domingo, 28 de diciembre de 2008

La Navidad que vino y se fue

Desde hace un par de años que no logro darme cuenta cuando ronda el espíritu navideño en el ambiente. De no ser porque desde el mes de septiembre ya nos coquetean los centros comerciales con adornitos rojos y dorados, ni siquiera me imaginaría que tengo que prepararme para la época en la que tanto solía emocionarme allá por mi tierna infancia.

Este año sí fui definitivamente el Grinch de mi familia: no hubo adornos de colores, ni árbol ni nacimiento, y fui la única que no entré al intercambio de regalos por muchas razones.

En primer lugar, no tengo dinero. Mi situación económica está más muerta que nunca y en estos tiempos parece ser que no tener poder adquisitivo es casi lo mismo que no tener espíritu navideño. Por otro lado, mi familia está cambiando: quienes antes éramos una bola de primos jóvenes y divertidos, ahora somos adultos con hijos y familias que no siempre nos caemos bien del todo. Y por si esto fuera poco, me ha agarrado una gripe galopante que me ha tenido tirada en cama disfrutando literalmente la enfermedad.

Obligada a distanciarme del fenómeno navideño por motivos económicos, sociales y emocionales, pude analizar más fríamente todo lo que pasaba a m i alrededor: intercambios entre amigos, compañeros y simplemente conocidos. Entré a un par de ellos en la escuela porque no quería verme grosera, pero la Navidad no me entusiasmaba. Me integré a un grupo coral en donde hice el ridículo en mi solista porque la garganta ya me estaba avisando que se iba a poner en huelga, y sí, como es de adivinarse, entonamos villancicos vacíos, no por eso menos bellos.

Es bien sabido que quien más se esfuerza en regalar, es el que menos recibe, así es que yo esta vez no hice ni el intento de buscar cosas bonitas a quienes me tocó darles, era un simple detallito que esperaba agradecieran, pues además de que el bolsillo no me daba para más, tampoco el ánimo me ayudaba.

Además de las que se hacen en todos lados, en mi calle hubo una posada y yo, junto con mi prima darketa, fuimos las únicas en no salir al convivio entre vecinos. La gente ya no le pone más luces a su casa porque no le caben. Estamos en plena era de ahorrar energía, y les vale gorro. Hasta unos vecinos de la esquina se colgaron del cable del poste para vender sus series navideñas, con los consabidos apagones que esto trajo como consecuencia sin que nadie -más que yo- hiciera denuncia a Luz y Fuerza. ¿Creen que vinieron? Yo no sé, pero si vinieron, seguramente los sobornaron para dejarlos seguir igual, porque no han dejado de vender foquitos hasta el mismo instante en que escribo estas líneas.

Así pasaron los días apurándome a entregar todos los trabajos y pendientes de la universidad para quitarme de preocupaciones, viendo en todos lados las tiendas a tope, con gente a la que se le va a venir la crisis dura porque se gastaron hasta lo que no han ganado, comprando cosas irrelevantes con el simple ánimo de acabarse un dinero que ya les quemaba las manos. Así fui una mera espectadora del fenómeno consumista compulsivo, pero ya estando en el mero día 24 pude sentir el peso de la gran fecha.

Católica por tradición, acostumbraba ir devotamente a misa ese día del año, pero esta vez ni mi madre que es tan creyente tuvo ganas de ir. Hicimos una cena breve para tres personas, nos peleamos sentadas en plena mesa y logramos sacar el estrés que nos estaba consumiendo.

Tales cosas nos hicieron pensar en lo duro de la situación. Hubo llanto en memoria de las noches cálidas de abrazos entre familia, llenos de risas, regalos y -si no abundancia- sí suficiencia. Sin embargo a través de todo ello, en medio de la aparente soledad, la media luz y el dolor de cabeza, descubrimos el espíritu navideño.

Pudimos reflexionar sobre lo importante de estar juntos en familia, de tener una modesta cena que degustar y un techo en dónde cubrirse el frío. Valoramos lo que cada uno tiene para dar, más allá de las curiosidades comerciales que en todos lados ofrecen. Vimos televisión y nos burlamos de los que lucen gorros de Santa Claus y desean hipócritamente una Nochebuena gloriosa.

Hoy, aunque aún resuenan campanas navideñas hasta el 6 de enero, la Navidad ya se fue... huele a que se está secando, a que habrá que guardar todo. Afortunadamente hoy no sacamos las figuritas del nacimiento que ya han de estar rotas e incompletas, no gastamos luz de más adornando las ventanas, ni tendremos el fastidio de quitar un árbol cuyas esferas se revientan en las manos.

Tal vez el otro año haya posibilidad de hacerlo, y ánimos, y vida. Por lo pronto hoy redescubrimos la Navidad, y simbólicamente, creo que algo nuevo nació en nuestros corazones.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Humor en tiempos de cólera

Quedan pocos buenos comediantes en la televisión mexicana. Cada vez que uno enciende esa caja en busca de un pequeño rato de sano esparcimiento, lo primero que se aparece es la cara de un bigotón fastidioso llamado Jorge Ortiz de Pinedo, quien, aunque tiene varios años sin grabar programas de comedia, se sigue enriqueciendo con porquerías como La Escuelita, que vende fantasías sexuales a los pedófilos que se excitan con las niñas de uniforme. Los programas de este señor están cargados de albures baratos y poco ingeniosos, de chistes malíiisimos y de humillación hacia los profesores que son los patiños ahí, y en todas las escuelas públicas de mi terruño.

Por otro lado, el Show de los Comediantes recoge un formato estadounidense del típico entretenedor de bar, cuya labor es decir chistes viejos y mal contados con tal de hacer reír a la gente que tiene unas copas de más -o bien unas neuronas de menos-. Por las filas de este programucho pasan los poco talentosos Carlos Espejel, Mara Escalante, Jaime Rubiel, entre otros.

Los hay "chistocitos", que en un sketch de cien, logran hacer reír sólo un poquito, tales como Carlos Eduardo Rico, Teo González o Tony Balardi, pero la mayoría de las veces lejos de ser chistosos, son francamente desagradables, tanto, que me hacen enojar en lugar de hacerme reír, con eso lo digo todo.
Y es que a pesar de querer rescatar el ambiente de las carpas; ese acercamiento con el pueblo que tenían los precursores como Palillo o Cantinflas, esa conciencia popular de que hacían gala los talentos clásicos, se ha perdido con el paso del tiempo. La gente va a beber un trago y a olvidarse de las penas... y no me queda claro cuál será el verdadero beneficio del asunto. En tiempos tan monstruosos donde todo el mundo se engorila por cualquier cosa, provocar una carcajada es una tarea titánica, siempre y cuando sea una risa consciente y valiosa, pues de nada sirve una risa tequilera y absurda.

Volviendo a la tele, Eugenio Derbez podría salvarse porque es cómico nato, inteligente y simpático, pero su pareja de escena, Consuelo Duval es definitivamente insoportable. Adal Ramones y sus colaboradores no eran malos, pero obedecían a ciertas líneas políticas y sociales de Televisa, lo cual les hizo ir perdiendo la credibilidad lenta y paulatinamente hasta hacerla desaparecer. Roberto Gómez Bolaños, el dinosaurio del humorismo obsoleto, tenía que exhumar a su Chavo, y recrearlo en modernos dibujos animados, constituyendo otro escupitajo en la cara de quienes buscamos humor fino. ¿Ejemplos? Claro que sí, cómo no: los argentinos Les Luthiers, el cubanoVirulo, el mexicanísimo Germán Dehesa o el propio Mauricio Herrera, que ha engalanado un par de veces la Fábrica de Risas o no sé bién cuál de esos programas que invaden la tele abierta. Lamentablemente para ver a estas personas, tiene que pagarse un cover, donde va incluido el chance de pensar y reír para no llorar.

Víctor Trujillo, Ausencio Cruz, Andrés Bustamante, inclusive Héctor Suárez, son de los buenos comediantes de que podemos presumir en esta tierra, pero el primero se dedicó a otros asuntos en los que no luce tan bien como vestido de Brozo o de La (inolvidable) Beba ; el segundo, seguramente haciendo teatro o cabaret (donde están los meros buenos); el tercero ya se cotiza y sólo se deja ver en eventos deportivos; y el último se ha aburguesado tanto que parece ser otra persona.
Se extraña el BUEN humor en la televisión: el fallecido Miguel Galván era un actor verdadero, con el carisma y la personalidad necesarios para convertirse en un ícono de la comedia en México, pero como bien dicen que de lo bueno, poco, se nos tuvo que adelantar para dejar un digno legado de actuaciones junto a sus compañeros de La Hora Pico, cuyo equipo de actores -entre los que figuran buenos talentos- a veces saca puntadas que pasan la prueba... claro...sólo si ignoramos a las odiosas de Las Nacas , y a unos cuantos chistes bobos que le ponen como relleno.

Por otro lado, está La Casa de la Risa, un show muy tonto y vulgar en donde lo único rescatable se llama Nora Velázquez, quien junto con Jojojorge Falcón son dinamita pura. Lo demás sin entrar en detalles, es pura basura, empezando por el horrendo personaje llamado La Chupitos que es denigrante y grotesco. Su caracterización con la de Chabela no tiene comparación: como sea y con quien sea, la idea de La Chabelita es simplemente explosiva.
Como ahora que estoy enferma, lo único que me hizo reír fue esta graciosa actriz, puedo hablar de que el concepto de la señora devota hasta el paroxismo, la que se ahoga en la culpa por pensar que todo es pecado, la que en el fondo está consciente de la hipocresía que enseña la Iglesia, es de lo mejorcito que he encontrado últimamente en tele.

La mujer es comiquísima, tiene guiones bien marcados, personalidad definida y unos albures muy bien manejados con el excelentemente bien trabajado morbo de los personajes (ya que siempre interactúa con un sacerdote con el que supuestamente va a confesarse). El padre, quien debe ser muestra de rectitud y sabiduría, es un cochambroso de marca que cada vez que se encuentra a la llorona de Chabela, padece la tortura de ver su negra mente evidenciada, y la devota, que supuestamente parece sucia y pecadora, se reivindica en cada sketch como la más inocente de las creyentes.

Y bueno, pues como en mi casa sólo hay una tele, en algunos momentos me veo obligada de paso a conocer la existencia de estos programas, y el momento de La Chabelita es un momento de risa segura. Yo no sé si mis escasos lectores sean tan corrientitos como yo, pero en el personaje de Velázquez, hay una aguda inteligencia que nos hace recordar que ya nada es lo que parece.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Educar la mirada... lo que no se dice, pero se ve.

El título de este blog y la temática del post anterior era la ceguera, así como la intención de querer mirar aunque sea un poco más allá a través de una cualidad de tuerto entre tanto invidente. Pero no había pensado en términos de Educar la Mirada, título de un seminario que vino a dar a mi Universidad, la reconocida investigadora argentina Inés Dussel en compañía de Patricia Ferrante y que concluyó el día de ayer.

Debido a que empezaba el día lunes y se me hacía imposible faltar a mi clase porque debía entregar un trabajo, y que el jueves había una conferencia magistral sobre la educación por competencias (totalmente actual); decidí no inscribirme en él aunque me interesaba demasiado. No me había percatado de que la propaganda decía "A la Comunidad Académica", es decir, que sólo era destinado a los profesores e investigadores de la UPN.

Sin embargo el martes salí temprano de clases y de un edificio a otro, mi compañero y amigo Moisés, me saludó de lejos. Cuando vi en dónde se encontraba, debido a que había un cartel del evento pegado afuera, decidí acercarme y preguntar si todavía era tiempo de inscribirse y participar. Mi amigo que es alumno y fotógrafo, y que de algún modo se había incorporado al evento, me presentó a la organizadora, quien me preguntó cuál era mi nombre únicamente como un dato para saber si le sonaba conocido... como no fue así, se limitó a decirme que sólo me aceptaría como oyente. Accedí a la propuesta en el entendido de que el cupo era limitado y la ponente, importante.

No dudé en participar desde la primera oportunidad, pues el tema me apasiona y he pensado mucho al respecto. Tal vez debido a que no llegué a la primera sesión y no hubo tiempo de presentarme, mis participaciones enontraban eco en el vacío y en ocaciones alcancé a sentir como que eran ignoradas por la mayoría. De principio comencé a sentirme una tonta, creyéndome el entendido imaginario de que por ser una estudiante no estaba a la altura del pensamiento de aquéllos maestros que tomaban el curso... pero después me di cuenta de que no era cierto. Yo no estaba diciendo cosas más tontas que las que ellos decían, e incluso a veces repetían mi idea inicial sólo que con otras palabras.

La maestra que me aceptó como "oyente" (es decir, que oye sin decir nada); me dijo el primer día, tras notar mi atrevimiento al hablar: "¿Vas a asistir al resto de las sesiones? Entonces te entrego constancia, pero si me fallas un sólo día, ya no te entrego nada"

Sumisa contesté que sí, que mi intención era participar los tres días restantes, de un total de cuatro. Lo siguiente no se lo dije, pero lo pensé: "si además de darme la oportunidad de aprender, me regalan un papel que lo hace legítimo, para mí está más que perfecto".

Vinieron las dos sesiones siguientes y seguí participando. Comenzó a importarme menos el hecho de que los presentes pudieran preguntarse internamente "¿Ésta quién se cree? ¿De dónde diablos salió?" Hubo profesores que sólo vi en una sesión o en dos, y que seguramente, recogerán constancia y se pararán el cuello diciendo que conocieron a la Dra. Dussel y aprendieron mucho de sus investigaciones, pero no estuvieron presencialmente ni aportaron nada en la retroalimentación.

Ese último día, la misma maestra que me había prometido la constancia, me abordó para decirme "Finalmente lo lograste, ¿verdad?"

En el momento no entendí lo que aquélla frase quería decirme. ¿Logré exactamente... qué? ¿"Salirme con la mía"? ¿Colarme en un evento diseñado únicamente para los académicos, cuando el papel que se les designó a los alumnos fue el de sirvientes, preparando el café y cargando las galletitas?

No me pareció justo en lo absoluto. No me considero una tonta por el simple hecho de apenas estar estudiando una licenciatura. Estos espacios deberían dejar de ser tan elitistas, y los maestros callarse la boca y no llenarse de discursos de inclusión, respeto y tolerancia que sólo son palabrería vacía.

La Doctora y su asistente, sin embargo, me trataron igual que a todos ellos, no sentí discriminación alguna, y al parecer se fueron satisfechas diciendo que habían aprendido mucho de esta experiencia. No lo dudo: espero que hayan podido ver la arrogancia de ciertos sectores de maestros (no son todos, por supuesto), que se creen que por tener un título de maestros o doctores, están perdonados de tener que aprender cosas nuevas. Nadie hizo preguntas, no externaban dudas, sino opiniones -yo me abstuve un poco por prudencia-, pero todos llevaban la actitud de "entiendo perfectamente", "eso yo ya lo sabía". Sólo uno de ellos tuvo la decencia de agradecer el curso, cuando los demás se querían poner "al tú por tú" en conocimiento con la invitada. ¡Por favor! Yo aprendí muchísimo, se me espantaron ciertos demonios que me jalaban el pelo de noche, y no precisamente por ser una alumnita inculta, sino porque la verdadera intención del seminario no era otra que esa: aprender.

Yo no sé... no quiero que el presente escrito suene despectivo o sentido, porque nunca he sido de tomarme las cosas muy personales, pero sí me valgo de este mi espacio, para denunciar la realidad que existe entre los sectores docentes de la mayoría de las instituciones públicas (y no sé si también privadas) de mi país. La UPN me ha dado enormes satisfacciones, y estoy convencida de que es la institución de donde salimos preparados los mejores pedagogos, pero por desgracia la brecha generacional todavía pesa mucho. La gente en general necesita sentirse importante al menos por instantes poco duraderos, ejercer cierta actitud de poder a la primera oportunidad, no importa si eso los hace caer en la incongruencia entre sus palabras y sus actos.

De este modo urge educar los ojos de los maestros, la visualidad de la que hablaba Dussel, el punto de vista, la postura que se toma para mirar. No hay que ponerse en el centro del panóptico y sentirse el vigía que ascendió a ese puesto para nunca bajar. Hay que dejar los binoculares para ver de cerca, agacharse a mirar con la lupa, quitarse los tacones y ponerse zapatillas deportivas de vez en cuando, sentirse de nuevo aprendiz y no catedrático.

Pienso dar un curso para profesores que aborde esta problemática, y de entrada no condicionaré las constancias, pediré llevar jeans y zapatos bajos como único requisito.

Los maestros presumen diciendo que les encanta aprender de sus alumnos, pero siempre y cuando esta acción no sea voluntaria, siempre que el dichoso aprendizaje sea una chispa de iluminación que ellos captan de algún comentario inocente o de alguna acción reveladora; pero una vez que haya una estudiante que esté explícitamente ahí para enseñarles algo, a ver cuántos van, y cuántos continúan hasta terminar el curso.

Todavía es un proyecto en la mente que me surgió a partir de esta experiencia, y que pienso llevar a cabo en algún momento no muy lejano. Ojalá pueda surgir algo bueno, porque el sistema docente de mi país parece haber criado cuervos en vez de alumnos, aunque yo no diría que fuimos nosotros precisamente quienes les sacaron los ojos, pero fueron ellos mismos quienes los cambiaron por ojos de vidrio, tan fríos y endurecidos, que de nueva cuenta hace falta hacer sangrar.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Paradojas de la vida: Ceguera, mi punto de vista


El miércoles pasado asistí al cine a ver el más reciente filme de Fernando Meirelles, la adaptación cinematográfica del libro que inspira el subtítulo de este blog: Ensayo sobre la Ceguera, de José Saramago.

En Ceguera pude apreciar en imágenes visuales lo que fueran imágenes mentales hace aproximadamente cinco años cuando leí la novela. Recordé episodios que había guardado en la memoria remota, y reviví la emoción que sentí al pasar cada página, pero no había tenido un tiempo y un espacio para sentarme a escribir sobre la dura temática que aborda el escritor, y la excelente dirección que hizo el cineasta.

Lo sorprendente fue que al tercer día que pasé por el cine, la película ya no estaba en cartelera. De momento me sorprendió porque duró muy poco tiempo, tal vez una sola semana, pero después entendí que a la gente no le gusta pagar un boleto para reflejarse, asquearse y horrorizarse de sí misma. El caso es que quien tuviera en sus manos la adaptación fílmica del libro, no tenía una tarea muy fácil.

Para empezar, se dice que Saramago no tenía intenciones de ceder los derechos debido precisamente a la degradación que del ser humano se relata en sus líneas, esta debía ser una película muy cruda y desesperante que no sería aceptada fácilmente, como ciertamente ocurrió en Cannes, donde las críticas no fueron buenas para Ceguera; aunque finalmente mi admirado portugués aceptó que se adaptara la novela, condicionando que la ciudad no fuera reconocible y que se usara un perro grande para interpretar el personaje de El Perro de las Lágrimas (por mucho, mi personaje favorito).

Así, Meirelles escogió un reparto internacional con el fin de representar un microcosmos de la sociedad mundial, ya que incluyó caucásicos, negros, latinos y orientales. Yo no lo había entendido así cuando vi la película, de hecho no me había imaginado al primer ciego como un oriental, ni rubia a la mujer del médico, pero entré en la convención propuesta y terminó conmoviéndome lo mismo.

Por respeto a quien no haya leído el libro no contaré aquí la trama, para dar oportunidad de que se acerquen a la literatura de este señor que, aunque algunos rehuyan por decir que se ha puesto de moda, la verdad es que vale la pena leerse por muchas razones presentes en varios de sus libros, y mismas que ya descubrirán cuando lo lean. Sin embargo no puedo poner el tema en la mesa sin hablar sobre lo que me provocó sacarme unos nachos gratis en el cupón del cine, y no poder comerlos por mucho que me engolosinan: el desarrollo de la película no me dio la oportunidad. ¿Quién va a tener ganas de comer y atascarse con el extraqueso mientras ves mierda, sangre y mugre tan palpable que parece salpicarte desde la pantalla? No contesten... sé de gente que tiene el estómago de acero, pero ese no es mi caso.

Ignoro los criterios de los críticos de Cannes para destrozar la película, pero no deben estar lejos de los criterios que tuvo el auditorio para hacerla desaparecer de cartelera en tan poco tiempo. A la gente no le gusta verse en el espejo, a menos que este sea como el del cuento de Blancanieves, y sólo refleje lo que cada quien quiera mirar. Todos ciegos, dependiendo unos de otros, revolcándose en su propia inmundicia, abusando del de al lado, ignorando que finalmente somos iguales en algo: en nuestra irrenunciable condición humana. No obstante siempre hay alguien que lo ve todo, y a través de sus ojos observamos lo que otros ni siquiera dan cuenta. Hay quien se siente con cierto poder, pero decide no ejercerlo en contra de nadie para no traicionarse a sí mismo, aun cuando se vea orillado a sacar uñas y dientes ante la inminente injusticia.

El libro de Saramago me deslumbró, no encuentro una palabra más adecuada, era imposible no fabricarse imágenes mientras lo leía, y dada mi pasión por el cine, también pensaba en cómo sería una película basada en él, por lo que el sólo imaginar la blancura que se recreó en pantalla, me lastimaba.

No podía ser de otra manera, me parece: fueron peores los horrores que imaginé en la lectura, aunque eso sí, sin ese antecedente, la película puede ser espantosa y excesiva, pero sigue valiendo la pena. Véala usted.

domingo, 26 de octubre de 2008

Del Halloween y el Día de Muertos

Sí, necesariamente debía incluir una entrada sobre esta celebración, la más bella y significativa del año, según quien suscribe.

Una vez en el mes de noviembre, en pleno otoño, cuando las hojas se caen recordándonos que se acerca el fin, que debemos prepararnos para otra celebración en invierno, calentar los corazones y abrazarnos todos, cuando ya han pasado las lunas de octubre, las más hermosas, esas que con el magnetismo de su cercanía a la tierra, nos preparan lentamente para menguar...una vez en octubre, un mísero día, a lo mucho un par de ellos, celebramos con la muerte.

Es noviembre el mes en que empezamos a morir para prepararnos a nacer de nuevo, a recapitular, a detener el auto, bajar y mirar un poco atrás. Vislumbramos en el camino las huellas que ha dejado nuestro paso apresurado, y extrañamos ver aquellas que pensamos que estarían, pero que el viento ya ha borrado. Noviembre es el mes de la Muerte, de mi más cercana amiga.

Hace poco murió un joven de veintitantos años, alegre y lleno de vida: así es como lo describe su pariente cercana. Luego de lamentar la pena que embargó a su familia reafirmé mi simpatía por la bendita Muerte: es la única que no discrimina a nadie. Igual se lleva a todos, sin mirar con ojos compasivos a los demás mortales hijos suyos que nos iremos más tarde.

¿Qué ganamos con ponerle apodos cariñosos como la huesuda, la calaca y otros más, como si fuera alguien cuya mirada hayamos visto? ¿Y cómo la imaginamos risueña y amable cuando la pintamos con cuencas vacías y dientes descarnados? México tiene esa cualidad de autoengaño, de evasión, y aunque a veces eso me pesa, en este caso agradezco infinitamente haber nacido aquí, en donde la representación de la muerte es así de festiva.

Ya había hablado antes de que a la patria no hay mucho que celebrarle, que para qué hacerle fiesta a lo loco, pintarse la cara y ponerse un sobrero de charro o unas trenzas multicolores, pero en este caso me gusta el sincretismo en cuanto al día de Difuntos y la celebración del Halloween, ya que esto es algo que a fin de cuentas tenemos que asumir: no podemos librarnos de ello.

Nunca me he manifestado como purista de las tradiciones, si bien algunas de ellas se están perdiendo o "haciendo virulentas", como dice una maestra mía, yo creo que cada quien festeja a la muerte o la recuerda como mejor le place, para ello hay de dónde escoger, y no podemos obligar a nadie a que deje de ir a un Halloween para que asista al panteón.

Sobre todo en las grandes ciudades como la mía, esto es francamente imposible. ¿Que la tradición sajona se apoya en el consumismo indiscriminado de la gente? Bueno, no sólo se venden disfraces de momia o vampiro, sino también flores de cempasúchitl, veladoras y calaveritas de azúcar. Si se trata de vender, todo se vende. ¿Que en las fiestas de Día de Brujas se bebe alcohol y se baila reggaetón? Sí, pero en los panteones también se bebe tequila o café "con piquete"... (para lo del reggaetón no tengo argumento).

Cierto: la celebración sagrada de la Muerte, tan mística y fascinante que tenemos por tradición prehispánica, se ha visto desplazada por las fiestas que sólo son pretexto para el destrampe y el alboroto. Yo, sinceramente, me identifico más con dar la bienvenida a los espíritus con un bello altar, que con vestirme de bruja y bailar música electrónica... pero también me gusta.

¡Qué se puede hacer! Así están las cosas. Pondré una ofrenda a mis muertos y pensaré con respeto en ellos, velaré su memoria y reflexionaré una vez más sobre el valor que tiene mi propia vida, así como acerca de las cosas que he hecho o dejado de hacer para cuidarla; pero también asistiré a una fiesta divertida con disfraces y entretenimiento para salir de esta rutina que me mata en vida. Con amigos verdaderos bailaré al son que me toquen y beberé un poquito de vino, que si ellos olvidan la importancia que tiene este asunto de festejar el lado oscuro, pues ya será cuestión suya.

¡Gracias a ti, Muerte, me gusta vivir la Vida!

lunes, 20 de octubre de 2008

¿Arte en las escuelas?

El día de ayer acudí a una función de teatro en el Centro Cultural San Ángel. La puesta en escena sería una adaptación de la tragedia de Sófocles, Edipo Rey. El boleto costaba $80.00 pesos y había que estar cinco minutos antes de que iniciara la función. ¿Qué tiene esto de particular para que haya decidido dedicarle una entrada en mi blog? Pues que se trataba ni más ni menos que de una función especial para los alumnos de escuelas secundarias oficiales (hasta se me enchina la piel nada más de acordarme).

Ya el año pasado me había tocado presenciar un desagradable espectáculo en el Teatro Libanés en las mismas condiciones, y no precisamente sobre las tablas, sino desde las butacas: los alumnos en cuestión (pues la etimología latina de la palabra a-lumus: sin luz, nunca estuvo tan bien aplicada en ellos) se pasaron gran parte de la función de Medea en la risilla tonta, los molestos cuchicheos y los silbidos. Fue tal vergüenza de comportamiento, que el director de la compañía teatral se mostró a punto del infarto por tanto coraje, se desconcentró en escena y por poco manda todo al diablo gracias a un grupo de granujas que, escudándose en la oscuridad y apostados en los asientos de hasta atrás, reían y murmuraban como si estuvieran en la sala de su casa (yo ni en la sala de mi casa permito que no me dejen ver mis programas a gusto, pero bueno...).

El caso es que, aunque en menor medida, la indisciplina esta vez no fue la excepción. Los tres profesores de la materia de español que habían tenido esa genial idea, se veían impotentes ante la gran cantidad de chamacos que iban sin sus padres, instalados en la anarquía total, metiéndose en la fila cuando llegaban muy tarde, empujándose unos a otros, comiendo en plan estadio de fútbol, y chiflando por que los dejaran entrar de un momento a otro.

Yo era una madre de familia "colada" en la fila, sufriendo la embriaguez de mi observación antropológica. Por fortuna no tenía una libretita que me permitiera hacer apuntes porque no hubiera sabido por dónde empezar. A mi lado un par de mocosos insufribles se pasaban molestando a un niño moreno de semblante tranquilo que estaba formado justo detrás de mí. Al pobre niño no lo bajaban de "puto", "pendejo" y otros calificativos soeces que me lastimaban muchísimo por ver que el aludido no reaccionaba de ninguna manera.

Las chicas más guapas se valían de sus lindas caras o de sus estratégicos abrazos para conseguir un lugar privilegiado. Un par de jóvenes se metió en la fila unos lugares adelante de donde yo estaba, y al preguntarles sutilmente si estaban formados, se hicieron los locos y se quedaron ahí nada más porque se les dio la gana meterse. Como el tiempo transcurría, los mencionados chiflidos se hicieron presentes, lo mismo que la desaparición casi completa de la fila que originalmente habíamos formado con ayuda de una maestra . Una vez dentro de la sala, cada quien se empezó a sentar en donde se le antojaba, sin respetar el orden de los asientos, hubo que hacer uso del personal de seguridad del recinto para que todo estuviera más o menos en orden. Mientras tanto, el par de mocosos insufribles seguía lastimando con humillaciones al niño moreno de semblante tranquilo. Como habían quedado sentados en la misma fila que yo, bastó una mirada fulminante y un "¡Bueno, ya!" que no pude contenerme, para que la cosa quedara en paz... por lo menos en ese día. Hoy por la mañana vi al niño moreno y pude imaginar que las cosas en su vida diaria no cambiarían por esa frase, como no puedo cambiar la discriminación por completo, ni tampoco puedo cambiar lo que sigue.

La anterior anécdota me sirvió para preguntarme: Si los resultados cada vez que se invita a los alumnos a una función de teatro son desastrozos, ¿qué motiva a los maestros el quererles meter la "cultura" a fuerza, condicionando su asistencia a un impacto en su calificación? ¿Al menos podrían tener otra elección y llevarlos a ver otra cosa que no sean tragedias griegas? Digo, no es que el teatro griego sea malo, absolutamente todo lo contrario, pero estoy segura de que ni los mismos profesores (cuya edad es inferior a los treinta años, al menos en este caso) tengan ni la madurez ni la preparación para entender un texto de este nivel. ¿Cómo pretenden que un joven con las características que poseen los adolescentes de hoy día, se asombre y se identifique con los personajes, el lenguaje y las tramas del teatro clásico?

Por supuesto que la discusión de la salida giró en torno a los cuerpos de las actrices, a los contoneos de los mismos encarnando los personajes, y en que no se entendió ni madres lo que ahí arriba se dijo. ¿Recuperarían al menos en clase los elementos rescatables para darle una razón lógica a la insistencia por que fueran? ¿Mencionarían los elementos de la escritura dramática?, ¿Examinarían la original y loable forma de actuarlo en este caso, con elementos austeros como túnicas y máscaras?

-¿Qué les dijo el maestro hoy sobre la función de Edipo?
-Nada, sólo nos revisó que tuviéramos las preguntas contestadas y el boleto pegado en el cuaderno. (Las preguntas se las contesté yo porque conozco la historia, mi primogénita no entendió ni jota a pesar de que estuvo atenta)

Hay más preguntas, jamás se me acaban... ¿tuvo alguna ganancia esa salida a la calle? Estoy cierta de que, a no ser por la obligatoriedad del asunto, la gran mayoría de los padres de familia, jamás hubieran desembolsado ochenta pesos para asistir al teatro, mucho menos el doble para acompañarlos ellos mismos. En esta oportunidad, los chicos tuvieron la experiencia de conocer otro tipo de espectáculo más serio, así sea el primero y el último en sus inciertas vidas, pero...¿tuvo caso hacerles parecer el teatro como una cosa lejana, aburrida y anticuada? ¿No hubiera sido mejor llevarlos al parque a que jugaran al fútbol? ¡Y gratis!

¡Pero aún queda algo más grave! Es todavía más monstruoso desde mi perspectiva. ¿Por qué las compañías teatrales siguen haciendo estas funciones que no dejan nada al actor más que dinero? Digo, yo que ya he estado allá arriba, sé que un público que no aprecia, y que es más, termina aborreciendo ir al teatro para toda su vida, no tiene razón de ser. Ellos mismos cavan su propia tumba, sepultando el gusto por esa arte escénica, aunque refugiándose en la exigencia de los incultos profesores de español.

Estoy de acuerdo en que el teatro no debe morir, y que el actor no puede vivir de aire, pero es perversamente egoísta montar obras que no permiten que se dé esa magia indispensable para que el arte se sienta, para que los chamacos se callen la boca y salgan embobados, con ganas de más. Si quieren cobrar, que hagan algo bueno (insisto, no es que Sófocles y Eurípides no lo sean), que hagan algo congruente con el público al que van dirigido, y congruente con ellos mismos. No es posible seguir con esta idea absurda en todas las escuelas. La institución escolar tiene la obligación de acercarle al alumno espacios que tal vez no conocería por la mera iniciativa de sus familias, la escuela tiene que enseñar a vivir en sociedad, y para ello el acercamiento a las expresiones artísticas (ya no digo tanto el gusto o la apropiación de las mismas) son parte esencial de la vida humana. Pero si la escuela en vez de acercar, aleja, está alejando a los chicos de una posibilidad de conexión con lo mejor que como seres humanos poseemos: la libertad creativa.
Siento impotencia al no poder cambiar con un escrito en la web lo que sucede en cada escuela de México, pero confío en que sí puede hacerse, y en que el primer paso para hacerlo es ponerlo en palabras.

jueves, 16 de octubre de 2008

¡Larga vida a la RTP!

En mi casa le llamamos "la figura amable del camión". Cuando lo estamos esperando en la parada, o simplemente cuando lo vemos pasar, decimos que ahí va la figura amable, y es que es amable por muchas cosas.

Cuando es de todos sabido que en el transporte público viajan muchos hombres trabajadores, que no por muy trabajadores son menos morbosos ni gustan de manosear e intimidar con miradas a las jovencitas de secundaria; llega entonces al rescate el "super" RTP Sólo para Mujeres.

He de confesar que cuando recién se estrenó este servicio (cuyo nombre real es Programa Atenea), hacíamos malos chistes sobre en dónde estaban los strippers, pero después nos dimos cuenta de que la cosa iba en serio, y que a pesar de la obligada polémica en estos temas, el proyecto tuvo éxito. Las mujeres nos sentimos seguras al viajar entre pura vieja. Así nos mezclamos ancianas, estudiantes, madres de familia, secretarias y mujeres trabajadoras en general. El servicio es excelente.

Por otro lado, un camión de esta ruta da servicio exclusivo en las mañanas a los chamacos de la escuela: así tal cual. Sólo recogen uniformados y padres o madres de familia con mochila al hombro y niño de la mano. Esto ha sido muy útil porque los niños y adolescentes viajan contentos de que haya un servicio especial para ellos, y quienes vamos de colados porque tenemos retoños que acompañar, también lo estamos.

Pero eso no es todo: al menos en la ruta que me ha acompañado desde hace varios años, la que va del Pedregal de San Nicolás al Metro Chapultepec, los choferes son de lo más selecto de este mundo.

Recuerdo que alguna vez le dije a un alumno:

-¿Quieres dejar de estudiar y volverte microbusero?- todo el grupo se quedó callado, como si con mi alusión ofendiera a sus padres, tíos o hermanos que trabajan de transportistas. Me di cuenta de ello y continué.- Pues si eso quieres, no tiene nada de malo, pero entonces tienes que ser el MEJOR microbusero, dar un muy buen servicio, porque mira que nos hacen falta de esos.

En el caso de los de la RTP, (cuyas siglas significan Red de Transporte de Pasajeros del Distrito Federal) son unos señores intachables. Jamás he visto a alguno infringir una ley de tránsito, echarse a jugar a las carreritas con algunos compañeros, aturdir al pasaje con el alto volumen de una música insufrible, o mentarse la madre, al contrario. Cuando se encuentran dos camiones de frente, se saludan cordialmente alzando la mano y siguen su camino, llevan música a un volumen aceptable y son cordiales con los usuarios. Algunos choferes que se conocen, se sonríen o se gritan un saludo corto, pero no se quedan a cotorrear cuando uno lleva prisa. Más bien son los de los microbuses quienes luego les echan bronca porque en una parte de la zona comparten la misma ruta, y la verdad es que no hay competencia: los camiones de a dos pesitos son mucho más cómodos, rápidos y seguros que los que cobran el doble y arriesgan tu vida.

Una vez me tocó presenciar cómo un tipejo conductor de un micro intentaba provocar al señor del camión... yo creo que estaba drogado o loquito, con esos ya nunca se sabe, pero el caso es que quería pelear por una estupidez de la que él mismo tenía la culpa, es más, lo había hecho a propósito para hacer enojar al chofer. El caso es que el del camión se comportó a la altura, a pesar de que efectivamente el otro tipo le estaba calentando la sangre. El muy imbécil se tuvo que conformar con echar elegantes amenazas del tipo "¡Donde te tope, puto!" y seguir su camino furioso. Nuestro chofer le argumentaba que no fuera necio, que no se iba a bajar a pelear, porque traía pasaje. ¡Qué honor que le den a uno su lugar como pasajero! Y no se bajó, y dejó al baboso ese con las ganas de tirar golpes.

¡Así se hace, carajo! El chofer quedó como un valiente, no como un cobarde que le sacó a los trancazos, y los que estábamos arriba, de no ser por el susto, le habríamos aplaudido de pie al caballero.

Yo no sé si el reglamento de los camiones será más estricto que el de los micros, y las sanciones en caso de incurrir en faltas sean más severas, pero sea lo que sea, está funcionando. Los señores son amables con la gente que aborda sus unidades, salvo extraños casos en que al conductor se le ve cansado y cortante, la mayoría de las veces son finísimas personas.

Sólo espero que en el sindicato que forman los respetables no se maneje de modo que puedan heredar sus plazas a los hijos, y si así lo hicieren, que la nación se los demande (jejeje). Me refiero a que si cuando los señores sean ancianos y otros conductores ocupen sus lugares, que no se pierda la cultura del buen servicio, que les hereden junto con el camión, el gusto por transportar a la gente, la dignidad de tener un trabajo de alta valía, porque en verdad que mover a los que estudian y trabajan en esta ciudad, no es cualquier cosa. Los conductores de microbuses deberían de entender que su trabajo importa, y que por eso deben hacerlo con responsabilidad.

Tampoco quiero generalizar, pues hay quienes conducen unidades limpias, respetan las señales y a las personas, pero después de subirme a un microbús conducido por un menor de edad, que llevaba a otros cuatro cabrones con caguama y vasitos de plástico en mano, oyendo reggaetón a un volumen estridente y orinándose en los asientos de hasta enfrente, ya no sé qué más esperarme de este tipo de transporte público. Los conductores de autos particulares no me dejarán mentir: estos especímenes son un dolor de cabeza, o como diría una gran amiga chilena: son un verdadero grano en el culo.
Sólo hay una crítica que podría hacerle a los camiones: que dejen de dar boletitos que sólo sirven para hacer más basura... aunque, ¡momento!, si su número de serie suma 21, fomenta que la gente se regale un beso, lo cual es también necesario en esta urbe tan falta de amor.

viernes, 10 de octubre de 2008

Comunicación del Siglo XXI

Las relaciones interpersonales son importantísimas, tal como lo he referido en repetidas ocasiones (Leer "Espacio y Tecla"). Es una necesidad de vida estar comunicados con otras personas, saber lo que piensan, lo que sienten, para mirarse en los espejos de los otros como dicen los psicólogos, y dejarse encontrar, perderse y buscarse de nuevo, así debe ser toda la vida.

Ayer me encontraba en un improvisado salón de teatro sintiéndome encerrada al igual que mis compañeros y mi director, enclaustrados en un espacio reducido y tratando de sacar el alma en nuestras improvisaciones. No sabía por qué no podía concentrarme, no quise adjudicárselo al hecho de que no había espejitos y duela que nos dieran comodidad; sin embargo encontré la clave cuando dirigí la mirada hacia la ventana: ahí estaba el bello paisaje de esta ciudad contaminada y sombría, con un sol que luchaba por abrirse paso entre las nubes de lluvia y esmog.

Probablemente no era el mejor paisaje que hubiese esperado, pero abrir mis ojos a la distancia, a las salpicaduras verdes que rodean el edificio, y mis oídos al ruido de los cláxons a lo lejos, paradójicamente me hizo conectarme más fácilmente con mi interior.

Lo mismo pasa con la escritura, y duele aceptarlo. Da miopía.

A veces uno piensa que escribir es un ejercicio intelectual y espiritual sublime que purifica el alma y libera la mente. Que puede uno comunicarse mejor a través de letras que con base en palabras improvisadas... pero ¿dónde queda el cara a cara?. Ya me lo habían advertido: se corre el peligro de decir "¿Quieres saber lo que pienso? Remítete a mi blog... léeme en tal lado... (qué flojera volver a decirlo de nuevo)"

Las letras inmortalizan las ideas, por lo tanto la hoja en blanco se vuelve una especie de Pensadero* en donde uno vacía los pensamientos que estorban para que nos dejen vivir en paz, para que haya espacio en la mente que pueda alojar las nuevas ideas.

Esto es contraproducente: puede tranquilizarte, pero puede darte amnesia gradual. Decir "si ya lo dije en mi blog, si ya tengo una tarjetota de presentación en mi página de redes sociales, ¿para qué gastar más energías en decir y demostrar quién soy yo en la vida real?... ¡¡sólo agrégame a tu Hi y listo!!" (Facebook u otros, para el caso, es lo mismo).

En mi época de juventud temprana (:P) mi madre me regañaba porque pasaba horas al teléfono con alguna de mis amigas. Me decía que si tantas cosas teníamos que decirnos, mejor fuéramos a tomar un café y así nos veríamos las caras...
¡Qué razón tienen las madres! ¡qué sabiduría la de los viejos!. Con el teléfono añorábamos las caras, pero al menos teníamos la voz. Con el Messenger podemos tenerlo todo, cara, voz y letra, pero nunca el contacto visual. No es lo mismo mirar al ojillo de una cámara cual si se estuviera sonriendo para el cine o la televisión. La mirada es importante, el ver los ojos del otro, de la otra, el ponerle la mano en el hombro o darle un abrazo. Eso es lo que se está perdiendo... aunque está dando lugar a otras formas de comunicación en donde la representación simbólica de esa persona se vuelve importante, se vuelve a veces tan especial como cualquiera otra que hayamos tocado con las manos. Esto porque sabemos que detrás del muñequito verde, hay un ser humano haciendo lo mismo que uno, mirando la corta distancia de un monitor.


Quise sentirlo monstruoso cuando vi la ilustración publicitaria que ilustra esta entrada, y tal vez en el fondo tiene algo de perverso, pero aún así quiero creer que al menos la gente de mi generación todavía tiene claro este punto que he dicho: los monitos verdes sin rostro ni extremidades, son personas, tienen características particulares que las hacen únicas...¡no quiero imaginar qué pasará en la generación que está naciendo a un mundo en donde conviven libremente las personas de carne y hueso con los entes verdes que se antojan tan macabros muchas veces!

Al igual que en mi salón reducido, la red ampliada nos ha hecho lo mismo: bajo el engaño de darnos facilidades para acercarnos, nos ha venido aislando en un mundo pequeño que aprentemente es infinito. Nos relacionamos mejor cuando nos escribimos que cuando nos vemos... no siempre es así, pero para allá vamos.

Esto es sólo una reflexión para abrir la ventana un poquito, cerrar la sesión y salir a la calle, tomar el abrigo e invitar un café, que siempre es mejor mirarse en la amplitud del espejo de los ojos del otro, observar las arrugas de su cara al reaccionar con tus palabras, leer sus labios de cerca, despedirse con un beso. Siempre será mejor eso, que checar todos los días a ver si alguien ya opinó a esto que he escrito... aunque hay que reconocer que también sigue teniendo su encanto...




*Pensadero: en el universo de J.K. Rowling (Harry Potter series), vasija de piedra poco profunda dentro de la cual hay una luz plateada de color blanco brillante que se mueve sin cesar. Sirve para ser depositario de los recuerdos que uno extrae a placer del cerebro con ayuda de una vara mágica.

jueves, 2 de octubre de 2008

In memoriam

(Extracto fiel de uno de mis diarios de adolescencia. Octubre de 1993)

"Recuerdo muy bien la marcha in memoriam por los 25 años de aquélla masacre: deberíamos iniciarla y efectuar el recorrido del mismo modo que aquélla "Marcha del Silencio", que ayudò a despertar muchas mentes en aquellos días.

Deberíamos vestir todos de negro, cosa que nos agradó, ya que Santiago y yo vestíamos siempre de ese color y nos gustaba el misticismo y la onda "dark". Nuestros compañeros de Fresno nos apodaban "los Monsters", dado que nuestro look llamaba mucho la atención dentro de un ambiente de "punketos" y demás broza. Cada vez que entrábamos en el salón, un grupo de alumnillos desfachatados tarareaba la música de los Locos Addams, acompañada del popular chasquidito con los dedos, lo cual fingíamos nos molestaba, cuando en realidad para nosotros representaba un halago.
Para efecto de la marcha deberíamos permanecer en completo silencio, tratando de emular la Marcha original, y si creíamos no poder contenernos, había que pegarse la boca con cinta adhesiva.

Desde el principio la marcha resultó para nosotros dos una gran aventura: nos fuimos en un camión secuestrado desde la calle de Fresno, en la colonia Atlampa, donde se ubica dicha escuela, hasta el punto de partida, en las afueras del Museo Nacional de Antropología e Historia. Una vez ahí, caminar por todo Reforma hasta la Alameda Central y de ahí entrar por Bellas Artes rumbo al Zócalo.

Santiago y yo nos divertíamos empleando para comunicarnos un lenguaje parecido al de los sordomudos que nos habíamos inventado desde la prepa anterior. Nuestra marcha parecía tener una gran cobertura, ya que sobrevolaban helicópteros de varias redes noticiosas, y por todos lados se sentían "flashazos" de reporteros que intentaban sacar una palabra de las amordazadas lenguas, lo cual para nosotros era muy novedoso, ya que nunca habíamos participado, por así decirlo, de un evento de tal magnitud.

No alcanzábamos a sentir en lo más mínimo el por qué de nuestro andar, hasta que, llegando al palacio de Bellas Artes, casi ya a la entrada del Zócalo, los dirigentes de la marcha comenzaron a gritarnos "¡Compañeros: abajo las mordazas, vamos a gritar ahora!"
Y así Santiago y yo tuvimos que pasar de ser un par de "acarreados", a darnos cuenta de lo que estaba sucediendo alrededor... en las aceras múltiples ancianos, ex dirigentes o testigos de aquél suceso sangriento, alzaban desde sus sillas de ruedas, o desde sus muletas sosteniendo extremidades amputadas, la "V" de la victoria, en señal de repudio a la matanza, y de orgullo por haber estado en aquél movimiento estudiantil del pasado.

Mis ojos, (ya que hablaré por mí y no por mi acompañante), recorrían las aceras y se abrían por fin de la burbuja de cristal en la que se habían hallado encerrados tanto tiempo, y no pude más que sumarme al puño golpeando las puertas del cielo y vitoreando "Dos de Octubre... No se olvida"

Así concluimos aquél año entendiendo lo que para nosotros iba a ser el adaptarse a ese mundo. A partir de ese momento se desvaneció la burbuja de cristal en la cual vivía encerrada, sin vivir de cerca que existía una ciudad que gemía, y fue entonces cuando acuñé la frase que en momentos de angustia, me saca de pensamientos tontos y derrotistas, y me permite abrir los ojos: "Vivo en una de las ciudades más contaminadas, sobre pobladas, inseguras e injustas del planeta... ¿qué más le puedo pedir a la vida que un hábitat que me reta cada día a ser mejor?""

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Festejando a México

Me tocó vivir una infancia feliz llena de representaciones simbólicas. Al menos una vez al mes acudía a la Basílica de Guadalupe a dar gracias a la Virgen por los favores recibidos, mi abuela me acostaba con una oración y me hacía besar la estampa de la señora vestida de tricolor. Crecí creyendo fervientemente en los Reyes Magos, así como en el Ratón Pérez y los Héroes de la Patria.

Cada lunes la directora del Colegio insistía en que había que fortalecer nuestras raíces, practicábamos danzas prehispánicas, escuchábamos aquéllos versos de Nezahualcoyotl recitados con voz grave: "No para siempre en la tierra, sólo un poco aquí...", ambientada con sonido de caracoles. Cantábamos con fervor el Toque de Bandera y el Himno Nacional. Se me enchinaba la piel cuando escuchaba las notas de "¡Oh, Santa Bandera de heroicos carmines...!", y la interpretaba con el pecho henchido de orgullo en el coro, del mismo modo que marchaba en la escolta al compás del precioso Himno de la Escuela Naval Militar. ¡Y qué decir de la emoción de avanzar lentamente con la Marcha Dragona, estremeciéndome con las notas temblorosas de la trompeta y el sonido sordo de los tambores de la Banda de Guerra!

Me enseñaron a escuchar "Mexicanos al grito de guerra..." siempre de pie, saludar a mi bandera con la mano en el pecho, y persignarme al pasar frente a una iglesia o ver la cruz. ¡Qué tiempos aquéllos de inocencia y orgullo patriótico!

Cada vez que veía las Olimpiadas y por algún capricho de la naturaleza, un compatriota se llevaba el oro, me sentía feliz y dignamente representada como mexicana, lo mismo si la Selección de Fútbol metía un gol en el Mundial.

De pronto comencé a detestar el exceso patriotero de la gente a mi alrededor. La emoción por el soccer se me esfumó y en su lugar se quedó a vivir en mí el fastidio por la afición masiva a ese deporte. Me cayó mal Benito Juárez y su historia del indiecito que toca la flauta y cuida ovejas, me aburrió la historia de Juan Escutia envuelto en una bandera cayendo al precipicio, y dejé de llorar con las películas de Miguel Hidalgo y (el ahora San) Juan Diego. Lo inevitable había pasado: definitivamente había crecido, y ya hacía mucho tiempo que me había cansado de rezarle a la Virgen y odiar su carita mustia que nunca me volteaba a ver.

Me enrolé en el ardor de sentirme verdaderamente indignada por la injusticia social, por los abusos del poder y las vergüenzas históricas. Con tristeza veía que las marchas no eran lo románticas y pegadoras que fueron en los sesentas, e incluso deseé haber muerto en la Plaza de las Tres Culturas como la protagonista de Regina. Me identifiqué con el pueblo, con el rezago y la pobreza de los indígenas y los campesinos, me inspiré en las canciones de protesta y las ideologías de izquierda, mi malicia aumentó, así como mi natural desconfianza... pero al poco tiempo dejé de sentirme aguerrida.

Hoy que miro el mundo desde otro palco, me hastía el sombrero de Pique, y las barras tricolores que dejan pintado un listón en la cara, el mariachi y el tequila. Me choca el nacionalismo exagerado, las patadas de ahogado de un festejo que ya no tiene mucho que celebrar. Ya parece de humor negro llenar las plazas y gritar Viva México, cuando aquéllas representaciones que en mi infancia tenían simbolismo sacro, hoy por hoy se han desmoronado y desteñido por la historia. Ya no hay figuras inmaculadas: ni el presidente, ni la bandera, ni la policía, ni la iglesia, ni la familia, ni los héroes de monografía, ni la lírica de Francisco González Bocanegra.

Me duele la Patria, me viene doliendo desde hace años, me punza como una herida infectada, me asusta y por el momento, me paraliza. ¿Cómo enseñar a mi descendencia el sentido patriótico? ¿Cómo hacer que se ponga de pie ante el lábaro patrio? ¿Cómo volver a rezar aquélla oración que decía mi abuela, esa que memoricé a razón de recitarla noche a noche con fe y devoción, y que hoy me arranca lágrimas secas de desconcierto? Estoy en busca de respuestas...

"Virgen Santísima de Guadalupe, Madre y Reina de nuestra patria.
Aquí nos tienes humildemente postrados ante tu prodigiosa imagen.
En Ti ponemos toda nuestra esperanza.
Tu eres nuestra vida y consuelo.
Estando bajo tu sombra protectora, y en tu maternal regazo, nada podremos temer. Ayúdanos en nuestra peregrinación terrena e intercede por nosotros ante tu Divino Hijo en el momento de la muerte, para que alcancemos la eterna salvación del alma.
Amén."

domingo, 21 de septiembre de 2008

¿Quién dice que la tradición ha muerto?

Que el macho mexicano está pasado de moda, que la imagen de la mujer sumisa no sigue siendo la aspiración de tantas damiselas que sufren y sufren para que al final merezcan ser felices, porque el disfrutar la sexualidad libremente no es cosa de mujeres malas, sino inteligentes.

Todo este discurso modernista se va por el caño cuando nos damos cuenta de que noche a noche las familias mexicanas siguen reuniéndose para enterarse de las aventuras de los tres hermanos Reyes, mientras sopean en la leche el sabor de un pan dulce marca Sofía.

Una historia de venganzas, supuestas relaciones de amor y toques de humor barato, son los ingredientes principales de esta masa que al salir del horno da como resultado un éxito rotundo para los productores que tuvieron la gran puntada de adaptar una historia colombiana (como ya es costumbre) al contexto de nuestro país, inspirados en los tiempos gloriosos del cine nacional, donde la figura del galán sombrerudo y bigotón era la fórmula perfecta para hacer que las virginales jóvenes suspiraran por sus amores.
Los famosos hermanos Reyes, recuerdan a los míticos tres García, que son los típicos hombres fuertes, guapetones y sensuales, a quienes debido a estas cualidades, se les perdona todo: lo tontos, lo mediocres o lo mujeriegos. Se les justifica su sed de venganza, la defensa del honor por la sangre, y su obsesión por ser los primeros y los últimos en el corazón de la mujer que quieren.

Por otro lado las mujeres, son el vivo retrato de Marga López y Blanca Estela Pavón en sus más denigrantes actuaciones: lloriqueo, sufrimiento, silencio, y una cara bonita. Mientras la mujer sea presumible físicamente, no importa que sea una inútil.

El padrecito del pueblo, que es la voz de Dios, se anda metiendo en la vida de todos, especialmente de los más ricos, según él interesado sinceramente en volver las ovejas al redil, pero exponiendo su propia vida y haciendo méritos para su canonización.

¿Qué valores de familia y de sociedad se transmiten a través de esta telenovela? Es una extraña combinación entre los intereses comerciales, que han sacado una marca de pan dulce y ofrecen conciertos donde los dichosos hermanos cantan ¡horrible!; y una maquiavélica treta para hacernos creer que seguimos viviendo en el México tradicional en donde nada ha cambiado desde el siglo pasado. Yo no sé si la vasta cantidad de gente que le da los altos índices de rating a "Fuego en la sangre", son las amas de casa sumidas en el idealismo del marido ejemplar, perdidas en el romanticismo de un amor que nunca tuvieron, gozando en la piel de Adela Noriega e imaginando que Eduardo Yáñez es el Quijote con quien se acuestan todas las noches; o bien son los maridos cansados que llegan de trabajar para recrear la pupila en los pechos tiesos de Ninel Conde, o en los libres movimientos de Niurka Marcos y la impudicia de Susana Zabaleta.

Yo no sé... pero no creo que los jóvenes encuentren identificación alguna con ese México de calendario que se retrata en dicha serie, ni que concuerden con la ideología decimonónica que se proyecta a través de las relaciones entre los personajes; sin embargo les entretiene, y probablemente en el seno de las familias más humildes y tradicionales, todavía algunas chicas y chicos crean verdaderamente que el amor significa eso, que el poder significa eso, que está permitido quitar del camino a quien nos estorba, y que la fidelidad eterna existe. No por nada tiene casi un año al aire, y se mantiene en el gusto del público por más que en el siglo XX ya poco tengan que hacer un ranchero enamorado y una bruja malintencionada.

Está claro que el horario en el que se transmite no está destinado a la juventud, que tiene sus propios tiempos con programas bobos, de los cuales ya hablaré en análisis posteriores, pero al ser los adultos quienes refuerzan su nostalgia por el pasado, la brecha generacional se hace más y más amplia, y la incomprensión entre los muchachos y sus padres se va acrecentando al remarcar estas diferencias entre lo que antes era bueno y ahora ya no, lo que antes se acostumbraba y que hoy ya no tiene valor. Cierto ideal de familia ha desaparecido, ya no es el mismo que en el tiempo de los abuelos, y eso los jóvenes más modernos lo ven como obsoleto, aburrido y anticuado. La tradición sin embargo, no ha muerto del todo, lo que pasa es que sólo vive en las mentes y en los corazones de quien está envejeciendo, y el mundo ha sido heredado por otra generación que ya no cree en las mismas cosas.

viernes, 19 de septiembre de 2008

The power of Christ compels you!!

Yuri, Lupita D'Alessio, Sylvester Stallone, Juan Luis Guerra, entre otras celebridades de aquí y de allá, han contribuido a poner de moda el convertirse al Cristianismo: de la noche a la mañana vemos vidas transformadas, corazones tocados en lo más profundo de su arteria aorta, testimonios de llagas abiertas que están dispuestos a ser parte importante en el cambio de vida de otras personas, y que aprovechan la menor provocación para decir con orgullo que el Señor es su camino, su verdad y su vida, y que desde que aceptaron a Cristo en el corazón, su día a día cambió definitivamente.

Lo anterior no lo digo en sentido peyorativo, ni tengo la intención de ofender a nadie, puesto que hay gente muy cercana a mí que desayuna, come y cena con el Jesús en la boca, así que he aprendido a respetar su estilo de vida y comprender la necesidad que el ser humano tiene de entrar en contacto con su lado espiritual. De ninguna manera quiero en este espacio tirar la primera piedra y atacar a las personas que han decidido dar el volantazo y buscar otro camino, aquí todo eso se respeta, y si es para ser mejor persona, mucho más.

Desgraciadamente todo lo que suena a religión no es fácilmente creíble en estos tiempos, debido a que mucha gente se ha enriquecido ilícitamente gracias al abuso ejercido sobre esta necesidad imperante de encontrar un consuelo a la soledad. El mundo necesita mirar hacia arriba y hallar la ilusión de unos brazos abiertos que nos cobijen de tanta frialdad, y eso es lo que el Cristianismo ha logrado en tantas personas.

No defiendo a ultranza a estas congregaciones, puesto que en todos lados se cuecen habas, como decía mi abuela, pero si han contribuido a hacer mejores personas a aquéllos que no daban un solo centavo por su propia existencia, creo que es justo y necesario agradecer a quienes se dedican a ser pescadores de almas y se entregan de corazón a rescatar vidas de las garras de la perdición, entendida esta como el naufragio de las ideas, el sofoco de la culpa y la desesperanza de los años recientes.

Quien entrega amor desinteresadamente, está aceitando un motor potentísimo que estoy segura puede mover montañas....y no es que me haya puesto mística de un momento a otro, de hecho siempre he creido en la utopía colorida del amor, aunque desentone con lo grisáceo de la época en la que estoy viviendo.
Por otro lado, en lo personal, no siento el más mínimo interés por ser parte del ejército de Dios, pues en mis venas corre más malicia que inocencia, pero me conformo con algún día ser la Magdalena que se enamore del Superestrella y le cante aquéllo de "Yo no sé cómo amarlo..."... porque no tengo intención de exorcizar mis demonios, esos que gracias al Cielo, sólo son diablillos pastoriles que a veces me hacen pensar.