viernes, 28 de noviembre de 2008

Educar la mirada... lo que no se dice, pero se ve.

El título de este blog y la temática del post anterior era la ceguera, así como la intención de querer mirar aunque sea un poco más allá a través de una cualidad de tuerto entre tanto invidente. Pero no había pensado en términos de Educar la Mirada, título de un seminario que vino a dar a mi Universidad, la reconocida investigadora argentina Inés Dussel en compañía de Patricia Ferrante y que concluyó el día de ayer.

Debido a que empezaba el día lunes y se me hacía imposible faltar a mi clase porque debía entregar un trabajo, y que el jueves había una conferencia magistral sobre la educación por competencias (totalmente actual); decidí no inscribirme en él aunque me interesaba demasiado. No me había percatado de que la propaganda decía "A la Comunidad Académica", es decir, que sólo era destinado a los profesores e investigadores de la UPN.

Sin embargo el martes salí temprano de clases y de un edificio a otro, mi compañero y amigo Moisés, me saludó de lejos. Cuando vi en dónde se encontraba, debido a que había un cartel del evento pegado afuera, decidí acercarme y preguntar si todavía era tiempo de inscribirse y participar. Mi amigo que es alumno y fotógrafo, y que de algún modo se había incorporado al evento, me presentó a la organizadora, quien me preguntó cuál era mi nombre únicamente como un dato para saber si le sonaba conocido... como no fue así, se limitó a decirme que sólo me aceptaría como oyente. Accedí a la propuesta en el entendido de que el cupo era limitado y la ponente, importante.

No dudé en participar desde la primera oportunidad, pues el tema me apasiona y he pensado mucho al respecto. Tal vez debido a que no llegué a la primera sesión y no hubo tiempo de presentarme, mis participaciones enontraban eco en el vacío y en ocaciones alcancé a sentir como que eran ignoradas por la mayoría. De principio comencé a sentirme una tonta, creyéndome el entendido imaginario de que por ser una estudiante no estaba a la altura del pensamiento de aquéllos maestros que tomaban el curso... pero después me di cuenta de que no era cierto. Yo no estaba diciendo cosas más tontas que las que ellos decían, e incluso a veces repetían mi idea inicial sólo que con otras palabras.

La maestra que me aceptó como "oyente" (es decir, que oye sin decir nada); me dijo el primer día, tras notar mi atrevimiento al hablar: "¿Vas a asistir al resto de las sesiones? Entonces te entrego constancia, pero si me fallas un sólo día, ya no te entrego nada"

Sumisa contesté que sí, que mi intención era participar los tres días restantes, de un total de cuatro. Lo siguiente no se lo dije, pero lo pensé: "si además de darme la oportunidad de aprender, me regalan un papel que lo hace legítimo, para mí está más que perfecto".

Vinieron las dos sesiones siguientes y seguí participando. Comenzó a importarme menos el hecho de que los presentes pudieran preguntarse internamente "¿Ésta quién se cree? ¿De dónde diablos salió?" Hubo profesores que sólo vi en una sesión o en dos, y que seguramente, recogerán constancia y se pararán el cuello diciendo que conocieron a la Dra. Dussel y aprendieron mucho de sus investigaciones, pero no estuvieron presencialmente ni aportaron nada en la retroalimentación.

Ese último día, la misma maestra que me había prometido la constancia, me abordó para decirme "Finalmente lo lograste, ¿verdad?"

En el momento no entendí lo que aquélla frase quería decirme. ¿Logré exactamente... qué? ¿"Salirme con la mía"? ¿Colarme en un evento diseñado únicamente para los académicos, cuando el papel que se les designó a los alumnos fue el de sirvientes, preparando el café y cargando las galletitas?

No me pareció justo en lo absoluto. No me considero una tonta por el simple hecho de apenas estar estudiando una licenciatura. Estos espacios deberían dejar de ser tan elitistas, y los maestros callarse la boca y no llenarse de discursos de inclusión, respeto y tolerancia que sólo son palabrería vacía.

La Doctora y su asistente, sin embargo, me trataron igual que a todos ellos, no sentí discriminación alguna, y al parecer se fueron satisfechas diciendo que habían aprendido mucho de esta experiencia. No lo dudo: espero que hayan podido ver la arrogancia de ciertos sectores de maestros (no son todos, por supuesto), que se creen que por tener un título de maestros o doctores, están perdonados de tener que aprender cosas nuevas. Nadie hizo preguntas, no externaban dudas, sino opiniones -yo me abstuve un poco por prudencia-, pero todos llevaban la actitud de "entiendo perfectamente", "eso yo ya lo sabía". Sólo uno de ellos tuvo la decencia de agradecer el curso, cuando los demás se querían poner "al tú por tú" en conocimiento con la invitada. ¡Por favor! Yo aprendí muchísimo, se me espantaron ciertos demonios que me jalaban el pelo de noche, y no precisamente por ser una alumnita inculta, sino porque la verdadera intención del seminario no era otra que esa: aprender.

Yo no sé... no quiero que el presente escrito suene despectivo o sentido, porque nunca he sido de tomarme las cosas muy personales, pero sí me valgo de este mi espacio, para denunciar la realidad que existe entre los sectores docentes de la mayoría de las instituciones públicas (y no sé si también privadas) de mi país. La UPN me ha dado enormes satisfacciones, y estoy convencida de que es la institución de donde salimos preparados los mejores pedagogos, pero por desgracia la brecha generacional todavía pesa mucho. La gente en general necesita sentirse importante al menos por instantes poco duraderos, ejercer cierta actitud de poder a la primera oportunidad, no importa si eso los hace caer en la incongruencia entre sus palabras y sus actos.

De este modo urge educar los ojos de los maestros, la visualidad de la que hablaba Dussel, el punto de vista, la postura que se toma para mirar. No hay que ponerse en el centro del panóptico y sentirse el vigía que ascendió a ese puesto para nunca bajar. Hay que dejar los binoculares para ver de cerca, agacharse a mirar con la lupa, quitarse los tacones y ponerse zapatillas deportivas de vez en cuando, sentirse de nuevo aprendiz y no catedrático.

Pienso dar un curso para profesores que aborde esta problemática, y de entrada no condicionaré las constancias, pediré llevar jeans y zapatos bajos como único requisito.

Los maestros presumen diciendo que les encanta aprender de sus alumnos, pero siempre y cuando esta acción no sea voluntaria, siempre que el dichoso aprendizaje sea una chispa de iluminación que ellos captan de algún comentario inocente o de alguna acción reveladora; pero una vez que haya una estudiante que esté explícitamente ahí para enseñarles algo, a ver cuántos van, y cuántos continúan hasta terminar el curso.

Todavía es un proyecto en la mente que me surgió a partir de esta experiencia, y que pienso llevar a cabo en algún momento no muy lejano. Ojalá pueda surgir algo bueno, porque el sistema docente de mi país parece haber criado cuervos en vez de alumnos, aunque yo no diría que fuimos nosotros precisamente quienes les sacaron los ojos, pero fueron ellos mismos quienes los cambiaron por ojos de vidrio, tan fríos y endurecidos, que de nueva cuenta hace falta hacer sangrar.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Paradojas de la vida: Ceguera, mi punto de vista


El miércoles pasado asistí al cine a ver el más reciente filme de Fernando Meirelles, la adaptación cinematográfica del libro que inspira el subtítulo de este blog: Ensayo sobre la Ceguera, de José Saramago.

En Ceguera pude apreciar en imágenes visuales lo que fueran imágenes mentales hace aproximadamente cinco años cuando leí la novela. Recordé episodios que había guardado en la memoria remota, y reviví la emoción que sentí al pasar cada página, pero no había tenido un tiempo y un espacio para sentarme a escribir sobre la dura temática que aborda el escritor, y la excelente dirección que hizo el cineasta.

Lo sorprendente fue que al tercer día que pasé por el cine, la película ya no estaba en cartelera. De momento me sorprendió porque duró muy poco tiempo, tal vez una sola semana, pero después entendí que a la gente no le gusta pagar un boleto para reflejarse, asquearse y horrorizarse de sí misma. El caso es que quien tuviera en sus manos la adaptación fílmica del libro, no tenía una tarea muy fácil.

Para empezar, se dice que Saramago no tenía intenciones de ceder los derechos debido precisamente a la degradación que del ser humano se relata en sus líneas, esta debía ser una película muy cruda y desesperante que no sería aceptada fácilmente, como ciertamente ocurrió en Cannes, donde las críticas no fueron buenas para Ceguera; aunque finalmente mi admirado portugués aceptó que se adaptara la novela, condicionando que la ciudad no fuera reconocible y que se usara un perro grande para interpretar el personaje de El Perro de las Lágrimas (por mucho, mi personaje favorito).

Así, Meirelles escogió un reparto internacional con el fin de representar un microcosmos de la sociedad mundial, ya que incluyó caucásicos, negros, latinos y orientales. Yo no lo había entendido así cuando vi la película, de hecho no me había imaginado al primer ciego como un oriental, ni rubia a la mujer del médico, pero entré en la convención propuesta y terminó conmoviéndome lo mismo.

Por respeto a quien no haya leído el libro no contaré aquí la trama, para dar oportunidad de que se acerquen a la literatura de este señor que, aunque algunos rehuyan por decir que se ha puesto de moda, la verdad es que vale la pena leerse por muchas razones presentes en varios de sus libros, y mismas que ya descubrirán cuando lo lean. Sin embargo no puedo poner el tema en la mesa sin hablar sobre lo que me provocó sacarme unos nachos gratis en el cupón del cine, y no poder comerlos por mucho que me engolosinan: el desarrollo de la película no me dio la oportunidad. ¿Quién va a tener ganas de comer y atascarse con el extraqueso mientras ves mierda, sangre y mugre tan palpable que parece salpicarte desde la pantalla? No contesten... sé de gente que tiene el estómago de acero, pero ese no es mi caso.

Ignoro los criterios de los críticos de Cannes para destrozar la película, pero no deben estar lejos de los criterios que tuvo el auditorio para hacerla desaparecer de cartelera en tan poco tiempo. A la gente no le gusta verse en el espejo, a menos que este sea como el del cuento de Blancanieves, y sólo refleje lo que cada quien quiera mirar. Todos ciegos, dependiendo unos de otros, revolcándose en su propia inmundicia, abusando del de al lado, ignorando que finalmente somos iguales en algo: en nuestra irrenunciable condición humana. No obstante siempre hay alguien que lo ve todo, y a través de sus ojos observamos lo que otros ni siquiera dan cuenta. Hay quien se siente con cierto poder, pero decide no ejercerlo en contra de nadie para no traicionarse a sí mismo, aun cuando se vea orillado a sacar uñas y dientes ante la inminente injusticia.

El libro de Saramago me deslumbró, no encuentro una palabra más adecuada, era imposible no fabricarse imágenes mientras lo leía, y dada mi pasión por el cine, también pensaba en cómo sería una película basada en él, por lo que el sólo imaginar la blancura que se recreó en pantalla, me lastimaba.

No podía ser de otra manera, me parece: fueron peores los horrores que imaginé en la lectura, aunque eso sí, sin ese antecedente, la película puede ser espantosa y excesiva, pero sigue valiendo la pena. Véala usted.