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domingo, 26 de abril de 2009

Caso aislado

Desde el mes de diciembre del año pasado me he estado enfermando de una gripe muy latosa. Nunca me ha gustado gastar dinero en doctores ni en medicamentos, y contrario a las indicaciones de todo el mundo, me automedico frecuentemente, utilizando antibióticos de vez en cuando, y analgésicos las más de las veces. Cuido, sin embargo todo aquéllo que entra en mi cuerpo procurando no abusar de nada, y usar la medicina de farmacia sólo como último recurso. Así es que a través de los años, mis males se han curado con tés, jugos y alimentos que recomiendan las abuelas desde tiempos inmemoriales: los médicos no me caen muy bien -qué ironía-.

Aunque últimamente la edad me ha pasado factura de varias cosas, y he tenido que cuidar mi salud con más detalle aún contra mi voluntad; las gripes son cosa de todos los años y nunca me han preocupado de más. Cuando una gripe me ataca, me pongo "flojita y cooperando", me entrego a ella y le digo "haz conmigo lo que quieras". Confío en mis anticuerpos y los dejo hacer su trabajo eliminando al virus y sus efectos en menos de una semana. Me ayudo con jugo de naranja, agua de limón y tés con miel. Hasta ahora me ha dado resultado.

Dice mi madre que no hay mejor cura para ciertas enfermedades comunes, que "el remedio de no te hago caso", y miren que lo he comprobado, pero eso no pasa así con la mayoría de la gente, que está muy paranoica por todos lados, se le ha inyectado una cultura del miedo en dosis muy pequeñas con el paso del tiempo, así es que de un momento a otro, cuando anuncian que una Gripe Mutante ataca a la Ciudad de México, no pasan ni veinticuatro horas y ya todo el mundo trae cubrebocas, no sale de casa y procura no tocarse ni besarse más que lo estrictamente necesario.

Yo no sé, pero la situación que se ha dado desde la noche del jueves pasado y hasta el momento en mi querido terruño, me parece un fenómeno digno de estudio.

Sin ir muy lejos, en casa lavamos cobijas, sábanas y desinfectamos todo con cloro cual si se tratara de luchar contra una bomba biológica (y lo justifico porque las gripes sufridas por los miembros de la familia habían tenido síntomas nunca antes sentidos), pero luego de tomar las precauciones mínimas, me preparé para salir a la calle. Estaba puestísima para ir a un espectáculo de cabaret que tenía muchas ganas de ver, y mi acompañante decidió quedarse en casa por miedo de traerle el virus a su familia. Me quedé frustrada por no tener carro, vivir lejos del teatro y guardada en casa. Ahí me enteré de que las clases se suspenderían por semana y media en todos los niveles educativos de la ciudad, que se cerrarán teatros, cines y museos, y que se cancelarán eventos masivos como partidos de soccer, conciertos y hasta las misas.

Me quedé en shock porque ahora que podría aprovechar que las calles están vacías, no puedo ir a un museo porque hasta va a haber operativos para asegurar que nadie salga si no es urgente. Inclusive se autoriza entrar a las casas en algunos casos, según lo que escuché en el comunicado.

No sé qué opinen, pero con la poca información que poseo del asunto, considero que es un plan muy macabro. Debe haber algo de cierto en lo de la dichoza Influenza Porcina (un virus que atacaba a los puercos y que mutó para infectar a los humanos, lo cual se ha vuelto mortal en algunos casos documentados), pero también hay mucho de manipulación política y de cosas raras. Se acercan las elecciones para diputados federales, y es mucha casualidad que sabiendo de la existencia del virus desde el año pasado según gente cercana que trabaja en hospitales, sea hasta este momento que se haya informado, y que se hayan tomado estas medidas tan drásticas para protegernos de algo que está cobrando dimensiones épicas con la opinión de la OMS y otras instancias externas.

Y es que hay muchas formas de amarrar a la gente: declarar cuarentena en la población por algo que aparentemente no es tan grave, atrapa tanto a los hipocondriacos como a los perezosos, que ahora tienen el pretexto idóneo para no asistir al trabajo, pero ponen en aprietos a otras personas que tendrán que cubrir doble turno, encargar a sus hijos a ver dónde o viajar en el transporte público teniendo asco de todos. A ver, ¿por qué no pararon las actividades productivas? Si el asunto fuera tan grave, lo harían. Esto huele más a un experimento social, algo que tenga que ver con el comportamiento de la gente en situaciones de crisis, medir el nivel de obediencia y las reacciones de las masas. Los comunicadores parecen cortados con las mismas tijeras, y el manejo que hacen de la información, realmente apesta.

Poco a poco irán saliendo esas cosas que están detrás de la Influenza y el pánico que ha causado en los habitantes de la capital y otros estados, pero de momento aunque parezca que sólo estoy especulando, basta con ver a los hijos pequeños de mis vecinos, jugando a que "ahí viene el virus", la aparición de cada vez más anuncios en la tele sobre productos de higiene y antibacteriales, la negativa de la gente a querer salir a cualquier lado, la cobertura especial en los noticieros, la escasez de cubrebocas, y su venta abusiva hasta en cincuenta pesos, cuando su costo promedio es de 3 a 10 pesos; para darse cuenta de que hay muchas cosas más allá de una bien intencionada acción para protegernos del contagio y prevenir gastos mayores por parte del gobierno.

Por lo pronto quedan todavía nueve días de cuarentena, toque de queda o como prefieran llamarle. Ya veremos cómo avanza, mientras tanto escuchen esto que han dado en llamar la Cumbia de la Influenza, una reacción más divertida a la situación que se está viviendo en el Distrito Federal, ciudad que cariñosamente llamamos Chilangolandia, y en donde surgen ideas desde lo más profundo de las cloacas.

domingo, 28 de diciembre de 2008

La Navidad que vino y se fue

Desde hace un par de años que no logro darme cuenta cuando ronda el espíritu navideño en el ambiente. De no ser porque desde el mes de septiembre ya nos coquetean los centros comerciales con adornitos rojos y dorados, ni siquiera me imaginaría que tengo que prepararme para la época en la que tanto solía emocionarme allá por mi tierna infancia.

Este año sí fui definitivamente el Grinch de mi familia: no hubo adornos de colores, ni árbol ni nacimiento, y fui la única que no entré al intercambio de regalos por muchas razones.

En primer lugar, no tengo dinero. Mi situación económica está más muerta que nunca y en estos tiempos parece ser que no tener poder adquisitivo es casi lo mismo que no tener espíritu navideño. Por otro lado, mi familia está cambiando: quienes antes éramos una bola de primos jóvenes y divertidos, ahora somos adultos con hijos y familias que no siempre nos caemos bien del todo. Y por si esto fuera poco, me ha agarrado una gripe galopante que me ha tenido tirada en cama disfrutando literalmente la enfermedad.

Obligada a distanciarme del fenómeno navideño por motivos económicos, sociales y emocionales, pude analizar más fríamente todo lo que pasaba a m i alrededor: intercambios entre amigos, compañeros y simplemente conocidos. Entré a un par de ellos en la escuela porque no quería verme grosera, pero la Navidad no me entusiasmaba. Me integré a un grupo coral en donde hice el ridículo en mi solista porque la garganta ya me estaba avisando que se iba a poner en huelga, y sí, como es de adivinarse, entonamos villancicos vacíos, no por eso menos bellos.

Es bien sabido que quien más se esfuerza en regalar, es el que menos recibe, así es que yo esta vez no hice ni el intento de buscar cosas bonitas a quienes me tocó darles, era un simple detallito que esperaba agradecieran, pues además de que el bolsillo no me daba para más, tampoco el ánimo me ayudaba.

Además de las que se hacen en todos lados, en mi calle hubo una posada y yo, junto con mi prima darketa, fuimos las únicas en no salir al convivio entre vecinos. La gente ya no le pone más luces a su casa porque no le caben. Estamos en plena era de ahorrar energía, y les vale gorro. Hasta unos vecinos de la esquina se colgaron del cable del poste para vender sus series navideñas, con los consabidos apagones que esto trajo como consecuencia sin que nadie -más que yo- hiciera denuncia a Luz y Fuerza. ¿Creen que vinieron? Yo no sé, pero si vinieron, seguramente los sobornaron para dejarlos seguir igual, porque no han dejado de vender foquitos hasta el mismo instante en que escribo estas líneas.

Así pasaron los días apurándome a entregar todos los trabajos y pendientes de la universidad para quitarme de preocupaciones, viendo en todos lados las tiendas a tope, con gente a la que se le va a venir la crisis dura porque se gastaron hasta lo que no han ganado, comprando cosas irrelevantes con el simple ánimo de acabarse un dinero que ya les quemaba las manos. Así fui una mera espectadora del fenómeno consumista compulsivo, pero ya estando en el mero día 24 pude sentir el peso de la gran fecha.

Católica por tradición, acostumbraba ir devotamente a misa ese día del año, pero esta vez ni mi madre que es tan creyente tuvo ganas de ir. Hicimos una cena breve para tres personas, nos peleamos sentadas en plena mesa y logramos sacar el estrés que nos estaba consumiendo.

Tales cosas nos hicieron pensar en lo duro de la situación. Hubo llanto en memoria de las noches cálidas de abrazos entre familia, llenos de risas, regalos y -si no abundancia- sí suficiencia. Sin embargo a través de todo ello, en medio de la aparente soledad, la media luz y el dolor de cabeza, descubrimos el espíritu navideño.

Pudimos reflexionar sobre lo importante de estar juntos en familia, de tener una modesta cena que degustar y un techo en dónde cubrirse el frío. Valoramos lo que cada uno tiene para dar, más allá de las curiosidades comerciales que en todos lados ofrecen. Vimos televisión y nos burlamos de los que lucen gorros de Santa Claus y desean hipócritamente una Nochebuena gloriosa.

Hoy, aunque aún resuenan campanas navideñas hasta el 6 de enero, la Navidad ya se fue... huele a que se está secando, a que habrá que guardar todo. Afortunadamente hoy no sacamos las figuritas del nacimiento que ya han de estar rotas e incompletas, no gastamos luz de más adornando las ventanas, ni tendremos el fastidio de quitar un árbol cuyas esferas se revientan en las manos.

Tal vez el otro año haya posibilidad de hacerlo, y ánimos, y vida. Por lo pronto hoy redescubrimos la Navidad, y simbólicamente, creo que algo nuevo nació en nuestros corazones.