
El día de hoy me sucedió una tragedia por partida doble, triple, ya perdí la cuenta: acababa de comprar un libro y estaba por entregar dos más en la biblioteca. Dos libros rarísimos que no se consiguen fácilmente, y que ahora tendré que pagar porque juntos se fueron de viaje a las manos de quién sabe quién. Hoy viví en carne propia la desgracia de vivir en un país donde si alguien se encuentra algo, "¡Matanga, dijo la changa!, lo caido, caido"
Busqué como desesperada, siguiendo cual sabueso el rastro dejado en los lugares visitados de la Universidad. ¡Porque fue dentro de la Universidad que sucedió! Tuve que salirme de una conferencia importantísima porque simplemente no podía concentrarme. (No me la voy a acabar con mis maestros, ya los oigo. ¡Dejar con la palabra en la boca a un discípulo de Cornelius Castoriadis, nuestro autor base desde el semestre pasado!) Aquí ya iba doble tragedia.
Por suerte pude entrar al concierto de Los Jaigüey, el proyecto en el que Poncho Figueroa, bajista de Santa Sabina tiene el papel de front man. Como era de esperarse, sobraban dedos en el cuerpo para contar a los asistentes: la paradoja de mi Universidad.
El otro día vino Pedro Kominik y más de la mitad del auditorio se perdió de un orgásmico espectáculo lleno de alegría y de una hermosa voz, han venido concertistas de Bellas Artes, la rockera Teresa Estrada, entre muchos otros, y el auditorio: vacío... así ha pasado últimamente en mi casa de estudios, luego del paro de hace unos meses, de los cambios administrativos y de la habitual apatía de los futuros educadores de México. Triste, triste, y vergonzoso.
Da pena propia y ajena no cubrir las expectativas de una banda que venía -estoy segura- con toda la emoción de presentar su material en una Universidad PEDAGÓGICA. (¡Jaigüey! ¡Estos cuates han de ser super cultísimos, a ver si damos el ancho!) Y al llegar y tocar, ¿qué? Creo que de entrada Ricardo Jacob, se quería echar a correr.
-¡Gracias a ustedes que vinieron!- hablaba Poncho al micrófono
-Algunos...- murmuraba el baterista
Dos veces amenazaron con dar por terminado el repertorio antes de cubrir las diecisiete canciones anunciadas en el programa de mano, y -a Dios gracias- los pocos que estábamos no los dejamos huír. Por más de una hora y media nos permitieron disfrutar de un concepto que de entrada, se antojaba interesante: Gustavo Jacob, un flaquito con enorme parecido a un maestro de Filosofía de la UPN (Martín Hernández, saludos), de anteojos y mirada perdida en el sonido que sus dedos arrancaban prodigiosamente a la guitarra eléctrica. Parecía un tímido muchachito, de esos que no encuentran pareja para bailar en las fiestas, de hecho porque no baila, porque lo único que hace es hablar con notas y no puede entablar otro tipo de conversación... eso parecía. Pronto descubrí que era el típico "mátalas callando", de sonrisa pícara y mirada maliciosa cuando se comunicaba con sus compañeros, además, talentosísimo, y no es cebollazo.
Del otro lado el bataco, que a su vez hacía los coros. Fuerza imponente, ritmo contagioso y potente voz , el más impaciente, el cara de "ya vámonos". Probablemente hermano del otro, por el apellido, pero poco parecidos físicamente. No quería seguir, se le notaba, pero desquitó el sueldo -si es que lo hubo- muy dignamente.
Pero entonces Mr. Incredible, voz principal y bajo hizo lo que tenía que hacer: simplemente ser él mismo, y relajado nos deleitó con la hermosísima "El lenguaje del amor", una rola que me conmovió muchísimo, la riquísima "Linda motorista", que inevitablemente me llevó de paseo a la playa, y algunas más locochonas como "Pedernal" y "Qué pató?"
Descubrí a la banda de Los Jaigüey, luego de haberlos conocido "de vista" navegando por la red, recreados en los personajes de South Park y con una primitiva animación en flash, nunca había oído su música. Por suerte llegaron a bajarme del árbol donde me encontraba aterrada, pensando en mis libros perdidos y en la conferencia que será referente seguro para muchas clases y que no pude escuchar. Me llevaron por las buenas, tal vez muy a su pesar, pero me hicieron sentir muy bien, me inyectaron su música. Fue algo muy raro.
Siempre pensé que los músicos leidos y escrebidos eran tan fríos que jamás me harían vibrar como ahora. Tal vez yo estaba sensible, tal vez me hacía falta oír unas cuantas notas en lugar de palabras sabias como las del conferencista. Tal vez necesitaba perder esos libros para darme cuenta de que ya estaba perdiendo la cabeza, no sé lo que haya sido... el chiste es que Poncho y sus amigos me recordaron que aún sigo viva.
Poncho, Mr. Incredible, me quito el sombrero... ¡realmente me comunicaste con Dios! -¡jajajajaja!- ¡me llegó su mensaje! Precioso místico rockero, simpático, neto, te quiero.
...bueno, después de éste lapsus de fanatismo, emocionada porque tal vez me leerá, reitero mi agradecimiento con el grupo, y lo hago extensivo al arte en general. Los mejores momentos de la Universidad los he pasado en ese mismo auditorio, cuando después de un día difícil mando todo a la chingada y me meto a ver qué hay en ese sitio que se ha convertido en la enfermería del alma. Creo que todos en esa escuela deberían hacer lo mismo, dejarse de somnolencias y buscar el electroshock del arte...
...hoy para mí fue un mal día, y no habría valido la pena de no ser por los ojos amables de Poncho, su franca sonrisa, su enorme sensibilidad que lo convierten en un artista verdadero, y por supuesto, por la excelente mancuerna que hace con los músicos Jacob, que juntos se llaman Los Jaigüey y que hicieron conmigo su buena obra del día.
ACTUALIZACIÓN DE ÚLTIMA HORA, UNA IMAGEN DE ESA VEZ:
AHÍ SE VE MI CABEZOTA FRENTE A PONCHO :)