En la aclamada novela "Ensayo sobre la ceguera" del escritor portugués José Saramago, el único personaje que no deja de ver, es el que su autor nombra como "La Mujer del Médico". Ella tiene la responsabilidad de ver por los otros, de conducirlos por donde ella ve que es viable estar, lo que para mí es una analogía de lo que hace la educación. Pero pronto se desespera, se siente impotente de ver cómo la raza humana se va degradando hasta convertirse en una monstruosidad asquerosa.
La Mujer del Médico debe perdonar y comprender incluso a aquél que ama, dada su condición de ciego, y finalmente no tiene otro remedio más que el de llorar acompañada de un perro callejero a quien Saramago bautiza como "El perro de las lágrimas".

Cuando leí esta novela me encontraba trabajando como secretaria en uno de los hospitales más prestigiados de la ciudad. Cuando no había nada que hacer, me encerraba en el consultorio de la doctora para poder ver a través de la ventana. Era el único momento de libertad que sentía en medio de una situación de incertidumbre acerca de mi vida y mi destino. Estaba harta de tratar con gente prepotente que me trataba como si la discapacitada fuera yo... nunca me ha gustado sentir que tratan de humillarme. Por eso en esos días, Ensayo sobre la Ceguera y estos dos personajes fueron mi compañía más real... sin demeritar el cariño de mi compañera en la recepción.
Después pude estudiar una carrera y sentir que mi vida cambiaría para siempre. No estaba equivocada, de hecho, cambió. Sin embargo la gente parece ir ciega a mi alrededor, y bueno, yo no soy la excepción, tampoco veo. Lo importante es el tercer ojo en mi frente, lo que me hace estar tuerta y ver un poco algunas cosas que los demás no ven, así digan que son moros con tranchete o pájaros en el alambre.
Por eso el nombre de este espacio, por eso el personaje, por eso la cualidad de estar tuerto y la ambigüedad en la palabra Tortura: decir la verdad, la propia verdad, casi siempre duele... y no sólo a uno mismo, sino que también lastima a los demás... aunque algunas veces es disfrutable, como todo el placer, que contiene una buena dosis de dolor en él.
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