Mostrando entradas con la etiqueta Tradiciones mexicanas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tradiciones mexicanas. Mostrar todas las entradas

domingo, 28 de diciembre de 2008

La Navidad que vino y se fue

Desde hace un par de años que no logro darme cuenta cuando ronda el espíritu navideño en el ambiente. De no ser porque desde el mes de septiembre ya nos coquetean los centros comerciales con adornitos rojos y dorados, ni siquiera me imaginaría que tengo que prepararme para la época en la que tanto solía emocionarme allá por mi tierna infancia.

Este año sí fui definitivamente el Grinch de mi familia: no hubo adornos de colores, ni árbol ni nacimiento, y fui la única que no entré al intercambio de regalos por muchas razones.

En primer lugar, no tengo dinero. Mi situación económica está más muerta que nunca y en estos tiempos parece ser que no tener poder adquisitivo es casi lo mismo que no tener espíritu navideño. Por otro lado, mi familia está cambiando: quienes antes éramos una bola de primos jóvenes y divertidos, ahora somos adultos con hijos y familias que no siempre nos caemos bien del todo. Y por si esto fuera poco, me ha agarrado una gripe galopante que me ha tenido tirada en cama disfrutando literalmente la enfermedad.

Obligada a distanciarme del fenómeno navideño por motivos económicos, sociales y emocionales, pude analizar más fríamente todo lo que pasaba a m i alrededor: intercambios entre amigos, compañeros y simplemente conocidos. Entré a un par de ellos en la escuela porque no quería verme grosera, pero la Navidad no me entusiasmaba. Me integré a un grupo coral en donde hice el ridículo en mi solista porque la garganta ya me estaba avisando que se iba a poner en huelga, y sí, como es de adivinarse, entonamos villancicos vacíos, no por eso menos bellos.

Es bien sabido que quien más se esfuerza en regalar, es el que menos recibe, así es que yo esta vez no hice ni el intento de buscar cosas bonitas a quienes me tocó darles, era un simple detallito que esperaba agradecieran, pues además de que el bolsillo no me daba para más, tampoco el ánimo me ayudaba.

Además de las que se hacen en todos lados, en mi calle hubo una posada y yo, junto con mi prima darketa, fuimos las únicas en no salir al convivio entre vecinos. La gente ya no le pone más luces a su casa porque no le caben. Estamos en plena era de ahorrar energía, y les vale gorro. Hasta unos vecinos de la esquina se colgaron del cable del poste para vender sus series navideñas, con los consabidos apagones que esto trajo como consecuencia sin que nadie -más que yo- hiciera denuncia a Luz y Fuerza. ¿Creen que vinieron? Yo no sé, pero si vinieron, seguramente los sobornaron para dejarlos seguir igual, porque no han dejado de vender foquitos hasta el mismo instante en que escribo estas líneas.

Así pasaron los días apurándome a entregar todos los trabajos y pendientes de la universidad para quitarme de preocupaciones, viendo en todos lados las tiendas a tope, con gente a la que se le va a venir la crisis dura porque se gastaron hasta lo que no han ganado, comprando cosas irrelevantes con el simple ánimo de acabarse un dinero que ya les quemaba las manos. Así fui una mera espectadora del fenómeno consumista compulsivo, pero ya estando en el mero día 24 pude sentir el peso de la gran fecha.

Católica por tradición, acostumbraba ir devotamente a misa ese día del año, pero esta vez ni mi madre que es tan creyente tuvo ganas de ir. Hicimos una cena breve para tres personas, nos peleamos sentadas en plena mesa y logramos sacar el estrés que nos estaba consumiendo.

Tales cosas nos hicieron pensar en lo duro de la situación. Hubo llanto en memoria de las noches cálidas de abrazos entre familia, llenos de risas, regalos y -si no abundancia- sí suficiencia. Sin embargo a través de todo ello, en medio de la aparente soledad, la media luz y el dolor de cabeza, descubrimos el espíritu navideño.

Pudimos reflexionar sobre lo importante de estar juntos en familia, de tener una modesta cena que degustar y un techo en dónde cubrirse el frío. Valoramos lo que cada uno tiene para dar, más allá de las curiosidades comerciales que en todos lados ofrecen. Vimos televisión y nos burlamos de los que lucen gorros de Santa Claus y desean hipócritamente una Nochebuena gloriosa.

Hoy, aunque aún resuenan campanas navideñas hasta el 6 de enero, la Navidad ya se fue... huele a que se está secando, a que habrá que guardar todo. Afortunadamente hoy no sacamos las figuritas del nacimiento que ya han de estar rotas e incompletas, no gastamos luz de más adornando las ventanas, ni tendremos el fastidio de quitar un árbol cuyas esferas se revientan en las manos.

Tal vez el otro año haya posibilidad de hacerlo, y ánimos, y vida. Por lo pronto hoy redescubrimos la Navidad, y simbólicamente, creo que algo nuevo nació en nuestros corazones.

domingo, 26 de octubre de 2008

Del Halloween y el Día de Muertos

Sí, necesariamente debía incluir una entrada sobre esta celebración, la más bella y significativa del año, según quien suscribe.

Una vez en el mes de noviembre, en pleno otoño, cuando las hojas se caen recordándonos que se acerca el fin, que debemos prepararnos para otra celebración en invierno, calentar los corazones y abrazarnos todos, cuando ya han pasado las lunas de octubre, las más hermosas, esas que con el magnetismo de su cercanía a la tierra, nos preparan lentamente para menguar...una vez en octubre, un mísero día, a lo mucho un par de ellos, celebramos con la muerte.

Es noviembre el mes en que empezamos a morir para prepararnos a nacer de nuevo, a recapitular, a detener el auto, bajar y mirar un poco atrás. Vislumbramos en el camino las huellas que ha dejado nuestro paso apresurado, y extrañamos ver aquellas que pensamos que estarían, pero que el viento ya ha borrado. Noviembre es el mes de la Muerte, de mi más cercana amiga.

Hace poco murió un joven de veintitantos años, alegre y lleno de vida: así es como lo describe su pariente cercana. Luego de lamentar la pena que embargó a su familia reafirmé mi simpatía por la bendita Muerte: es la única que no discrimina a nadie. Igual se lleva a todos, sin mirar con ojos compasivos a los demás mortales hijos suyos que nos iremos más tarde.

¿Qué ganamos con ponerle apodos cariñosos como la huesuda, la calaca y otros más, como si fuera alguien cuya mirada hayamos visto? ¿Y cómo la imaginamos risueña y amable cuando la pintamos con cuencas vacías y dientes descarnados? México tiene esa cualidad de autoengaño, de evasión, y aunque a veces eso me pesa, en este caso agradezco infinitamente haber nacido aquí, en donde la representación de la muerte es así de festiva.

Ya había hablado antes de que a la patria no hay mucho que celebrarle, que para qué hacerle fiesta a lo loco, pintarse la cara y ponerse un sobrero de charro o unas trenzas multicolores, pero en este caso me gusta el sincretismo en cuanto al día de Difuntos y la celebración del Halloween, ya que esto es algo que a fin de cuentas tenemos que asumir: no podemos librarnos de ello.

Nunca me he manifestado como purista de las tradiciones, si bien algunas de ellas se están perdiendo o "haciendo virulentas", como dice una maestra mía, yo creo que cada quien festeja a la muerte o la recuerda como mejor le place, para ello hay de dónde escoger, y no podemos obligar a nadie a que deje de ir a un Halloween para que asista al panteón.

Sobre todo en las grandes ciudades como la mía, esto es francamente imposible. ¿Que la tradición sajona se apoya en el consumismo indiscriminado de la gente? Bueno, no sólo se venden disfraces de momia o vampiro, sino también flores de cempasúchitl, veladoras y calaveritas de azúcar. Si se trata de vender, todo se vende. ¿Que en las fiestas de Día de Brujas se bebe alcohol y se baila reggaetón? Sí, pero en los panteones también se bebe tequila o café "con piquete"... (para lo del reggaetón no tengo argumento).

Cierto: la celebración sagrada de la Muerte, tan mística y fascinante que tenemos por tradición prehispánica, se ha visto desplazada por las fiestas que sólo son pretexto para el destrampe y el alboroto. Yo, sinceramente, me identifico más con dar la bienvenida a los espíritus con un bello altar, que con vestirme de bruja y bailar música electrónica... pero también me gusta.

¡Qué se puede hacer! Así están las cosas. Pondré una ofrenda a mis muertos y pensaré con respeto en ellos, velaré su memoria y reflexionaré una vez más sobre el valor que tiene mi propia vida, así como acerca de las cosas que he hecho o dejado de hacer para cuidarla; pero también asistiré a una fiesta divertida con disfraces y entretenimiento para salir de esta rutina que me mata en vida. Con amigos verdaderos bailaré al son que me toquen y beberé un poquito de vino, que si ellos olvidan la importancia que tiene este asunto de festejar el lado oscuro, pues ya será cuestión suya.

¡Gracias a ti, Muerte, me gusta vivir la Vida!

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Festejando a México

Me tocó vivir una infancia feliz llena de representaciones simbólicas. Al menos una vez al mes acudía a la Basílica de Guadalupe a dar gracias a la Virgen por los favores recibidos, mi abuela me acostaba con una oración y me hacía besar la estampa de la señora vestida de tricolor. Crecí creyendo fervientemente en los Reyes Magos, así como en el Ratón Pérez y los Héroes de la Patria.

Cada lunes la directora del Colegio insistía en que había que fortalecer nuestras raíces, practicábamos danzas prehispánicas, escuchábamos aquéllos versos de Nezahualcoyotl recitados con voz grave: "No para siempre en la tierra, sólo un poco aquí...", ambientada con sonido de caracoles. Cantábamos con fervor el Toque de Bandera y el Himno Nacional. Se me enchinaba la piel cuando escuchaba las notas de "¡Oh, Santa Bandera de heroicos carmines...!", y la interpretaba con el pecho henchido de orgullo en el coro, del mismo modo que marchaba en la escolta al compás del precioso Himno de la Escuela Naval Militar. ¡Y qué decir de la emoción de avanzar lentamente con la Marcha Dragona, estremeciéndome con las notas temblorosas de la trompeta y el sonido sordo de los tambores de la Banda de Guerra!

Me enseñaron a escuchar "Mexicanos al grito de guerra..." siempre de pie, saludar a mi bandera con la mano en el pecho, y persignarme al pasar frente a una iglesia o ver la cruz. ¡Qué tiempos aquéllos de inocencia y orgullo patriótico!

Cada vez que veía las Olimpiadas y por algún capricho de la naturaleza, un compatriota se llevaba el oro, me sentía feliz y dignamente representada como mexicana, lo mismo si la Selección de Fútbol metía un gol en el Mundial.

De pronto comencé a detestar el exceso patriotero de la gente a mi alrededor. La emoción por el soccer se me esfumó y en su lugar se quedó a vivir en mí el fastidio por la afición masiva a ese deporte. Me cayó mal Benito Juárez y su historia del indiecito que toca la flauta y cuida ovejas, me aburrió la historia de Juan Escutia envuelto en una bandera cayendo al precipicio, y dejé de llorar con las películas de Miguel Hidalgo y (el ahora San) Juan Diego. Lo inevitable había pasado: definitivamente había crecido, y ya hacía mucho tiempo que me había cansado de rezarle a la Virgen y odiar su carita mustia que nunca me volteaba a ver.

Me enrolé en el ardor de sentirme verdaderamente indignada por la injusticia social, por los abusos del poder y las vergüenzas históricas. Con tristeza veía que las marchas no eran lo románticas y pegadoras que fueron en los sesentas, e incluso deseé haber muerto en la Plaza de las Tres Culturas como la protagonista de Regina. Me identifiqué con el pueblo, con el rezago y la pobreza de los indígenas y los campesinos, me inspiré en las canciones de protesta y las ideologías de izquierda, mi malicia aumentó, así como mi natural desconfianza... pero al poco tiempo dejé de sentirme aguerrida.

Hoy que miro el mundo desde otro palco, me hastía el sombrero de Pique, y las barras tricolores que dejan pintado un listón en la cara, el mariachi y el tequila. Me choca el nacionalismo exagerado, las patadas de ahogado de un festejo que ya no tiene mucho que celebrar. Ya parece de humor negro llenar las plazas y gritar Viva México, cuando aquéllas representaciones que en mi infancia tenían simbolismo sacro, hoy por hoy se han desmoronado y desteñido por la historia. Ya no hay figuras inmaculadas: ni el presidente, ni la bandera, ni la policía, ni la iglesia, ni la familia, ni los héroes de monografía, ni la lírica de Francisco González Bocanegra.

Me duele la Patria, me viene doliendo desde hace años, me punza como una herida infectada, me asusta y por el momento, me paraliza. ¿Cómo enseñar a mi descendencia el sentido patriótico? ¿Cómo hacer que se ponga de pie ante el lábaro patrio? ¿Cómo volver a rezar aquélla oración que decía mi abuela, esa que memoricé a razón de recitarla noche a noche con fe y devoción, y que hoy me arranca lágrimas secas de desconcierto? Estoy en busca de respuestas...

"Virgen Santísima de Guadalupe, Madre y Reina de nuestra patria.
Aquí nos tienes humildemente postrados ante tu prodigiosa imagen.
En Ti ponemos toda nuestra esperanza.
Tu eres nuestra vida y consuelo.
Estando bajo tu sombra protectora, y en tu maternal regazo, nada podremos temer. Ayúdanos en nuestra peregrinación terrena e intercede por nosotros ante tu Divino Hijo en el momento de la muerte, para que alcancemos la eterna salvación del alma.
Amén."

domingo, 21 de septiembre de 2008

¿Quién dice que la tradición ha muerto?

Que el macho mexicano está pasado de moda, que la imagen de la mujer sumisa no sigue siendo la aspiración de tantas damiselas que sufren y sufren para que al final merezcan ser felices, porque el disfrutar la sexualidad libremente no es cosa de mujeres malas, sino inteligentes.

Todo este discurso modernista se va por el caño cuando nos damos cuenta de que noche a noche las familias mexicanas siguen reuniéndose para enterarse de las aventuras de los tres hermanos Reyes, mientras sopean en la leche el sabor de un pan dulce marca Sofía.

Una historia de venganzas, supuestas relaciones de amor y toques de humor barato, son los ingredientes principales de esta masa que al salir del horno da como resultado un éxito rotundo para los productores que tuvieron la gran puntada de adaptar una historia colombiana (como ya es costumbre) al contexto de nuestro país, inspirados en los tiempos gloriosos del cine nacional, donde la figura del galán sombrerudo y bigotón era la fórmula perfecta para hacer que las virginales jóvenes suspiraran por sus amores.
Los famosos hermanos Reyes, recuerdan a los míticos tres García, que son los típicos hombres fuertes, guapetones y sensuales, a quienes debido a estas cualidades, se les perdona todo: lo tontos, lo mediocres o lo mujeriegos. Se les justifica su sed de venganza, la defensa del honor por la sangre, y su obsesión por ser los primeros y los últimos en el corazón de la mujer que quieren.

Por otro lado las mujeres, son el vivo retrato de Marga López y Blanca Estela Pavón en sus más denigrantes actuaciones: lloriqueo, sufrimiento, silencio, y una cara bonita. Mientras la mujer sea presumible físicamente, no importa que sea una inútil.

El padrecito del pueblo, que es la voz de Dios, se anda metiendo en la vida de todos, especialmente de los más ricos, según él interesado sinceramente en volver las ovejas al redil, pero exponiendo su propia vida y haciendo méritos para su canonización.

¿Qué valores de familia y de sociedad se transmiten a través de esta telenovela? Es una extraña combinación entre los intereses comerciales, que han sacado una marca de pan dulce y ofrecen conciertos donde los dichosos hermanos cantan ¡horrible!; y una maquiavélica treta para hacernos creer que seguimos viviendo en el México tradicional en donde nada ha cambiado desde el siglo pasado. Yo no sé si la vasta cantidad de gente que le da los altos índices de rating a "Fuego en la sangre", son las amas de casa sumidas en el idealismo del marido ejemplar, perdidas en el romanticismo de un amor que nunca tuvieron, gozando en la piel de Adela Noriega e imaginando que Eduardo Yáñez es el Quijote con quien se acuestan todas las noches; o bien son los maridos cansados que llegan de trabajar para recrear la pupila en los pechos tiesos de Ninel Conde, o en los libres movimientos de Niurka Marcos y la impudicia de Susana Zabaleta.

Yo no sé... pero no creo que los jóvenes encuentren identificación alguna con ese México de calendario que se retrata en dicha serie, ni que concuerden con la ideología decimonónica que se proyecta a través de las relaciones entre los personajes; sin embargo les entretiene, y probablemente en el seno de las familias más humildes y tradicionales, todavía algunas chicas y chicos crean verdaderamente que el amor significa eso, que el poder significa eso, que está permitido quitar del camino a quien nos estorba, y que la fidelidad eterna existe. No por nada tiene casi un año al aire, y se mantiene en el gusto del público por más que en el siglo XX ya poco tengan que hacer un ranchero enamorado y una bruja malintencionada.

Está claro que el horario en el que se transmite no está destinado a la juventud, que tiene sus propios tiempos con programas bobos, de los cuales ya hablaré en análisis posteriores, pero al ser los adultos quienes refuerzan su nostalgia por el pasado, la brecha generacional se hace más y más amplia, y la incomprensión entre los muchachos y sus padres se va acrecentando al remarcar estas diferencias entre lo que antes era bueno y ahora ya no, lo que antes se acostumbraba y que hoy ya no tiene valor. Cierto ideal de familia ha desaparecido, ya no es el mismo que en el tiempo de los abuelos, y eso los jóvenes más modernos lo ven como obsoleto, aburrido y anticuado. La tradición sin embargo, no ha muerto del todo, lo que pasa es que sólo vive en las mentes y en los corazones de quien está envejeciendo, y el mundo ha sido heredado por otra generación que ya no cree en las mismas cosas.