
Todo este discurso modernista se va por el caño cuando nos damos cuenta de que noche a noche las familias mexicanas siguen reuniéndose para enterarse de las aventuras de los tres hermanos Reyes, mientras sopean en la leche el sabor de un pan dulce marca Sofía.

Una historia de venganzas, supuestas relaciones de amor y toques de humor barato, son los ingredientes principales de esta masa que al salir del horno da como resultado un éxito rotundo para los productores que tuvieron la gran puntada de adaptar una historia colombiana (como ya es costumbre) al contexto de nuestro país, inspirados en los tiempos gloriosos del cine nacional, donde la figura del galán sombrerudo y bigotón era la fórmula perfecta para hacer que las virginales jóvenes suspiraran por sus amores.
Los famosos hermanos Reyes, recuerdan a los míticos tres García, que son los típicos hombres fuertes, guapetones y sensuales, a quienes debido a estas cualidades, se les perdona todo: lo tontos, lo mediocres o lo mujeriegos. Se les justifica su sed de venganza, la defensa del honor por la sangre, y su obsesión por ser los primeros y los últimos en el corazón de la mujer que quieren.
Por otro lado las mujeres, son el vivo retrato de Marga López y Blanca Estela Pavón en sus más denigrantes actuaciones: lloriqueo, sufrimiento, silencio, y una cara bonita. Mientras la mujer sea presumible físicamente, no importa que sea una inútil.
El padrecito del pueblo, que es la voz de Dios, se anda metiendo en la vida de todos, especialmente de los más ricos, según él interesado sinceramente en volver las ovejas al redil, pero exponiendo su propia vida y haciendo méritos para su canonización.
¿Qué valores de familia y de sociedad se transmiten a través de esta telenovela? Es una extraña combinación entre los intereses comerciales, que han sacado una marca de pan dulce y ofrecen conciertos donde los dichosos hermanos cantan ¡horrible!; y una maquiavélica treta para hacernos creer que seguimos viviendo en el México tradicional en donde nada ha cambiado desde el siglo pasado. Yo no sé si la vasta cantidad de gente que le da los altos índices de rating a "Fuego en la sangre", son las amas de casa sumidas en el idealismo del marido ejemplar, perdidas en el romanticismo de un amor que nunca tuvieron, gozando en la piel de Adela Noriega e imaginando que Eduardo Yáñez es el Quijote con quien se acuestan todas las noches; o bien son los maridos cansados que llegan de trabajar para recrear la pupila en los pechos tiesos de Ninel Conde, o en los libres movimientos de Niurka Marcos y la impudicia de Susana Zabaleta.
Yo no sé... pero no creo que los jóvenes encuentren identificación alguna con ese México de calendario que se retrata en dicha serie, ni que concuerden con la ideología decimonónica que se proyecta a través de las relaciones entre los personajes; sin embargo les entretiene, y probablemente en el seno de las familias más humildes y tradicionales, todavía algunas chicas y chicos crean verdaderamente que el amor significa eso, que el poder significa eso, que está permitido quitar del camino a quien nos estorba, y que la fidelidad eterna existe. No por nada tiene casi un año al aire, y se mantiene en el gusto del público por más que en el siglo XX ya poco tengan que hacer un ranchero enamorado y una bruja malintencionada.
Está claro que el horario en el que se transmite no está destinado a la juventud, que tiene sus propios tiempos con programas bobos, de los cuales ya hablaré en análisis posteriores, pero al ser los adultos quienes refuerzan su nostalgia por el pasado, la brecha generacional se hace más y más amplia, y la incomprensión entre los muchachos y sus padres se va acrecentando al remarcar estas diferencias entre lo que antes era bueno y ahora ya no, lo que antes se acostumbraba y que hoy ya no tiene valor. Cierto ideal de familia ha desaparecido, ya no es el mismo que en el tiempo de los abuelos, y eso los jóvenes más modernos lo ven como obsoleto, aburrido y anticuado. La tradición sin embargo, no ha muerto del todo, lo que pasa es que sólo vive en las mentes y en los corazones de quien está envejeciendo, y el mundo ha sido heredado por otra generación que ya no cree en las mismas cosas.