
Aquí vengo, luego de un rato de no escribir en este espacio, para hablar de un tema que me sigue preocupando, y que ha cobrado unas dimensiones que nunca me hubiera imaginado descubrir tan cercanamente. Ese tema sigue siendo la risa.
¿Cuál es la principal función de un actor cómico? ¿Por qué hacer reír es más difícil que hacer llorar? ¿Por qué hay cosas en televisión, teatro, revistas y radio que no son simpáticas y siguen vendiéndose como lo más divertido que puede haber? ¿Qué se obtiene con hacer reír a otro?
En psicología, la necesidad de reconocimiento presente en todo ser humano encierra dos grandes misterios: el deseo de ser amado por un lado, y el deseo de dominio sobre los otros, en el extremo opuesto. Ambas cosas de forma equilibrada, hacen que se exprese esta necesidad de muy diferentes maneras: Hay quienes, desde un narcisismo evidente, no dejan de ser el foco de atención y no pretenden otra cosa que saciar su sensación de soledad con la droga de tener siempre una cierta cantidad de espectadores alrededor, celebrando sus ocurrencias.
Hay otros, que pretenden a través de sus chistes, demostrar que son más inteligentes que sus espectadores, y sus shows llegan a ser tan elitistas, que nadie puede entender y mucho menos reírse, a menos que quiera complacer a quien está en escena, o bien, tenga las mismas referencias de las que ha partido el creador del espectáculo.
En ambos casos la toma del escenario no es más que un escaparate para lucir las propias cualidades: ya sean estas referentes a una imagen presumible (despliegue de producción incluido), o a la exhibición de una o varias habilidades (baile, gracia, canto, uso de voces, elasticidad, pantomima, acrobacias, gestualidad, "inteligencia", etcétera...)
Lamentablemente he podido ver últimamente, y en varios niveles de espectáculos, más trabajadores del arte que artistas propiamente dichos. ¿Qué los distingue? El creerse más de lo que en realidad son.
El artista siempre está en una constante búsqueda de sí mismo, de perfeccionarse como ser humano, de enriquecerse con experiencias varias que le ayuden a vivir tranquilo consigo mismo y con quienes le rodean. Su intención principal es buscar la felicidad como una tarea de todos los días, a sabiendas de que nunca va a encontrarla, y que los únicos momentos en los que podrá devolver a la vida lo poco o mucho que se le ha brindado, es encima de un escenario, compartiendo, como quien ofrece una cena o una fiesta, sus mejores dones, aquello que le ha costado trabajo obtener pero que no sabe igual si se come a solas.
El trabajador del arte busca siempre ser mejor artista. Toma cursos de todo, se prepara, lee, practica, ensaya y se mata con tal de obtener o no perder un lugar en el medio, ya sea éste un espacio importante dentro de la farándula, o dentro de un simple grupo de amigos. Hay gente que desde antes de ser profesional, busca la pose de divo o diva, aprende tipos de comportamiento social que probablemente le resulten efectivos para abrirse camino hacia la fama o el trabajo bien remunerado. No tienen empacho en ofrecer sus halagos a diestra y siniestra, sólo porque ven en el otro una posibilidad de crecimiento personal.
Los artistas son más escrupulosos al respecto. Si bien los tiempos modernos los obligan en cierta medida a establecer relaciones más políticas que afectivas, los artistas sólo se quedan con la gente que les vaya a dejar un aprendizaje útil, profundo, y desechan como van pudiendo, las relaciones por mera conveniencia, ya que estas son las de menor peso en sus prioridades.
Aunque en ocasiones los caminos son tramposos y llevan a tener que decidir entre una u otra, y dependiendo del contexto más amplio, hay que elegir con cuidado, los trabajadores del arte quieren vivir de lo que hacen, lo toman como un oficio, como una carrera profesional a la que hay que entregarse del mismo modo que al estudiar para contador u ortodoncista.
Quizás sea la profesionalización del arte, llena de contenidos obligados, de técnicas probadas y espacios específicos para ejercerla, lo que ha matado a tantos artistas natos, convirtiéndolos en simples obreros. Sin embargo, hay que decir, que existen profesionales ostentando con mucha honra el laurel de artistas, sin que eso signifique que sean mejores o peores que los no estudiados.
Pero, ¿a qué viene toda esta introducción, cuando quiero referirme a la risa y al sentido del humor del mexicano, particularmente? Referiré una anécdota para entrar directo y sin más rodeos:
Hace algunas semanas acudí a una conferencia dictada por Edgar Vivar, Pierre Angelo y René Franco en la Universidad Pedagógica Nacional. Invitados por el encargado de la dirección de Difusión Cultural de dicha institución, y también director teatral, Rodrigo Johnson Celorio, se les pidió que compartieran libremente sus sentires con respecto al "Teatro Popular en México". Así, la primera respuesta fue a cargo del "Señor Barriga", ubicado así por sus seguidores en "El Chavo del Ocho". Vivar apuntó que desde el principio de su historia, el teatro es una manifestación del pueblo, así que no podía explicarse de otra forma al quehacer escénico sin su arraigo popular.
Pierre Angelo se presentó como un apasionado del teatro popular, siendo que, a pesar de no haber estudiado actuación sino una carrera completamente diferente, su tesis de licenciatura la hizo acerca de la "Administración de un teatro bar".
Habiéndose presentado por ya varios años en el Teatro Blanquita con la obra "El Tenorio Cómico", y actor de profesión, René Franco no decepcionó en cantidad de anécdotas entre las que refiere su defensa hacia los espectáculos en vivo, lo que lo llevó a conducir su programa "Es de noche y ya llegué" en las instalaciones de la legendaria XEW con público presente.
Todo iba marchando bien, el auditorio se fue llenando hasta alcanzar el tope, sólo igualado a las grandes ocasiones en que vinieron Howard Gardner (el teórico de las Inteligencias Múltiples) y Henry Giroux (fundador de la pedagogía crítica) ante los cuales, no hay punto de comparación.
Edgar Vivar, por mucho, el más lúcido de los tres, relató una anécdota que vivió en Santiago de Chile después del golpe de estado que dio muerte al presidente Allende. Contó que tuvo que actuar junto con sus compañeros de "El Chavo" en el mismo estadio que días antes había estado lleno de cadáveres producto de la invasión militar de Pinochet. "Roberto (Gómez Bolaños) quiso echarse esa responsabilidad y todos lo seguimos. La parte conmovedora es que al pasar cerca del Palacio de la Moneda, todavía con el olor a miedo de los habitantes, los niños querían vernos y nos hacían valla, aún retenidos por los militares, buscando con gran ansiedad tener un recuerdo visual de sus personajes favoritos."
Pierre Angelo había contado antes, que venía de trabajar en Ciudad Juárez, y que "Efectivamente aquél era un estado de sitio. Nos asomábamos por las ventanas del hotel y no había una sola persona en la calle, todo absolutamente 'muerto'. Lo increíble del asunto es que en la noche, un auditorio de más de cinco mil personas, estaba lleno hasta reventar, y nos aplaudieron de pie, muy efusivamente. -Hasta la 'carne se me pone chinita' de acordarme.- Es cuando uno dice: 'Por eso es que vale la pena mi trabajo, no por el dinero'."
Ojalá hubieran podido sostener argumentos tan elocuentes para explicar la estrecha relación que guarda la comedia con el pueblo. Al llegar la hora de las preguntas, Franco sentenció: "Pregunten, porque un público pasivo es lo que menos me gusta, me da hueva". La primera pregunta fue de un pobre estudiante que -luego de 'darles la bienvenida en nombre de todos' en una actitud totalmente "lamebotas"- casi casi pidió asesoría para su tesis con una ingenuidad planteada a las personas equivocadas: "¿Creen que me puedan aprobar mi tema de tesis que quiere abordar la performance (sic)?" Nada relevante, sino vergonzante.
Y de inmediato, aprovechando que el muchacho en cuestión estaba sentado a mi lado y tenía el micrófono en la mano, quien aquí escribe preguntó su opinión sobre la creciente frivolización de la risa: "Ustedes hablan de que la gente que más sufre es la más propensa al aplauso, porque busca la oportunidad de reírse de lo que más le duele, pero en estos tiempos, la gente ya se ríe de cualquier cosa. ¿No les pesa que sean llamados 'chistocitos' en lugar de actores cómicos? Para ustedes ¿en qué radicará la diferencia?" Palabras más, palabras menos, era una oportunidad de enseñarnos a nosotros, el público que abarrotaba ese auditorio, cuál era el valor real del trabajo que hacían, cómo se preparaban, qué convicción les movía a dedicarse a eso y no a otra cosa, total, estábamos en un espacio universitario. Yo no era una periodista de Ventaneando, sino una pedagoga con una pregunta seria, interesada en saber lo que nos tenían que decir, incluso agradecí antes que nada el tiempo de los tres, pues no es ajeno para nadie que tienen agendas muy apretadas... ... lástima que fue tomado por agresión, pues René Franco me contestó muy a la defensiva y Pierre Angelo simplemente no quiso aportar nada.
Fue Edgar Vivar quien aventuró una especie de respuesta, calificando mi cuestionamiento como "interesante" y poniendo cara de tener tiempo de no preguntarse eso. Franco arguyó que la responsabilidad estaba en el espectador. Que había dos tipos de risa: la "risa buena" y la "risa mala" y que si a mí no me gustaba una, que fuera y buscara la otra. Pésimo.
Otra señora tomó la palabra para decirle a Pierre Angelo que recordaba muy bien su imitación de Nino Canún y que le encantaba. Y una persona más les preguntó cómo influía el poder del estado en los contenidos de Televisa, ya que los tres forman parte de la misma empresa, a lo que Pierre, al ser uno de los muy pocos escritores de comedia en esos canales (mencionó que en total son sólo cuatro), confesó que "no se la rifa" cuando recibe amenazas sutiles o llamados de atención por parte de "los de arriba", y prefiere conservar su trabajo y decir lo que le dejan, que arriesgarse a que lo callen para siempre.
Esas fueron todas las preguntas. El resto fueron halagos, fotos, autógrafos, manifestaciones de admiración de espectadores comunes cuyo mayor interés era el souvenir y no el conocimiento. Salí muy decepcionada esa noche.
¡Lo peor de todo es que estos comediantes están firmemente convencidos de que lo que hacen a través de su trabajo es hacer denuncia social y política! Están tan ciegos de fama y poder, que creen que están diciendo "la verdad del pueblo" ¡textual! Si en verdad Pierre Angelo estuviera diciendo "la verdad del pueblo", segurito, ya no estaría en Televisa. Pero es tan soso, que ni siquiera en el teatro o en el centro nocturno dice tales "verdades". Retratar la realidad nacional, por muy subjetivable que parezca, no se reduce a hablar como nacos y diciendo malas palabras, no se limita al albur y al chiste sexual como recurso barato. Y no soy moralista en lo más mínimo, pero ¿cuántos hacen las más crueles aberraciones vistiéndolas de denuncia como la estupidez de la Guerra de Chistes o el tristemente célebre Esteban Arce, todo "en favor de la libertad de expresión" imperante?
¿Cuántos trabajadores del arte son inclusive, mucho menos que eso, y son sólo instrumentos bien pagados de un esquema social conveniente a los intereses particulares de ciertos grupos poderosos y tendencias globales?
Me queda claro que hacer reír no es cuestión sólo de artistas y trabajadores del arte, como he insistido aquí en diferenciar, sino de personas mediocres y perversas aunque inteligentes (nadie niega la astucia de Franco ni el ingenio de Angelo). Así que, mientras sigo documentándome al respecto, hasta ahora veo pocos actores cómicos, y cada vez más payasos malvados.