jueves, 30 de abril de 2009

Y sigue la mata dando...

El día de ayer me llevé de viaje a mis dos hijas -me refiero a la legítima y a una prima mía en el mismo rango de edad-. Fue, para algunos, una manifestación de irresponsabilidad: viajar sin cubrebocas en un tour por el Metrobús de Perisur a Indios Verdes, y por Metro de Indios Verdes a Universidad. Eso, sin contar el RTP que tomamos para llegar a Perisur, el Microbús que tomamos del Metro Universidad y el Taxi que usamos para llegar finalmente a casa.

Ayer utilizamos los cinco medios de transporte más utilizados en la Ciudad de México, y sin cubrebocas. Para muchos sería un viaje suicida, un arriesgar la vida mía y la de mis hijas sin tener temor de Dios... yo no lo veo así. Dado el acceso a la información que tengo por otras fuentes que no son las tradicionales (entiéndase televisión abierta y radio-pasillo), tengo elementos suficientes para no temer a la enfermedad, no del modo como le teme la mayoría. En casa mis dos hijas ya pasaron por una gripe atroz, infección de ojos incluida, las dos. Yo, por mi parte, ya padecí de una influenza estacional que casi me vuelve loca, pero ya fue.

Lo curioso es cómo en la calle, ocho de cada diez personas usan el cubrebocas, y se nos quedan viendo como bichos raros a quienes no llevamos cubierta la cara.

Fue un fenómeno interesante: dicen que como primates que somos, un gesto inherente a nuestra naturaleza es tocarnos la cara...nunca creí que fuera tan difícil aguantarse. Queriendo o no, algo del miedo de la gente se te pega al estar entre ellos. Ser conscientes de que en las manos traemos bacterias de otros, y una de ellas, posiblemente la mortal Gripe Mutante, nos hace aguantarnos las ganas de rascarnos la nariz para no infectarnos, y de estornudar debido al polvo o la contaminación, por miedo a sentirnos señaladas.

Una niña que iba con su cubrebocas acompañada de su madre, nos escaneó a las tres por todos lados, cual si quisiera encontrarnos llagas o cualquier indicio de enfermedad por no estar protegidas. Otro señor se nos quedaba viendo con ojos de furia, como si con la mirada nos dijera ignorantes, irresponsables, insurrectas y de todo un poco... otros más ni se nos acercaban, y hasta un muchacho nos grabó con su celular. (¿?¡!) Mi hija dijo: "Imagínate mañana el titular con Loret de Mola: 'Un amigo del público nos hizo llegar un video de la gente irresponsable que no usa su cubrebocas... pero pus Popocatépetl, ¿no?"' De risa loca...

¿Esto dará pie a la discriminación, al asco y a la paranoia en todos sentidos? Pareciera que no es tan grave, pero en nuestra experiencia, así fue. Nos sentimos intimidadas, con dolor de cabeza por el extremo calor que hace en la Ciudad de México, y sugestionadas al llegar a casa por creer haber contraido el virus. Ya no nos vuelve a pasar... la próxima vez saldremos con cubrebocas aunque sepamos que sirve para dos cosas...(nunca he sabido qué significa exactamente decir eso, pero el caso es que tiene que ver con que no sirve para nada). El uso de cubrebocas es peor que las modas, incluso los hay de precios y marcas también. Las personas que parecían con más recursos, lucían el 3M de su cubrebocas como si fuera un A/X genuino en una playera. Y hoy en la tele vi a un actor (Rogelio Guerra, para ser exactos) que traía una elegante mascarilla antigases, como diciendo "esto me hace diferente y me da estatus".

Antes la gente podía o no verte feo si vestías mal, pero ahora, si no traes cubrebocas, nunca falta el dedo flamígero de la acusación que se siente en las miradas de la gente. Usar cubrebocas se está convirtiendo en una manifestación social, misma que hay que acatar si no queremos que nadie se sienta ofendido.

Yo estuve con una culpa inmensa tirada en cama sintiendo que el sol se me había metido en medio de los ojos, y no descansé hasta darme un baño de pies a cabeza, el segundo baño del día. Todo eso me bastó para saber el efecto que causa la convivencia con otros que traen el miedo a cuestas. La gente ha de sentir la necesidad de bañarse más de una vez al día, de lavarse las manos compulsivamente y de alejarse de la gente que tosa o estornude.

Una de mis hijas casi se vomita al tener que viajar al lado de una mujer que bajo el cubrebocas moqueaba constantemente... ¡qué repulsión, temor, todo! Y a gastar agua de más -como si hubiera-, comprar toallitas con cloro, guantes de cirujano y productos antibacteriales para mantenernos a salvo...la verdad, no lo creo necesario.

Hay que educarnos, no queda de otra, nunca queda de otra. Reeducarnos en estos tiempos que se nos están echando encima, y repensar esta situación por la que muchos se dejan llevar sin detenerse a pensar un poco. Yo ya tuve mi experiencia con la civilización, y no me gustó. Mientras seguiré quedándome acá en mi pueblo hasta que tenga que volver al roce con la raza, eso sí, con un cubrebocas confeccionado por mí misma, para que al menos refleje un poco de mi personalidad.


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miércoles, 29 de abril de 2009

Influenza...continúa el aislamiento

El presente post es para aclarar ciertos puntos que quedaron pendientes del anterior, ya que fue escrito a escasos dos días de haber sido anunciada la contingencia, con la pasión natural que caracteriza el impulso de mi escritura.
Hoy las cosas son distintas: se sabe que el nuevo bicho ha infectado a personas no sólo en México sino en todas partes, por lo que va quedando descartado el hecho de que sea sólo un invento tipo Chupacabras para tapar exclusivamente acciones del gobierno mexicano. La gente está muriendo, claro, pero igual mueren personas por desnutrición y pobreza, y por respeto a ellos nadie guarda un minuto de silencio.

Las epidemias matan, ese es su trabajo, al igual que el SIDA está cobrando vidas desde hace poco más de dos décadas alrededor del mundo, y no quisiera sonar tan fría, pero así es. De los -aproximadamente- veinte casos confirmados de la muerte por Influenza, seguramente se complicaron por no detectarse a tiempo, porque las personas tenían un sistema inmunológico débil o porque tenían otras enfermedades -aclaro que estoy especulando, créanme la mitad, pero estoy en mi derecho-. El gobierno se ha puesto de cabeza ante esta situación, y por eso debe tratar de evitar que se propague el virus para no duplicar el gasto que tendría que hacer para dotar de medicamento a toda la ciudadanía, pero como nunca ha sabido manejar las cosas, recurre a mantener a raya a la población, ya que siempre es más fácil y rápido infundir el miedo que educar, no me queda duda.

Por lo pronto urge atender a los enfermos, que el Seguro Social y todas las intancias de salud pública se pongan a hacer el trabajo que desde siempre debieron hacer: brindar un servicio de calidad a los pacientes, y por supuesto que esto no se logra de la noche a la mañana, "se las han de estar viendo negras", porque al igual que con el temblor del '85, estas cosas sacan a relucir las deficiencias que han tenido nuestros gobiernos desde toda la vida -please don't get me wrong, don't call me grillera-y esta epidemia no puede ser la excepción.

Por ello es natural que uno saque las garras cuando lee que se "Podrán allanar viviendas para imponer tratamientos" (La Jornada, 26 de abril de 2009), ¿a qué les suena?. Violación de los derechos individuales, por supuesto, y en un panorama de paulatina militarización del país, ¿qué más puede uno pensar a golpe de oído? Sumémosle a eso la impotencia y depresión que sumen al mexicano en el desaliento con facilidad, misma que tiene varias manifestaciones que van desde hacer chistes de ello, hasta embriagarse viendo la tele para evadirse. Creo que no dije nada extremo, se han dicho cosas más extremas aún, cosas que por falta de información fidedigna, no me he atrevido a suscribir, haciendo uso de esa responsabilidad que se nos achaca a los bloggeros y que en cierta forma poseemos.

Días después de saber que mis estudios tendrán que esperar, a tan sólo un par de meses para terminar mi carrera, ahora que sé que es debido a un bicho genuino, real, que está matando y que ha generado preocupación en el mundo, puedo entender que es un problema grave. Lo que sí me sigue preocupando es que esto genere en la población los efectos negativos que cualquier situación de crisis es propensa a provocar.

¿Se imaginan? Hay que lavarse las manos más seguido y en nuestra ciudad se está acabando el agua, SE-ESTÁ-ACABANDO. La medida de usar cubrebocas genera más deshechos, la gente los tira en la calle, ¿realmente necesitamos eso? Si antes la gente no se daba abrazos, ahora, menos. Si la gente desconfiaba de todo el mundo, ahora incluso se tiene asco. Si la gente se ocupaba de sus propios intereses (como que ahora mi titulación tendrá que esperar otro tanto), ahora con más razón -eso me asusta, me asusta mucho-. Si a la gente le gustaba estar en casa cheleando y viendo el entretenimiento de Televisa y TVAzteca, ahora, más. Los comunicadores realmente se han creído su papel de redentores del aburrimiento mucho más que otras veces, y sienten que el "compromiso social" que tienen para embrutecer al pueblo, es más necesario que nunca.

Y como esos ejemplos, podría darles muchos más, por lo tanto, ¿qué actitud tener ante lo que pasa? Bueno, en medida de lo posible, quienes no carecemos de agua y tenemos otras opciones que ver -y entender- en tele, radio y prensa, tengamos las medidas de higiene más básicas, mantengámonos informados y al día, y no tengamos miedo de abrazarnos y besarnos, salir a la calle, poner la mano en el (infectadíiiisimo) tubo del metro o del microbús y seguir hasta donde nos dejen, con la normalidad de la vida. "Un pueblo inculto es más fácil de dominar" como decía Martí -please don't call me comunista- y los que tenemos el privilegio de contar con un espacio como este, atrevámonos a decir lo que pensamos y a discutirlo.

Por eso veo con otros ojos las canciones y videos que ahora circulan sobre el problema: comulgo con desacralizar las cosas, ironizar, reír cuando se quiere llorar. Es condición natural del ser humano, y particularmente de culturas como la nuestra, todo está en cómo se mira. Si eres pariente de un fallecido, o si decides verlo a través de ese cristal, no te va a hacer mucha gracia. A mí me preocupan los vivos, y ruego por que nadie enferme crónicamente de miedo y de egoísmo, que son males más peligrosos que la propia Influenza.

Y por cierto, gracias a quienes me impulsaron a escribir este post calentando este espacio, que ya últimamente se sentía un tanto frío de sus opiniones. -Sirena y Panda- Seguiré pendiente de la nueva información que se genere.

domingo, 26 de abril de 2009

Caso aislado

Desde el mes de diciembre del año pasado me he estado enfermando de una gripe muy latosa. Nunca me ha gustado gastar dinero en doctores ni en medicamentos, y contrario a las indicaciones de todo el mundo, me automedico frecuentemente, utilizando antibióticos de vez en cuando, y analgésicos las más de las veces. Cuido, sin embargo todo aquéllo que entra en mi cuerpo procurando no abusar de nada, y usar la medicina de farmacia sólo como último recurso. Así es que a través de los años, mis males se han curado con tés, jugos y alimentos que recomiendan las abuelas desde tiempos inmemoriales: los médicos no me caen muy bien -qué ironía-.

Aunque últimamente la edad me ha pasado factura de varias cosas, y he tenido que cuidar mi salud con más detalle aún contra mi voluntad; las gripes son cosa de todos los años y nunca me han preocupado de más. Cuando una gripe me ataca, me pongo "flojita y cooperando", me entrego a ella y le digo "haz conmigo lo que quieras". Confío en mis anticuerpos y los dejo hacer su trabajo eliminando al virus y sus efectos en menos de una semana. Me ayudo con jugo de naranja, agua de limón y tés con miel. Hasta ahora me ha dado resultado.

Dice mi madre que no hay mejor cura para ciertas enfermedades comunes, que "el remedio de no te hago caso", y miren que lo he comprobado, pero eso no pasa así con la mayoría de la gente, que está muy paranoica por todos lados, se le ha inyectado una cultura del miedo en dosis muy pequeñas con el paso del tiempo, así es que de un momento a otro, cuando anuncian que una Gripe Mutante ataca a la Ciudad de México, no pasan ni veinticuatro horas y ya todo el mundo trae cubrebocas, no sale de casa y procura no tocarse ni besarse más que lo estrictamente necesario.

Yo no sé, pero la situación que se ha dado desde la noche del jueves pasado y hasta el momento en mi querido terruño, me parece un fenómeno digno de estudio.

Sin ir muy lejos, en casa lavamos cobijas, sábanas y desinfectamos todo con cloro cual si se tratara de luchar contra una bomba biológica (y lo justifico porque las gripes sufridas por los miembros de la familia habían tenido síntomas nunca antes sentidos), pero luego de tomar las precauciones mínimas, me preparé para salir a la calle. Estaba puestísima para ir a un espectáculo de cabaret que tenía muchas ganas de ver, y mi acompañante decidió quedarse en casa por miedo de traerle el virus a su familia. Me quedé frustrada por no tener carro, vivir lejos del teatro y guardada en casa. Ahí me enteré de que las clases se suspenderían por semana y media en todos los niveles educativos de la ciudad, que se cerrarán teatros, cines y museos, y que se cancelarán eventos masivos como partidos de soccer, conciertos y hasta las misas.

Me quedé en shock porque ahora que podría aprovechar que las calles están vacías, no puedo ir a un museo porque hasta va a haber operativos para asegurar que nadie salga si no es urgente. Inclusive se autoriza entrar a las casas en algunos casos, según lo que escuché en el comunicado.

No sé qué opinen, pero con la poca información que poseo del asunto, considero que es un plan muy macabro. Debe haber algo de cierto en lo de la dichoza Influenza Porcina (un virus que atacaba a los puercos y que mutó para infectar a los humanos, lo cual se ha vuelto mortal en algunos casos documentados), pero también hay mucho de manipulación política y de cosas raras. Se acercan las elecciones para diputados federales, y es mucha casualidad que sabiendo de la existencia del virus desde el año pasado según gente cercana que trabaja en hospitales, sea hasta este momento que se haya informado, y que se hayan tomado estas medidas tan drásticas para protegernos de algo que está cobrando dimensiones épicas con la opinión de la OMS y otras instancias externas.

Y es que hay muchas formas de amarrar a la gente: declarar cuarentena en la población por algo que aparentemente no es tan grave, atrapa tanto a los hipocondriacos como a los perezosos, que ahora tienen el pretexto idóneo para no asistir al trabajo, pero ponen en aprietos a otras personas que tendrán que cubrir doble turno, encargar a sus hijos a ver dónde o viajar en el transporte público teniendo asco de todos. A ver, ¿por qué no pararon las actividades productivas? Si el asunto fuera tan grave, lo harían. Esto huele más a un experimento social, algo que tenga que ver con el comportamiento de la gente en situaciones de crisis, medir el nivel de obediencia y las reacciones de las masas. Los comunicadores parecen cortados con las mismas tijeras, y el manejo que hacen de la información, realmente apesta.

Poco a poco irán saliendo esas cosas que están detrás de la Influenza y el pánico que ha causado en los habitantes de la capital y otros estados, pero de momento aunque parezca que sólo estoy especulando, basta con ver a los hijos pequeños de mis vecinos, jugando a que "ahí viene el virus", la aparición de cada vez más anuncios en la tele sobre productos de higiene y antibacteriales, la negativa de la gente a querer salir a cualquier lado, la cobertura especial en los noticieros, la escasez de cubrebocas, y su venta abusiva hasta en cincuenta pesos, cuando su costo promedio es de 3 a 10 pesos; para darse cuenta de que hay muchas cosas más allá de una bien intencionada acción para protegernos del contagio y prevenir gastos mayores por parte del gobierno.

Por lo pronto quedan todavía nueve días de cuarentena, toque de queda o como prefieran llamarle. Ya veremos cómo avanza, mientras tanto escuchen esto que han dado en llamar la Cumbia de la Influenza, una reacción más divertida a la situación que se está viviendo en el Distrito Federal, ciudad que cariñosamente llamamos Chilangolandia, y en donde surgen ideas desde lo más profundo de las cloacas.

domingo, 19 de abril de 2009

LA SONRISA DE MONA LISA

Debido a la gran cantidad de visitas que ha recibido esta entrada con la búsqueda del tema de "Análisis de La Sonrisa de Mona Lisa", me permito hacer una importante...
ACLARACIÓN:
Si consultas este análisis para alguna tarea, puedes tomar extractos SIEMPRE CITANDO LA FUENTE, POR FAVOR.
No te acostumbres a robar ideas.
GRACIAS
ANÁLISIS PERSONAL DESDE LA ORIENTACIÓN EDUCATIVA

Desde la primera vez que vi la película de Mike Newell (2003), se convirtió en una de mis favoritas, a pesar de que Julia Roberts es una de las actrices que menos me gustan del cine hollywoodense. La razón por la cual me gustó es porque el personaje principal es un retrato fiel de una persona que sale de la facultad con ganas de transformar el mundo en que vive, a través de la educación.

Enfrentarse a un mundo de apariencias después de lo estudiado supone un choque muy fuerte: uno se enfrenta al monstruo de realidad que representan las instituciones, y por lo regular éstas no siempre reflejan la realidad de sus estudiantes.

En la mayoría de los casos, tal como se menciona en la cinta, los jóvenes pueden “oler el miedo” de quienes se plantan por vez primera ante un grupo desconocido, y pueden ser muy crueles y arrogantes con los profesores. Es una suposición primaria el imaginar que quienes van a tener la labor de educarnos, deben contar al menos con una preparación aceptable y un carácter bien forjado para que sean capaces de encarar el reto. Cuando una persona adulta con cualquier título de autoridad, llámese orientador, maestro o cualquier otro, se da cuenta a primera vista de que la inteligencia o la perspicacia de los estudiantes supera sus expectativas, el golpe es para ambas partes: por un lado la figura de autoridad deberá mantenerse firme en su posición y no demostrar que fue sorprendido o lastimado; y por otro, los estudiantes pueden tener reacciones diversas hacia quien flaquea ante ellos, mismas que van desde la indiferencia hasta el desafío.

En una situación como esta, la mayoría de las decisiones tomadas por Katherine Watson (Roberts), coincidieron con las que yo en lo personal habría tomado, como interesarse por conocer los expedientes personales de sus alumnas para empaparse más de quiénes son, y el llevar contenidos innovadores o darles un giro que se acerque más a su contexto y sus intereses.

No obstante, los contenidos propositivos no siempre son aceptados por los directivos o los mismos compañeros de trabajo, llegando a provocar desconfianza o burla por parte de quienes desconocen los fundamentos en que se basan. Un ejemplo claro dentro del filme se da cuando en la junta de profesores, nadie comprende por qué ella sostiene que Picasso influiría en la historia de la pintura del mismo modo en que Miguel Ángel lo había hecho en su tiempo. Los argumentos que le dan son elitistas y herméticos, dejando claras las reglas e ideología de la institución, así como el lugar de obediencia que como empleada debe mantener.

Por otro lado algunos alumnos nos retarán, no habrá empatía, y algunas acciones que lleguemos a emprender podrían atentar contra los principios morales de algunas personas, como en el caso de la enfermera al repartir pastillas anticonceptivas. Aún suceden cosas en la actualidad como se menciona en la cinta: “Demasiada independencia los espanta”.

Uno de los maestros le recomienda a la protagonista que para sobrevivir en el Instituto, el truco es no llamar la atención. Y efectivamente es más fácil adaptarse y mantenerse al margen de lo establecido, que mantenerse fiel a un ideal y cuestionar las cosas. No hay que olvidar que los padres de familia poseen también cierto poder institucional (asociaciones de padres, patronatos, etcétera) y tanto ellos como sus hijos tienen el derecho de ejercerlo, ya sea que lo hagan por causas justas o bien movidos por intereses personales.

Hay lugares, como el colegio de la película, en donde no se dan muchas oportunidades de crecer, en donde se colocan muchas etiquetas a quien presenta un modo de pensar distinto a lo acostumbrado, y en donde, como continúa diciendo el maestro, se llega al punto en que no se sabe quién protege a quién de qué. Las reglas pueden ser ambiguas, contradictorias, y en marcos similares uno puede fácilmente hacer especulaciones sobre lo que otros piensan, sienten o necesitan, como en el momento en que Watson le facilita a una alumna la solicitud de ingreso a Yale por creer que es lo mejor para ella.

Este tipo de especulaciones pueden tener que ver con nuestra propia historia personal, con nuestros propios intereses y nuestros propios prejuicios, mismos que pueden llevarnos a cuestionar mal las cosas. Particularmente en una labor de Orientación, uno puede confundirse al querer ayudar a otros, ya que es posible que en realidad queramos ayudarnos a nosotros mismos, tal como ocurre con Watson. En mi caso tal vez habría sucumbido igual, a la tentación de decidir por ellos, pero por ello la historia es aleccionadora, y deja varios puntos a la reflexión como el hecho de que la convivencia con los jóvenes es divertida pero nunca deja de ser comprometedora, y también el hecho de que hay gente a quien le gusta vivir engañada, lo sabe, pero lo prefiere, como en el caso de su compañera de cuarto, a quien tampoco puede ayudar a salir de su encierro y de su soledad.

La frase que una de sus alumnas le da al justificar el no haberse inscrito en Yale puede resumir muy bien el mensaje: “No todos los que yerran van a la deriva”. Cada quien es dueño de su propia vida y decide qué hacer con ella. No podemos cambiar al mundo, es verdad, ni siquiera podemos cambiar a una sola persona. No pretendamos entonces hacerlo, sólo ayudar a quien así lo pida.

Finalmente mis escenas favoritas son cuando Watson ha decidido marcharse del Instituto y todas sus alumnas le regalan una versión personal de Los Girasoles, luego de que ella criticara la masificación del arte de Van Gogh. Ellas le demostraron que cada quien puede tener una versión distinta de su propia vida, y cada uno de los cuadros podía ser bello y valioso sin importar que se hubiera basado en una obra maestra que ya se había vuelto comercial. Ello supone una gran lección para la maestra, que se da cuenta de lo cerrada que había sido ella misma al tener que enfrentarse con un mundo aparentemente retrógrada, pero funcional.

Lo significativo de los rituales sociales persiste aún en nuestros días, y temas como el matrimonio, la familia feliz, los roles de género y el estereotipo de la mujer, van a estar siempre presentes en las sociedades de una u otra forma, por lo cual es muy difícil cambiarlos. En la parte final de los créditos, los comerciales televisivos de los años cincuentas no son muy diferentes a lo que podemos ver en pleno siglo XXI.

Lo que sí podemos hacer es abrir una especie de ventana, como en la escena del cuadro de Jackson Pollock. La profesora dice algo como “Ni siquiera les tiene que gustar, sólo considérenlo. Háganse un favor: cállense y miren...”. Esa es otra de mis escenas consentidas, pues las estudiantes parecen mirar extasiadas algo que para su época era considerado muy feo y de mal gusto, se estaban dando la oportunidad de conocer otras opciones, movidas por la motivación de la maestra, cuya convicción artística era tan fuerte que no puso en duda el valor del cuadro.

Lo mismo puede ser aplicable a los valores, las teorías y los métodos. Cuando uno está convencido y defiende férreamente la verdad de su valía, puede ser que alguien decida ponerse nuestros anteojos y regalarnos al menos el beneficio de la duda. Si bien no siempre acabarán en final feliz las historias negativas que podamos experimentar en el trabajo, siempre habrá una posibilidad de aprender algo bueno de ello.

domingo, 5 de abril de 2009

¡Dale, dale, dale!

(Breve estudio antropológico de una fiesta infantil)

El día de ayer acudí a una fiesta de niños. No importa tanto quién la organizó, de quién era el cumpleaños o los chismes menores a que podría referirme, sino la cantidad de cosas interesantes que sobre el ser humano y las tradiciones mexicanas reaprendí con mi asistencia a regañadientes.

Yo no sé si fue la tremenda gripe que se ha ensañado con mi vida últimamente, que me mantuvo alejada de la gente en el papel de mera observadora, lo que me hizo tener los ojos más alertas que de costumbre a todo cuanto pasaba a mi alrededor. Resignada a no poder abrazar a los sobrinos, amarrada a un paquetito de Kleenex y sonándome los mocos a cada rato, me dispuse a mantener mi virus fuera de la burbuja social.

Esto fue sólo el comienzo, ya que el no acercarme a saludar a medio mundo, o marcar distancia con la mano estirada, me hizo parecer que iba en plan de diva, ganándome así murmullos y miradas desconfiadas de la gente que no comprende que saltarse un protocolo tan simple como saludar de beso, no siempre obedece a actitudes mamonas, sino a precauciones más nobles.

Después de eso me dispuse a ver el show del mago, que por cierto, me cayó muy mal. Como cuatro veces se refirió a sus jóvenes ayudantes diciendo "Ya ven que los niños con Síndrome de Down sí sirven para algo". Me pareció una barbaridad. Por fortuna no había nadie con tal defecto genético en esa fiesta, pero creo que el maguito debería cuidar su lenguaje para no llegar a ofender a nadie.

Creo que de sus chistes sólo se reían quienes iban con la plena convicción de que tendrían que reírse, gente a la que le gusta que la entretengan, y de quienes mi poca disposición a la comedia esa tarde, no lograba comprender sus carcajadas. Lo único lindo de todo fue la inocencia de los niños, en su mayoría preescolares, que se creían las gracias del mago y se sorprendían con sus trucos...si bien sigue sin gustarme que utilicen animales para hacer lucir los actos, sé lo bien que eso vende entre los niños pequeños.

La hora de la comida llegó entonces: efectivamente había más adultos que menores, devorando en pantagruélica algarabía las carnitas que los anfitriones ofrecieron a sus invitados, y que mi falta de olfato me impidió degustar con la alegría que hubiese deseado.

Con la barriga inflada de tan masoquista alimentación, con los labios hinchados por abusar de lo picoso de la salsa, y uno que otro cinturón desabrochado para dejar escapar el gracioso eructo, así terminó la mayoría de la gente contagiándome el sopor de la sobremesa, que duró un tiempo incalculable, mientras yo me concentraba en mirar la diferencia de clases que se veía en los niños que brincaban en el castillo inflable. Tal diferencia no estribaba en las marcas de los zapatos que había en el suelo, y de los cuales tenían que despojarse para no romper el juguetote, sino más bien en el comportamiento que daba cuenta no de su estrato social, sino de su educación. En tal cosa radica la clase, en mi muy personal punto de vista.

La hora de la piñata, sin embargo, fue lo más interesante. Como siempre, es el momento cumbre de toda fiesta, luego de hacer algún intento, fallido o no, por estampar la cara del festejado o festejada sobre el pastel, y cantar Las Mañanitas en el entendido imaginario de que si no se canta, no se tiene derecho a una rebanada.

Pero el golpear a la piñata es un éxtasis no sólo para los niños que descargan su natural violencia contra una materia que no siente, sino también para algunas madres de familia, que parecen no haber tenido infancia. Nunca falta un grandulón o grandulona que no ha comprendido lo ridículo o ridícula que puede verse al lado de los pequeños que temen el momento en que lluevan dulces, a sabiendas de que serán masacrados por quienes actúan como si llovieran pepitas de oro.

Para quien no sepa de lo que estoy hablando, ésta tradición navideña se ha extendido a casi todo tipo de fiestas en donde haya niños involucrados, particularmente cumpleaños. Se trata de una figura de barro o cartón, a la cual se le dan golpes con un palo de madera hasta que se rompe y deja caer su contenido al suelo. Generalmente son dulces, fruta o juguetes.

Lo que no me gusta de esto, es que la gente se avalanza como si en ello le fuera la vida, madres de familia incluidas, con un pie adelante para agandallar cualquier cosa que puedan recoger para sus polluelos -o para ellas mismas, si es que son golosas- y si a la dichosa figura se le cae un brazo o una pierna de cartón, corren a recoger la basura como si se tratara de la última Coca Cola en el desierto. No me lo explico.

La única conclusión a la que puedo llegar es que es una representación de lo que puede obtenerse pasando por encima de los otros, arriesgando la vida por una golosina o un trozo de cartón, pues en medio de la euforia, quien está pegando a la piñata en turno, no mide la fuerza. La gente se expone a un batazo en plena cabeza. Y una vez que cae el contenido de la piñata al suelo, el chiste es no dejar nada, no escoger a ver qué premio te gusta o no te gusta, el chiste es apañar todo lo que tus manos y brazos abarquen - y en algunos casos, la panza y las piernas-. Es inconcebible. No me gusta ver cómo las mamás más decentes, esas que cuidan el impulso de sus pequeños y los previenen del peligro, se quedan con las últimas migajas, tal vez lo que rebota hasta sus pies, y mirando a sus hijos insatisfechos por tener en manos un sólo dulce. No es justo.

La alegoría de la piñata reflejada en la vida misma me hacen pensar que cuando me sienta enferma, mejor no voy a ningún lado, porque pensar de más siempre me hace sufrir...aunque nunca puede ser tan malo...