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miércoles, 25 de febrero de 2009

¡Los Jaigüey al rescate! Crónica de una tragedia

¿Debe un súper héroe sentirse satisfecho lo mismo si salva a un gatito que a un enorme tren de pasajeros? ¿Importa lo mismo la abuelita agradecida que la multitud vitoreando al unísono? ¡Quién lo sabe! Lo que ahora relataré me hizo pensar mucho, mucho en las posibles respuestas.

El día de hoy me sucedió una tragedia por partida doble, triple, ya perdí la cuenta: acababa de comprar un libro y estaba por entregar dos más en la biblioteca. Dos libros rarísimos que no se consiguen fácilmente, y que ahora tendré que pagar porque juntos se fueron de viaje a las manos de quién sabe quién. Hoy viví en carne propia la desgracia de vivir en un país donde si alguien se encuentra algo, "¡Matanga, dijo la changa!, lo caido, caido"

Busqué como desesperada, siguiendo cual sabueso el rastro dejado en los lugares visitados de la Universidad. ¡Porque fue dentro de la Universidad que sucedió! Tuve que salirme de una conferencia importantísima porque simplemente no podía concentrarme. (No me la voy a acabar con mis maestros, ya los oigo. ¡Dejar con la palabra en la boca a un discípulo de Cornelius Castoriadis, nuestro autor base desde el semestre pasado!) Aquí ya iba doble tragedia.

Por suerte pude entrar al concierto de Los Jaigüey, el proyecto en el que Poncho Figueroa, bajista de Santa Sabina tiene el papel de front man. Como era de esperarse, sobraban dedos en el cuerpo para contar a los asistentes: la paradoja de mi Universidad.

El otro día vino Pedro Kominik y más de la mitad del auditorio se perdió de un orgásmico espectáculo lleno de alegría y de una hermosa voz, han venido concertistas de Bellas Artes, la rockera Teresa Estrada, entre muchos otros, y el auditorio: vacío... así ha pasado últimamente en mi casa de estudios, luego del paro de hace unos meses, de los cambios administrativos y de la habitual apatía de los futuros educadores de México. Triste, triste, y vergonzoso.

Da pena propia y ajena no cubrir las expectativas de una banda que venía -estoy segura- con toda la emoción de presentar su material en una Universidad PEDAGÓGICA. (¡Jaigüey! ¡Estos cuates han de ser super cultísimos, a ver si damos el ancho!) Y al llegar y tocar, ¿qué? Creo que de entrada Ricardo Jacob, se quería echar a correr.

-¡Gracias a ustedes que vinieron!- hablaba Poncho al micrófono
-Algunos...- murmuraba el baterista

Dos veces amenazaron con dar por terminado el repertorio antes de cubrir las diecisiete canciones anunciadas en el programa de mano, y -a Dios gracias- los pocos que estábamos no los dejamos huír. Por más de una hora y media nos permitieron disfrutar de un concepto que de entrada, se antojaba interesante: Gustavo Jacob, un flaquito con enorme parecido a un maestro de Filosofía de la UPN (Martín Hernández, saludos), de anteojos y mirada perdida en el sonido que sus dedos arrancaban prodigiosamente a la guitarra eléctrica. Parecía un tímido muchachito, de esos que no encuentran pareja para bailar en las fiestas, de hecho porque no baila, porque lo único que hace es hablar con notas y no puede entablar otro tipo de conversación... eso parecía. Pronto descubrí que era el típico "mátalas callando", de sonrisa pícara y mirada maliciosa cuando se comunicaba con sus compañeros, además, talentosísimo, y no es cebollazo.

Del otro lado el bataco, que a su vez hacía los coros. Fuerza imponente, ritmo contagioso y potente voz , el más impaciente, el cara de "ya vámonos". Probablemente hermano del otro, por el apellido, pero poco parecidos físicamente. No quería seguir, se le notaba, pero desquitó el sueldo -si es que lo hubo- muy dignamente.

Pero entonces Mr. Incredible, voz principal y bajo hizo lo que tenía que hacer: simplemente ser él mismo, y relajado nos deleitó con la hermosísima "El lenguaje del amor", una rola que me conmovió muchísimo, la riquísima "Linda motorista", que inevitablemente me llevó de paseo a la playa, y algunas más locochonas como "Pedernal" y "Qué pató?"

Descubrí a la banda de Los Jaigüey, luego de haberlos conocido "de vista" navegando por la red, recreados en los personajes de South Park y con una primitiva animación en flash, nunca había oído su música. Por suerte llegaron a bajarme del árbol donde me encontraba aterrada, pensando en mis libros perdidos y en la conferencia que será referente seguro para muchas clases y que no pude escuchar. Me llevaron por las buenas, tal vez muy a su pesar, pero me hicieron sentir muy bien, me inyectaron su música. Fue algo muy raro.

Siempre pensé que los músicos leidos y escrebidos eran tan fríos que jamás me harían vibrar como ahora. Tal vez yo estaba sensible, tal vez me hacía falta oír unas cuantas notas en lugar de palabras sabias como las del conferencista. Tal vez necesitaba perder esos libros para darme cuenta de que ya estaba perdiendo la cabeza, no sé lo que haya sido... el chiste es que Poncho y sus amigos me recordaron que aún sigo viva.

Poncho, Mr. Incredible, me quito el sombrero... ¡realmente me comunicaste con Dios! -¡jajajajaja!- ¡me llegó su mensaje! Precioso místico rockero, simpático, neto, te quiero.

...bueno, después de éste lapsus de fanatismo, emocionada porque tal vez me leerá, reitero mi agradecimiento con el grupo, y lo hago extensivo al arte en general. Los mejores momentos de la Universidad los he pasado en ese mismo auditorio, cuando después de un día difícil mando todo a la chingada y me meto a ver qué hay en ese sitio que se ha convertido en la enfermería del alma. Creo que todos en esa escuela deberían hacer lo mismo, dejarse de somnolencias y buscar el electroshock del arte...

...hoy para mí fue un mal día, y no habría valido la pena de no ser por los ojos amables de Poncho, su franca sonrisa, su enorme sensibilidad que lo convierten en un artista verdadero, y por supuesto, por la excelente mancuerna que hace con los músicos Jacob, que juntos se llaman Los Jaigüey y que hicieron conmigo su buena obra del día.
ACTUALIZACIÓN DE ÚLTIMA HORA, UNA IMAGEN DE ESA VEZ:


AHÍ SE VE MI CABEZOTA FRENTE A PONCHO :)

viernes, 28 de noviembre de 2008

Educar la mirada... lo que no se dice, pero se ve.

El título de este blog y la temática del post anterior era la ceguera, así como la intención de querer mirar aunque sea un poco más allá a través de una cualidad de tuerto entre tanto invidente. Pero no había pensado en términos de Educar la Mirada, título de un seminario que vino a dar a mi Universidad, la reconocida investigadora argentina Inés Dussel en compañía de Patricia Ferrante y que concluyó el día de ayer.

Debido a que empezaba el día lunes y se me hacía imposible faltar a mi clase porque debía entregar un trabajo, y que el jueves había una conferencia magistral sobre la educación por competencias (totalmente actual); decidí no inscribirme en él aunque me interesaba demasiado. No me había percatado de que la propaganda decía "A la Comunidad Académica", es decir, que sólo era destinado a los profesores e investigadores de la UPN.

Sin embargo el martes salí temprano de clases y de un edificio a otro, mi compañero y amigo Moisés, me saludó de lejos. Cuando vi en dónde se encontraba, debido a que había un cartel del evento pegado afuera, decidí acercarme y preguntar si todavía era tiempo de inscribirse y participar. Mi amigo que es alumno y fotógrafo, y que de algún modo se había incorporado al evento, me presentó a la organizadora, quien me preguntó cuál era mi nombre únicamente como un dato para saber si le sonaba conocido... como no fue así, se limitó a decirme que sólo me aceptaría como oyente. Accedí a la propuesta en el entendido de que el cupo era limitado y la ponente, importante.

No dudé en participar desde la primera oportunidad, pues el tema me apasiona y he pensado mucho al respecto. Tal vez debido a que no llegué a la primera sesión y no hubo tiempo de presentarme, mis participaciones enontraban eco en el vacío y en ocaciones alcancé a sentir como que eran ignoradas por la mayoría. De principio comencé a sentirme una tonta, creyéndome el entendido imaginario de que por ser una estudiante no estaba a la altura del pensamiento de aquéllos maestros que tomaban el curso... pero después me di cuenta de que no era cierto. Yo no estaba diciendo cosas más tontas que las que ellos decían, e incluso a veces repetían mi idea inicial sólo que con otras palabras.

La maestra que me aceptó como "oyente" (es decir, que oye sin decir nada); me dijo el primer día, tras notar mi atrevimiento al hablar: "¿Vas a asistir al resto de las sesiones? Entonces te entrego constancia, pero si me fallas un sólo día, ya no te entrego nada"

Sumisa contesté que sí, que mi intención era participar los tres días restantes, de un total de cuatro. Lo siguiente no se lo dije, pero lo pensé: "si además de darme la oportunidad de aprender, me regalan un papel que lo hace legítimo, para mí está más que perfecto".

Vinieron las dos sesiones siguientes y seguí participando. Comenzó a importarme menos el hecho de que los presentes pudieran preguntarse internamente "¿Ésta quién se cree? ¿De dónde diablos salió?" Hubo profesores que sólo vi en una sesión o en dos, y que seguramente, recogerán constancia y se pararán el cuello diciendo que conocieron a la Dra. Dussel y aprendieron mucho de sus investigaciones, pero no estuvieron presencialmente ni aportaron nada en la retroalimentación.

Ese último día, la misma maestra que me había prometido la constancia, me abordó para decirme "Finalmente lo lograste, ¿verdad?"

En el momento no entendí lo que aquélla frase quería decirme. ¿Logré exactamente... qué? ¿"Salirme con la mía"? ¿Colarme en un evento diseñado únicamente para los académicos, cuando el papel que se les designó a los alumnos fue el de sirvientes, preparando el café y cargando las galletitas?

No me pareció justo en lo absoluto. No me considero una tonta por el simple hecho de apenas estar estudiando una licenciatura. Estos espacios deberían dejar de ser tan elitistas, y los maestros callarse la boca y no llenarse de discursos de inclusión, respeto y tolerancia que sólo son palabrería vacía.

La Doctora y su asistente, sin embargo, me trataron igual que a todos ellos, no sentí discriminación alguna, y al parecer se fueron satisfechas diciendo que habían aprendido mucho de esta experiencia. No lo dudo: espero que hayan podido ver la arrogancia de ciertos sectores de maestros (no son todos, por supuesto), que se creen que por tener un título de maestros o doctores, están perdonados de tener que aprender cosas nuevas. Nadie hizo preguntas, no externaban dudas, sino opiniones -yo me abstuve un poco por prudencia-, pero todos llevaban la actitud de "entiendo perfectamente", "eso yo ya lo sabía". Sólo uno de ellos tuvo la decencia de agradecer el curso, cuando los demás se querían poner "al tú por tú" en conocimiento con la invitada. ¡Por favor! Yo aprendí muchísimo, se me espantaron ciertos demonios que me jalaban el pelo de noche, y no precisamente por ser una alumnita inculta, sino porque la verdadera intención del seminario no era otra que esa: aprender.

Yo no sé... no quiero que el presente escrito suene despectivo o sentido, porque nunca he sido de tomarme las cosas muy personales, pero sí me valgo de este mi espacio, para denunciar la realidad que existe entre los sectores docentes de la mayoría de las instituciones públicas (y no sé si también privadas) de mi país. La UPN me ha dado enormes satisfacciones, y estoy convencida de que es la institución de donde salimos preparados los mejores pedagogos, pero por desgracia la brecha generacional todavía pesa mucho. La gente en general necesita sentirse importante al menos por instantes poco duraderos, ejercer cierta actitud de poder a la primera oportunidad, no importa si eso los hace caer en la incongruencia entre sus palabras y sus actos.

De este modo urge educar los ojos de los maestros, la visualidad de la que hablaba Dussel, el punto de vista, la postura que se toma para mirar. No hay que ponerse en el centro del panóptico y sentirse el vigía que ascendió a ese puesto para nunca bajar. Hay que dejar los binoculares para ver de cerca, agacharse a mirar con la lupa, quitarse los tacones y ponerse zapatillas deportivas de vez en cuando, sentirse de nuevo aprendiz y no catedrático.

Pienso dar un curso para profesores que aborde esta problemática, y de entrada no condicionaré las constancias, pediré llevar jeans y zapatos bajos como único requisito.

Los maestros presumen diciendo que les encanta aprender de sus alumnos, pero siempre y cuando esta acción no sea voluntaria, siempre que el dichoso aprendizaje sea una chispa de iluminación que ellos captan de algún comentario inocente o de alguna acción reveladora; pero una vez que haya una estudiante que esté explícitamente ahí para enseñarles algo, a ver cuántos van, y cuántos continúan hasta terminar el curso.

Todavía es un proyecto en la mente que me surgió a partir de esta experiencia, y que pienso llevar a cabo en algún momento no muy lejano. Ojalá pueda surgir algo bueno, porque el sistema docente de mi país parece haber criado cuervos en vez de alumnos, aunque yo no diría que fuimos nosotros precisamente quienes les sacaron los ojos, pero fueron ellos mismos quienes los cambiaron por ojos de vidrio, tan fríos y endurecidos, que de nueva cuenta hace falta hacer sangrar.