domingo, 28 de diciembre de 2008

La Navidad que vino y se fue

Desde hace un par de años que no logro darme cuenta cuando ronda el espíritu navideño en el ambiente. De no ser porque desde el mes de septiembre ya nos coquetean los centros comerciales con adornitos rojos y dorados, ni siquiera me imaginaría que tengo que prepararme para la época en la que tanto solía emocionarme allá por mi tierna infancia.

Este año sí fui definitivamente el Grinch de mi familia: no hubo adornos de colores, ni árbol ni nacimiento, y fui la única que no entré al intercambio de regalos por muchas razones.

En primer lugar, no tengo dinero. Mi situación económica está más muerta que nunca y en estos tiempos parece ser que no tener poder adquisitivo es casi lo mismo que no tener espíritu navideño. Por otro lado, mi familia está cambiando: quienes antes éramos una bola de primos jóvenes y divertidos, ahora somos adultos con hijos y familias que no siempre nos caemos bien del todo. Y por si esto fuera poco, me ha agarrado una gripe galopante que me ha tenido tirada en cama disfrutando literalmente la enfermedad.

Obligada a distanciarme del fenómeno navideño por motivos económicos, sociales y emocionales, pude analizar más fríamente todo lo que pasaba a m i alrededor: intercambios entre amigos, compañeros y simplemente conocidos. Entré a un par de ellos en la escuela porque no quería verme grosera, pero la Navidad no me entusiasmaba. Me integré a un grupo coral en donde hice el ridículo en mi solista porque la garganta ya me estaba avisando que se iba a poner en huelga, y sí, como es de adivinarse, entonamos villancicos vacíos, no por eso menos bellos.

Es bien sabido que quien más se esfuerza en regalar, es el que menos recibe, así es que yo esta vez no hice ni el intento de buscar cosas bonitas a quienes me tocó darles, era un simple detallito que esperaba agradecieran, pues además de que el bolsillo no me daba para más, tampoco el ánimo me ayudaba.

Además de las que se hacen en todos lados, en mi calle hubo una posada y yo, junto con mi prima darketa, fuimos las únicas en no salir al convivio entre vecinos. La gente ya no le pone más luces a su casa porque no le caben. Estamos en plena era de ahorrar energía, y les vale gorro. Hasta unos vecinos de la esquina se colgaron del cable del poste para vender sus series navideñas, con los consabidos apagones que esto trajo como consecuencia sin que nadie -más que yo- hiciera denuncia a Luz y Fuerza. ¿Creen que vinieron? Yo no sé, pero si vinieron, seguramente los sobornaron para dejarlos seguir igual, porque no han dejado de vender foquitos hasta el mismo instante en que escribo estas líneas.

Así pasaron los días apurándome a entregar todos los trabajos y pendientes de la universidad para quitarme de preocupaciones, viendo en todos lados las tiendas a tope, con gente a la que se le va a venir la crisis dura porque se gastaron hasta lo que no han ganado, comprando cosas irrelevantes con el simple ánimo de acabarse un dinero que ya les quemaba las manos. Así fui una mera espectadora del fenómeno consumista compulsivo, pero ya estando en el mero día 24 pude sentir el peso de la gran fecha.

Católica por tradición, acostumbraba ir devotamente a misa ese día del año, pero esta vez ni mi madre que es tan creyente tuvo ganas de ir. Hicimos una cena breve para tres personas, nos peleamos sentadas en plena mesa y logramos sacar el estrés que nos estaba consumiendo.

Tales cosas nos hicieron pensar en lo duro de la situación. Hubo llanto en memoria de las noches cálidas de abrazos entre familia, llenos de risas, regalos y -si no abundancia- sí suficiencia. Sin embargo a través de todo ello, en medio de la aparente soledad, la media luz y el dolor de cabeza, descubrimos el espíritu navideño.

Pudimos reflexionar sobre lo importante de estar juntos en familia, de tener una modesta cena que degustar y un techo en dónde cubrirse el frío. Valoramos lo que cada uno tiene para dar, más allá de las curiosidades comerciales que en todos lados ofrecen. Vimos televisión y nos burlamos de los que lucen gorros de Santa Claus y desean hipócritamente una Nochebuena gloriosa.

Hoy, aunque aún resuenan campanas navideñas hasta el 6 de enero, la Navidad ya se fue... huele a que se está secando, a que habrá que guardar todo. Afortunadamente hoy no sacamos las figuritas del nacimiento que ya han de estar rotas e incompletas, no gastamos luz de más adornando las ventanas, ni tendremos el fastidio de quitar un árbol cuyas esferas se revientan en las manos.

Tal vez el otro año haya posibilidad de hacerlo, y ánimos, y vida. Por lo pronto hoy redescubrimos la Navidad, y simbólicamente, creo que algo nuevo nació en nuestros corazones.